sábado, 30 de mayo de 2009

¿Futuros escritores?

LO COTIDIANO


Aún sueña con el día en que decidió vivir así o no vivir. Estaba tan cansado de los sucesos que le rodeaban que, por falta de valor para afrontarlos o terminar del todo con su vida, eligió una forma de vivir (o no vivir) bastante lamentable.
Pasaba sus horas dormido, provocándose el sueño con pastillas y tranquilizantes. Él las llamaba su vida; los que lo conocían, las llamaban su veneno. ¿Era una pequeña dosis diaria para vivir o para morir?
Pero él así estaba a gusto y, contra lo que todos dijeran, era su vida, lo que él había elegido.
Vivía su vida a través de sus sueños, aunque nadie supo jamás si tendría sueños o ilusiones de verdad. En ese caso, nunca los llegaría a cumplir si se pasaba la vida durmiendo, o si los cumplió en sus sueños.
Cuentan que podía soñar todo lo imaginable, desde las cosas más absurdas hasta lo más razonable. Tenía hasta una familia, amigos, trabajo... todo lo que deseaba. Él era dueño de su vida y, a la vez, los sueños lo manejaban.
Aunque no todos los sueños eran buenos: a veces se despertaba en medio de la noche con sudores fríos por auténticas pesadillas y luego le daba miedo dormirse otra vez, preso de sus sueños.
Con el tiempo, tendría que cambiar de pastillas o tomarse más dosis, porque le dejaron de hacer efecto.
Un día, en medio de uno de los mejores sueños que había tenido (él junto a su perfecta familia, de vacaciones), se despertó súbitamente. Desesperado, fue corriendo a coger las pastillas. Las manos le temblaban y gotas de sudor resbalaban por su desmejorado rostro. Esperó, nervioso, tumbado en la cama, a que el sueño le volviera a invadir, pero no ocurrió. Histérico, se fue a buscar otra vez las pastillas, pero era incapaz de controlarse y frenar sus fieros impulsos, así que se tomó todas las que tenía reservadas para el resto del mes.
Su corazón se paró y ahí fue capaz de alcanzar lo que quería: el sueño eterno, dormir para siempre.

SGM, 3ºC

NOCHE DE LUNA LLENA

Paró jadeando. Se apoyó abatido en un árbol seco que bailaba con el viento al son de los crujidos. Frente a él, un pantano de aguas cristalinas invitaba al viajero a enfrascarse en un crucero infinito. Cerró sus ojos verdes y apoyó la cabeza en la mugrienta madera. Había conseguido llegar a tierra; siempre lo conseguía, pero ¿hasta cuándo? Respiró hondo, sólo tenía que esperar. Aguardó con una paciencia entrenada. La rutina había conseguido apoderarse de él. Cada 28 días la misma carrera a contrarreloj, el mismo árbol, el mismo pantano, la misma espera...

Una ráfaga de viento aún más fuerte arrastró sin piedad las negras nubes y dejaron visible una luna completamente llena. Entonces lanzó un desgarrador grito de dolor mientras arqueaba la espalda. Había abierto los ojos, pero ya no eran verdes.
Ahora, una retina amarilla era rasgada por una pupila de gato. Una sonrisa maligna poblada de afilados colmillos que pedían carne que desgarrar había sustituido a su sonrisa pícara. Arañó con sus garras su estupendo traje, que se quedó en unos maltratados jirones.
Algo llamó su atención. Soltó un bufido y se quedó inmóvil. Qué bien olía y qué hambre tenía. Pero no podía, él debía controlar a la bestia. No quería hacer de su naturaleza una maldición (¿o ya lo era?), pero el hambre superaba a su fuerza de voluntad.
Lanzó un largo y escalofriante aullido a la luna y salió en busca de su presa.

LSD, 4º A

UN GRAN DÍA

Lleva 18 meses y veinte días sin tener un motivo por el que levantarse. Hace exactamente ese tiempo, su jefe le llamó a su despacho y le comunicó que por “problemas de producción” y “ajuste de la plantilla”, prescindían de su trabajo.
El mundo se le vino encima. Tenía 49 años y jamás había estado en paro. ¿Qué les diría a su mujer y a su hijo? Seguro que si encontraba algo pronto, no haría falta que se preocuparan sin motivo.
Durante un mes había conseguido su propósito. Todos los días se levantaba a la hora en que solía ir al trabajo y recorría la ciudad buscando empleo. Pero un día David, su hijo, le vio saliendo del metro a una hora en que no debía estar por la calle, todo se descubrió. Desde ese día le miran con resentimiento y dolor. La falta de confianza se ha instalado entre ellos, y Joaquín ya no sabe cómo resolver la situación. Así que ha dejado de tener esperanza. De los “ya le llamaremos”, se pasó a los “no necesitamos a nadie” y a los muchos noes. Y él ya no sabe para qué levantarse cada mañana. Lara, que antes le miraba con amor y ternura, ahora desprende angustia y dolor. David, que había empezado la Universidad, no ha podido comprar los libros que necesita y tampoco encuentra trabajo.
Su vida se ha convertido en un caos sin esperanzas. Quizás hoy haya más suerte, piensa. Y con parsimonia desayuna, se viste y se prepara para salir a recorrer de nuevo la ciudad. Durante uno de sus largos paseos se encuentra a un conocido: ¨ Oye mi cuñado me ha dicho que en su oficina tiene ahora trabajo extra y que no encuentran a nadie con experiencia, quizás podías ir a hablar con su jefe¨. El corazón de Joaquín se acelera. ¿Y si es hoy cuando cambie mi suerte, y mi vida? Sí, hoy va a ser ese día, lo presiento. Hoy voy a volver a sentirme útil, valorado y recuperaré mi dignidad.
Y con paso firme, se encamina a la dirección que le ha indicado su amigo, con la esperanza llenándole el corazón.

MHS

FUEGO, RUIDO, CONFUSIÓN, DESALIENTO, DOLOR, DESOLACIÓN

Estoy despierto, no veo, no me muevo, no consigo moverme. Oigo trinos, el calor del Sol me acaricia la cara, palabras, palabras que no logro entender.
La habitación es blanca, cortinas blancas, cama blanca, paredes blancas... Todo aquí es blanco. Oigo, veo, siento... Hace mucho calor, alguien debería correr esas cortinas. Aún no he logrado hablar, pero cuando lo consiga pediré un cambio de habitación. El hombre moreno –debe de ser el doctor-, es agradable. Nunca permanece en la habitación más de lo necesario, creo que no se siente a gusto aquí.
El doctor Daven dice que no tardaré en recordar, que es cuestión de reposo, que poco a poco las cosas vendrán por sí solas... Estamos a 6 de julio de 1946.

Hoy he recordado algo, una imagen ha pasado durante unos momentos por mi cabeza: un vetusto caserón, rodeado de trigales, con tejas rojas y un huerto de tomates ya maduros. El trigo estaba crecido, era el tiempo de la siega. Esa creo que es mi casa. No lo sé, pero lo siento.

11 de enero de 1947. Algo es distinto: esta mañana la gente está intranquila, nadie dice nada. Mi enfermera, Caroline, hoy no me ha dirigido la palabra. Tenía los ojos enrojecidos, creo que ha llorado.

12 de enero de 1947. El joven doctor moreno ha venido a verme. Él sostiene que ya estoy preparado para saberlo todo: han averiguado mi identidad, voy a recuperar mi vida, después de esto, y si consigo salir de esto, no regresaré nunca a un hospital.

13 de enero de 1947. Última vez que escribo, ya conozco mi identidad, mi pasado, y sé que no tengo futuro. Qué puedo decir, más que durante casi dos años he sido un hombre normal, un buen hombre. ¿Cuáles fueron las circunstancias que me llevaron a actuar así? ¿Qué pensamientos se cruzaron por mi cabeza en ese momento? Eso es algo que nunca averiguaré, pues la justicia me espera. Sólo una última cosa escribo: nada corrompe más a un hombre que tener el poder a su alcance.

B G-F C, 4ºA

viernes, 29 de mayo de 2009

Gerardo Diego


SUCESIVA


Déjame acariciarte lentamente,
déjame lentamente comprobarte,
ver que eres de verdad, un continuarte
de ti misma a ti misma extensamente.
Onda tras onda irradian de tu frente
y mansamente, apenas sin rizarte,
rompen sus diez espumas al besarte
de tus pies en la playa adolescente.
Así te quiero, fluida y sucesiva,
manantial tú de ti, agua furtiva,
música para el tacto perezosa.
Así te quiero, en límites pequeños,
aquí y allá, fragmentos, lirio, rosa,
y tu unidad después, luz de mis sueños.




Río Duero, río Duero, /nadie a acompañarte baja; /nadie se detiene a oír /tu eterna estrofa de agua.
Indiferente o cobarde, /la ciudad vuelve la espalda. /No quiere ver en tu espejo /su muralla desdentada.
Tú, viejo Duero, sonríes /entre tus barbas de plata, /moliendo con tus romances /las cosechas mal logradas.
Y entre los santos de piedra /y los álamos de magia /pasas llevando en tus ondas /palabras de amor, palabras.
Quién pudiera como tú, /a la vez quieto y en marcha, /cantar siempre el mismo verso /pero con distinta agua.
Río Duero, río Duero, /nadie a estar contigo baja, /ya nadie quiere atender /tu eterna estrofa olvidada,
sino los enamorados /que preguntan por sus almas /y siembran en tus espumas /palabras de amor, palabras.
Gerardo Diego Cendoya, Santander, 3 de octubre de 1896Madrid, 8 de julio de 1987

jueves, 28 de mayo de 2009

Fotografías



India

Soldados americanos en Afganistan




Atlantis alrededor del sol



Bremen Berlín




Sidney

miércoles, 27 de mayo de 2009

Alicia en el país de las maravillas



La reina le explicó a Alicia cómo funciona la justicia en el país de las maravillas:
–Ahí lo tienes –dijo la reina–. Está encerrado en la cárcel, cumpliendo su condena; pero el juicio no empezará hasta el próximo miércoles.

Y por supuesto, el crimen será cometido al final.

lunes, 25 de mayo de 2009

Doñana y las marismas


EXPOSICIÓN TEMPORAL
Pabellón Tecno-ForoParque de las CienciasGranada.8 Mayo - 13 Septiembre 2009





Armonia fractal de Doñana y las Marismas nos propone un paseo por el complejo y apasionante mundo de la geometría fractal de la naturaleza a través de originales y sorprendentes fotografías aéreas de las marismas andaluzas. En ellas, año tras año, el juego de la tierra y el agua rediseña el paisaje con formas que pueden parecer caprichosas y que, desde luego, son efímeras. Una dinámica rica en un contexto geológico tan complejo y estructurado como el de los seres que lo pueblan, y por eso también tan frágil y tan inestable. Es una mirada diferente que fotografía la epidermis pero que llega a lo más profundo de una tierra famosa por la vida que acuna y que protege. Una mirada con la que se muestra que no hay nada más bello en Doñana que las formas que la naturaleza dibuja en la marisma. Ni tampoco nada más vivo.
En la segunda mitad del siglo pasado, Benoît Mandelbrot convenció al mundo científico de que la geometría euclidiana que usamos desde los tiempos clásicos no servía para describir la complejidad de las formas naturales con la precisión que necesitamos hoy en día y propuso una nueva geometría: la geometría fractal. Las estructuras fractales son autosimilares, lo que quiere decir que las partes se parecen al todo. Las costas no son líneas rectas sino curvas formadas por cabos y golfos, grandes protuberancias que a su vez están formados por entrantes y salientes, en los que a su vez hay ensenadas y riscos. Un río es un cauce de agua al que llegan afluentes, y un afluente es un cauce de agua al que llegan arroyos, y un arroyo es un cauce de agua al que llegan riachuelos, y un riachuelo es un cauce de agua al que llegan barrancos, y un barranco es un cauce ocasional de agua al…
La geometría fractal se manifiesta en todos los aspectos del paisaje, pero especialmente en aquellos lugares del planeta que no han sido transformados por la actividad humana. Por eso, en las marismas atlánticas andaluzas, probablemente el paraje mejor preservado de Europa, la geometría fractal se muestra en todo su esplendor, especialmente cuando se observa desde el aire.





Exposición producida por la Estación Biológica de Doñana - Casa de la Ciencia (CSIC) y adaptada en Granada por el Parque de las Ciencias
Director: Héctor Garrido
Dirección científica: Juan Manuel García Ruíz
Fotografías: Héctor Garrido

Autores textos: Luis Landero, Odile Rodríguez de la Fuente, José Benito Ruiz, Paddy Woodworth, Francisco Correal, Juan Manuel Varela, Diego Escarlón, José Luis Sanz, Regla Alonso, Miguel Delibes, Ramón Masats, Erika López, Ezequiel Martínez, Juan Carlos Rubio, Juan Luis Arsuaga, Alberto Donaire, Francisco Márquez, Joaquín Araújo, Manuel Garrido Palacios, José María Montero, Joaquín Fernández, Mario Sáenz de Buruaga, José Saramago, Josefina Maestre, Alejandro Víctor García, Francisco Hortas Rodríguez Pascual, Jorge Drexler, Juan Manuel García Ruíz, Cipriano Marín, Phill Ball, Fernando Hiraldo, Barbara Din
Contenidos: Juan Manuel García Ruíz, Fermín Otálora, Enrique Pérez, Yolanda Díaz, Héctor Garrido, Erika López
Gestión y administración: Yolanda Díaz, Vanessa Morillas y Erika López
Programación virtual: Fermín Otálora y Enrique Pérez
Desarrollo software y realidad virtual: Kandor Graphics, Trevenque S.L., y Fermín Otálora
Diseño espacios: Héctor Garrido y José Antonio Sencianes
Diseño gráfico: José Antonio Sencianes
Fotografía aérea de posicionamiento: Instituto de Cartografía de Andalucía (Junta de Andalucía)
Montaje de estructuras: Maquetas Luca de Tena S.L.
Soporte aéreo: Fly-in Spain
Piloto avión: Hans Nerlinger
Producción e impresión: Dinasa / Dinascan, Murohi, Impresol

Las fotografías de esta exposición han merecido el X Premio Nacional de Periodismo Doñana al Desarrollo Sostenible en la modalidad de fotografía, otorgado por la Fundación Doñana 21, por el artículo “La piel de Doñana” publicado en El País Semanal el 26 de Octubre de 2008.

domingo, 24 de mayo de 2009

Alatriste: el clásico, los clásicos


FRANCISCO RICO 23/05/2009

Ensayo. No basta decir que el Pérez-Reverte de Alatriste (o el Alatriste de Pérez-Reverte) es ya un clásico: conviene precisar que lo es por más de una razón. En su inmoderada y zigzagueante admiración por Quevedo, creía Jorge Luis Borges que si a don Francisco no acostumbraba a otorgársele el rango que le correspondería entre los supremos escritores europeos era porque no había creado ningún personaje de veras memorable. Cierto: los nombres de los grandes escritores van con especial frecuencia asociados a los de unos héroes de ficción; y cuando no es así, como ocurre sobre todo con los poetas, el autor mismo acaba por ser contemplado como personaje. Cervantes es don Quijote; Quevedo, el jodido cojo de las chocarrerías que constituyen la parte menor de su literatura. El reverso de la medalla está en que la vinculación de un escritor con un determinado personaje hace a menudo que el resto de su obra quede un tanto ensombrecido. Con toda justicia, el capitán Alatriste ha alcanzado una notoriedad sin parangón, hasta el punto de ser la única figura de la novela española de los últimos tiempos que se deja identificar en cualquier versión gráfica no ya por los rasgos físicos y la indumentaria, sino hasta por la mera silueta. No por ello concluirá nadie de buen criterio que los de Alatriste sean los libros de más valor o mayor envergadura de Pérez-Reverte. (El reciente Un día de cólera, sin ir más lejos, se me antoja un logro absoluto). Pero el dato subsiste: a ojos de los más, Pérez-Reverte es en primer lugar el creador de Alatriste. Un clásico no sólo es, sino que también está: está en el repertorio de iconos y referencias, en limaginaire común a una infinidad de lectores. Por calidades novelescas y por presencia pública, el capitán de Reverte es, pues, un clásico. Pero lo es además, de otra manera, por la formidable medida en que el relato de sus aventuras se hace eco de los clásicos españoles por excelencia. La literatura del Siglo de Oro, en efecto, está presente por todas partes y en todas las formas: aludida, aducida, presentada en acción, incorporada a la fábula, como trasfondo tácito... Alatriste lleva consigo "todo el Rivadeneyra y aledaños". Y con la literatura, la vida, la historia pequeña y la gran historia de la España de entonces, en una interpretación personal (no siempre es la mía) pero no tramposa. Digámoslo claro: nunca se agradecerá bastante a Reverte haber hecho entrar a tantos lectores en esa literatura y esa historia cautivándolos con unas narraciones apasionantes y, por la fascinación que produce el héroe, implicándolos como coprotagonistas. Al igual que una cierta Edad Media nórdica y germánica es la Edad Media de Tolkien, que a su vez ha reclutado (me consta) a medievalistas de primera fila, el Siglo de Oro español es para quién sabe cuántos el Siglo de Oro de Reverte. (El peligro acaso esté ahora en que después de prendarse de la criatura del escritor moderno las de los antiguos les resulten menos atractivas). Las historias de Alatriste están contadas y ambientadas de acuerdo con una impecable documentación. Sucesos, personas y cosas aparecen siempre cuando, donde y como les correspondía en la época (o en vano he intentado pillar a Arturo en un renuncio). Pro domo, la duda que inquieta al filólogo y al historiador es si la puntualidad al nombrar las realidades de antaño no entorpece la comprensión del lector de a pie. ¿Qué puede éste entender cuando se habla de un sujeto ahigadado, se cita el latinajo "Aio te vincere posse" o se evoca la "jornada de las Querquenes"? En rigor, bien poco. La astucia de Reverte estriba en conseguir que esas referencias, de hecho recónditas, se vuelvan transparentes no tanto siquiera gracias al contexto cuanto por la naturalidad con que funcionan en la trama. Probablemente el lector no llega a descifrarlas en su plena literalidad, pero capta el sentido que tienen dentro de la acción o en boca de un personaje. Es el mismo principio que preside el estilo: un lenguaje moderno, lejanísimo de cualquier fabla o pastiche, en el que el elemento clásico (lo subrayaba últimamente Pedro Gimferrer) "está en lo narrado y no es preciso que redundantemente aluda a ello el registro verbal empleado, salvo en aquello que no permita otra resolución". Si no para la lectura, sí para la relectura, se echaba en falta sin embargo un trabajo como el que ahora ofrece Alberto Montaner: la edición anotada de cuando menos la primera entrega de las andanzas de Alatriste. Era ése el tercer escalón que tenía que subir el capitán para reunir todos los requisitos del clásico. La condición de tal se adquiere cabalmente cuando un texto es objeto no sólo del fervor de los lectores, sino también de los estudios y, en particular, las ediciones de los expertos. La bibliografía al respecto contaba ya con centenares de páginas en forma de doctos ensayos y con media docena de volúmenes monográficos, a los que acaba de sumarse felizmente el recién compilado por José Belmonte y J. M. López de Abiada (Alatriste. La sombra del héroe, Alfaguara); y la edición anotada (aunque yo hubiera preferido calificarla de "comentada" viene a culminar por el momento el ciclo ideal de un clásico. La responsabilidad de la tarea ha recaído en Alberto Montaner, cuya singular, espantable erudición ha puesto en claro muchas páginas de la antigua literatura española, comenzando por las del Cantar del Cid en una monumental edición. Montaner traza en la introducción las grandes coordenadas novelescas e históricas en que se inscribe el personaje de Reverte. Punto por punto va ilustrando después, en notas al calce, todos los aspectos por los que el lector, como he señalado, pasa sin problema pero que se vería en un brete si tuviera que dilucidar: palabras, costumbres, acontecimientos, alusiones... Especialmente sabrosas son las acotaciones destinadas a seguir la trayectoria alatristiana y revertesca de los personajes secundarios, con Íñigo Balboa en cabeza.





Al capitán Alatriste le cabe el honor de ser una de esas criaturas de ficción que han ingresado en el selecto club de los mitos literarios, aquellos personajes que gozan en el imaginario colectivo de una personalidad propia y de una vigencia intemporal. Todo un mérito, si tenemos en cuenta que a este club de élite pertenece sólo otra media docena de miembros españoles, nada menos que de la influencia histórica y el prestigio cultural del Cid, Celestina, don Juan o don Quijote.»

ALBERTO MONTANER








Coordinado por José Belmonte Serrano y J. M. López de Abiada Un libro que disecciona los entresijos de un personaje de ficción que se ha convertido en un elemento ineludible de la literatura española. Alatriste: la sombra del héroe reúne las ideas de investigadores, directores de cine, productores, periodistas, traductores, educadores, críticos y especialistas en literatura sobre todas y cada una de las particularidades de este personaje ya legendario del Siglo de Oro.





Luís Cernuda


YO FUI

Yo fui.
Columna ardiente, luna de primavera.
Mar dorado, ojos grandes.

Busqué lo que pensaba;
pensé, como al amanecer en sueño lánguido,
lo que pinta el deseo en días adolescentes.
Canté, subí,
fui luz un día
arrastrado en la llama.

Como un golpe de viento
que deshace la sombra,
caí en lo negro,
en el mundo insaciable.

He sido.

A SUS PAISANOS

No me queréis, lo sé, y os molesta
Cuanto escribo. ¿Os molesta? Os ofende
[...][...] Si queréis
que ame todavía, devolvedme
al tiempo del amor. ¿Os es posible?
Imposible como aplacar ese fantasma que de mi evocasteis.

Contigo
¿Mi tierra?
Mi tierra eres tú.
¿Mi gente?
Mi gente eres tú.
El destierro y la muerte
Para mí están adonde
No estés tú.
¿Y mi vida?
Dime, mi vida,
¿Qué es, si no eres tú?.

Despedida

Muchachos
Que nunca fuisteis compañeros de mi vida,
Adiós.
Que no seréis nunca compañeros de mi vida,
Adiós.

El tiempo de una vida nos separa
Infranqueable:
A un lado la juventud libre y risueña;
A otro la vejez humillante e inhóspita.

De joven no sabía
La hermosura, codiciarla, poseerla;
De viejo la he aprendido

Y veo la hermosura, mas la codicio inútilmente.

Mano de viejo mancha
El cuerpo juvenil si intenta acariciarlo.
Con solitaria dignidad el viejo debe
Pasar de largo junto a la tentación tardía.

Frescos y codiciables son los labios besados,
Labios nunca besados más codiciables y más frescos aparecen,
¿Qué remedio, amigos? ¿Qué remedio?
Bien lo sé: no lo hay.

Qué dulce hubiera sido
En vuestra compañía vivir un tiempo:
Bañarse juntos en aguas de una playa caliente,
Compartir bebida y alimento en una mesa,
Sonreir, conversar, pasearse
Mirando cerca, en vuestros ojos, esa luz y esa música.

Seguid, seguid así, tan descuidadamente,
Atrayendo al amor, atrayendo al deseo.
No cuidéis de la herida que la hermosura vuestra y vuestra
gracia abren
En este transeúnte inmune en apariencia a ellas.

Adiós, adiós, compañeros imposibles.
Que ya tan sólo aprendo
A morir, deseando
Veros de nuevo, hermosos igualmente
En alguna otra vida.

[...] Contigo sola estaba,
En ti sola creyendo;
Pensar tu nombre ahora
Envenena mis sueños.
Luís Cernuda Bidón

martes, 19 de mayo de 2009

El balcón más triste


Dicen que hay imágenes que valen por mil palabras, pero a veces es al revés.

Nada de especial diría esa foto si no fuera por el texto que la acompañaba.

"...Diez meses de olvido, del blanco han pasado al gris barcelonés. Son el fantasma de la última colada de la señora Neus, como todavía la recuerdan muchos vecinos en el barrio del Raval. Un día de finales de mayo del año pasado llegaron los bomberos a su casa de la calle de En Roig y una ambulancia se la llevó.Ya estaba muerta, dicen los vecinos. La ingresaron en el Hospital del Mar y ella misma se dió el alta. Queria morir en su casa. Lo consiguió..."

El día que sellaron la casa, nadie se acordó de esas toallas ni del pijama, ni de las plantas que se resisten a morir.

"Detrás de la puerta de la señora Neus,como detrás de los 600 pisos vacíos y clausurados que algunas inmobiliarias calculan que hay en el Raval, quedan los fantasmas y los recuerdos de lo que fue tanto el Distrito V como el Barrio Chino. Las puertas de sus pisos se clausuraron porque no aparecieron herederos cuando los dueños murieron y no se abrirán quizás en 10, 20 ó 30 años.
Así seguirán hasta que aparezca un heredero (que tiene hasta tres decadas para aceptar o rechazar la herencia) o la Generalitat concluya que no hay descendientes y los subaste."

y hay más historias que acompañan esta foto y otras parecidas...

El legado de las "queridas".

"Las inmobiliarias que operan en la zona se han convertido en los verdaderos espías del siglo XXI. Saben las historias pasadas y las presentes. Muchos pisos desocupados eran el legado de las llamadas "queridas". En la calle Robador -epicentro, eso sí, del Barrio Chino-medio edificio pertenecía a una mujer que fue la amante durante muchos años de un empresario de la burguesía barcelonesa.
Ellos murieron y a ellas les cuesta mucha burocracia demostrar que ese piso les pertenece, como mínimo, por derecho de piel y palabra. Las leyes de los años 40 no permitían que una mujer sola tuviera un piso a su nombre. Si ellas mueren sin llegar a demostrar nada, el piso se queda vacio y clausurado."

Catalina Gayà. Barcelona
El Periòdico de Catalunya. 02.04.06


La ropa lleva ahí colgada como mínimo cinco años. Cada día está más gris, más color ala de mosca, más color Barcelona. La raya roja del pantalón ya no es ni recta. Esa colada ya no es sinónimo de limpieza; es un despojo más del paisaje urbano. Los vecinos la han integrado de tal manera que ya ni se percatan de su presencia. La señora la colgó quizá unas horas antes de desaparecer para siempre.
Catalina Gayà. Barcelona
El Periòdico de Catalunya- 15.04.09

sábado, 16 de mayo de 2009

Juan Marsé por Arturo Pérez-Reverte

El guinardó, Barcelona

MARSÉ, VESTIDO DE PINGÜINO

Hace unas semanas, como ustedes saben, Juan Marsé recibió el premio Cervantes. Zanjaba así la cultura española una deuda, largo tiempo aplazada, con uno de los dos clásicos de la Literatura que todavía nos quedan vivos –el otro es Miguel Delibes, y ya lo tenía–. No asistí al acto de Alcalá de Henares porque nunca lo hago. Allí no pinto nada, y me ahorro estrechar ciertas manos. Pero me gustó ver, en las fotos y el telediario, al viejo león, con su cara de boxeador curtido, peripuesto de chaqué, corbata, chaleco y pantalón rayado. En el discurso y las declaraciones, por supuesto, siguió fiel a sí mismo: independiente, bravo y un punto chuleta, sin cortarse un pelo ante los expertos en mamadas profesionales, los oportunistas y los cantamañanas de guardia. El indumento no hace al cortesano. Con premio Cervantes o sin él, Marsé sigue siendo Marsé. Por eso admiro y respeto tanto, además de por sus novelas inmensas, a ese duro cabrón. Pero mi satisfacción tenía también otras causas. Por primera vez desde hace tiempo, el Cervantes se ha concedido de forma limpia, irreprochable y justa. Es una novedad como para tirar cohetes. Y eso hago hoy. Esto no quiere decir que todos los premiados en los últimos diez o quince años fuesen indignos de él. Ojo. Pero es cierto que esa distinción, la más alta de las letras hispanas, se había convertido, con irritante frecuencia, en instrumento de los sucesivos ministerios de Cultura y sus correspondientes Gobiernos –lo mismo del Pesoe que del Pepé– para otorgar mercedes según los intereses políticos de cada cual, amiguetes de presidentes incluidos, montando paripés y enjuagues descarados con candidatos que eran ganadores designados de antemano. La estructura del jurado, ocho de cuyos once miembros nombraba el Gobierno, daba a éste la decisión final. Así se explica que el nombre de Juan Marsé estuviera siempre entre los finalistas y no saliera nunca; que Francisco Umbral –como novelista era inexistente, pero como hombre de letras su magisterio fue indiscutible– tardase muchos años en conseguir el premio; que Javier Marías, otro eterno y más joven finalista, no lo tenga todavía, y que algunos nombres de escritores mediocres, más cercanos a la oportunidad política que al prestigio literario, figuren en la nómina de premiados junto a otros de prestigio incontestable. Nada de esto lo sé de oídas. Hace algunos años, en un momento más ingenuo de mi vida, fui dos veces jurado del Cervantes. Las dos voté por Marsé. Las dos asistí, desconcertado e impotente, a manipulaciones vergonzosas y falsas deliberaciones sobre ganadores decididos de antemano. Y juré no volver más. De cualquier modo, conmigo o sin mí, todo habría seguido igual de no ser porque la Real Academia Española, que preside oficialmente el jurado y avala el premio con su prestigio a ambas orillas de la lengua española, se plantó la última vez, negándose a seguir dando cobertura a semejante golfería. El entonces ministro de Cultura, César Antonio Molina, estuvo de acuerdo; y uno de sus primeros y dignos actos administrativos fue modificar la composición del jurado del Cervantes, con objeto de que la elección fuese limpia y libre de sospecha. El resultado está a la vista: en la primera votación con jurado independiente salió elegido Marsé, que siempre caía en la final, a veces –no todas, insisto– ante nombres que no cito aquí, pero que no puedo evitar me den mucha risa. Tía Felisa. Es una pena que al ministro Molina lo hayan fumigado sin darle tiempo a meter mano, también, a otra aberración manifiesta: los Premios Nacionales de Literatura, cuyas deliberaciones anuales responden –no siempre, pero sí a menudo– a criterios de política territorial, reparto y satisfacción de poderes autonómicos, más que a elementos objetivos. A intereses de bloques periféricos frente a criterios literarios realmente nacionales. Pero en el turbio mundo de las honras y premios hispanos, sean institucionales o privados, algo es algo. El Cervantes, al menos, discurre ahora por senderos de justicia. Juan Marsé vestido de pingüino en Alcalá y codeándose, a regañadientes pero sin remedio, con la realeza y la política –esa ministra de Cultura hablando de lectores y lectoras, y tuteándolo en el discurso oficial como si fueran compadres de toda la vida– es evidente prueba de ello. Ser un clásico vivo, como dije antes, tiene sus inconvenientes. Pero en cualquier caso, ya era hora. Recuerdo que, cuando le concedieron por fin el premio, le puse al viejo luchador un telegrama con estas palabras: «Enhorabuena, maestro. Todo llega al fin, incluso en este país de hijos de puta». Quise enviarlo por teléfono, pero la empleada se negó a aceptarlo. No podemos, dijo, aceptar telegramas telefónicos con palabras malsonantes. De nada me sirvió argumentar que no se puede calificar de malsonante el término que con mayor precisión histórica y social define, más o menos, a media España. La chica se mantuvo firme. Así que tuve que salir a la calle y buscar una oficina de Telégrafos.

Arturo Pérez Reverte XLSemanal, 17 de mayo de 2009








Últimos años con Marsé
No había nadie, rediós. O casi nadie. Estaba allí Juan Marsé en persona, y se habían juntado cuatro gatos: medio centenar de alumnos de la universidad de Barcelona, algún profesor y dos o tres periodistas. Hacíamos más bulto los invitados, los amigos del escritor y los estudiosos europeos y norteamericanos especialistas en la obra del homenajeado. Y al contar cabezas me quedé de pasta de boniato. Anda la leche, pregunté. Dónde carajo están todos. Profesores, catedráticos, concejales de cultura. Gente así. Hasta ese momento había creído que un simposio internacional de tres días y quince conferencias y mesas redondas, una detrás de otra, sobre la obra del autor de Últimas tardes con Teresa, en la ciudad que tiene el privilegio de contarlo entre sus vecinos, sería un tumulto de gente dándose de hostias en la puerta para conseguir un asiento desde el que asistir al despiece minucioso de la obra de quien, con el buen abuelo Delibes, es uno de los dos grandes novelistas españoles vivos de la segunda mitad del siglo XX. Pero nasti de plasti. A pocos metros de allí, por los pasillos de la universidad, me había cruzado con profesores y alumnos que salían de clase. Algunos de esos profesores, pensé, enseñarán Literatura. Supongo. Cobrarán un sueldo por eso. Y en vez de estar ahora sentados aquí con sus alumnos, zascandilean por ahí tomando un café o rascándose los académicos huevos. Imbéciles. Marsé, por supuesto, estaba a lo suyo. Impasible, con su cara de tipo duro, que a mí me gusta asociar con la de un viejo boxeador marcado por la vida, respondía a las preguntas de los conferenciantes y del público con la cachaza tranquila de quien lo tiene todo muy claro. Oyéndolo hablar de su personalísimo territorio novelesco, de cómo sus voces narrativas, hijos, sobrinos o nietos de héroes cansados cuentan el ocaso de hombres curtidos en cien batallas que terminan llorando como niños por las tabernas, no pude menos que recordar unas palabras de Rafael Chirbes aplicando a Marsé lo que el poeta Cernuda dijo en cierta ocasión del novelista Galdós: es tan grande que sabe colocarse a la altura de sus personajes, incluso de los más abyectos, poniéndose con ellos tan a ras del suelo que los tontos y los pedantes lo toman por pequeño. Y nada más cierto, oigan. Que de tontos y pedantes Marsé sabe un rato largo. A estas alturas nadie discute ya su talla literaria, ni el peso decisivo que su obra tiene en la literatura española contemporánea -mis favoritas son Últimas tardes con Teresa, Si te dicen que caí, Un día volveré, La oscura historia de la prima Montse y el cuento Teniente Bravo-. Pero no siempre fue así. En las hemerotecas hay pruebas clamorosas del ninguneo al que lo sometieron, en su día, los mandarines de la alta literatura y las bellas letras. Pero, claro. En otro tiempo comunista -del Pecé francés de Francia, ojo, un sitio serio- incómodo para los pijos de la alta burguesía catalana y las chochitos locos que jugaban a ser izquierda de barra de bar, Marsé tuvo y tiene, encima, el descaro de escribir en español y de seguir ejerciendo de mosca cojonera para el nacionalismo pujolista, sus epígonos y derivados; que, en la obsesión por tener a toda costa un Nobel que escriba en catalán, llevan años promocionando a un paniaguado mediocre llamado Baltasar Porcel. Que no tiene nada que decir, y a quien, además, nadie hace ni puñetero caso. Lo cierto es que Marsé dejó atrás hace tiempo la línea de sombra a partir de la cual la envidia y la mala fe ajenas dejan de hacer daño a un novelista, sometido ya al juicio inapelable de sus lectores. Por eso llama tanto la atención que los presuntos responsables culturales de la ciudad donde vive -una ciudad que siempre hizo de la cultura su emblema- miren hacia otro lado en momentos como éste. Y claro. Te preguntas si saben lo que tienen. O si lo merecen. Me refiero al lujo de decir a los jóvenes estudiantes: mirad, en esta calle, en esa casa, vive Juan Marsé. Un escritor grande con quien todavía se puede hablar, porque está vivo. Pero no. Esperan, como siempre, a que palme. Entonces se volcarán en incienso al novelista ausente e imprescindible. Gran pérdida, etcétera. Lo que ignoran esos oportunistas es que Marsé y yo hemos discutido ya el asunto, entre uno y otro vaso de vino. Si le sobrevivo -aunque nunca se sabe- he prometido escribir un largo y detallado artículo, aquí o en donde toque. Se titulará: “A buenas horas, hijos de la gran puta”.

Arturo Pérez Reverte, 23 de noviembre de 2003




viernes, 15 de mayo de 2009

Trilobites de Aveiro


Son 465 millones de años más antiguos que el primer homínido europeo que vivió en Atapuerca y poblaron la tierra casi trescientos millones antes de que lo hiciera el primer dinosaurio. Vivían en los mares de todo el planeta y, de forma muy abundante, en el espacio que ahora ocupa Galicia y el resto de España y Portugal. Solo que por aquel entonces todo era fondo marino y ni tan siquiera existía el relieve que emergería millones de años después para dar lugar a la Península. En este hábitat vivían hace 528 millones de años los trilobites, los artrópodos marinos característicos de la era Paleozoica. Y es también en este entorno donde un equipo internacional de paleontólogos, liderados por el CSIC y coordinados por el gallego Juan Carlos Gutiérrez-Marco, ha encontrado el mayor yacimiento de trilobites gigantes localizado hasta la fecha. Los fósiles de estos organismos similares a los crustáceos, hallados en la cantera portuguesa de Arouca (Aveiro), llegan a alcanzar incluso los 90 centímetros de longitud, cuando lo habitual es que no superen los diez. La datación se ha fijado en 465 millones de años.



«Batimos el récord que hasta ahora tenía Canadá con un único ejemplar de 70 centímetros, pero aquí tenemos muchos y más grandes», explica Gutiérrez-Marco. Pero ¿a qué se debe este abultado tamaño? En un trabajo publicado en la revista científica Geology , los investigadores han probado que ha sido el frío lo que ha causado el gigantismo de los trilobites, tal y como ocurre ahora con especies de cangrejo de hasta dos metros localizados en aguas antárticas. «Es la evidencia más antigua de gigantismo polar, un fenómeno que se registra en los organismos actuales, pero del que nosotros demostramos que se remonta a esa época, hace 465 millones de años», constata el paleontólogo del CSIC.

Pero ¿frío gélido en Galicia y Portugal? En la época sí. En el período Ordovícico (488 a 433 millones de años), los territorios ibéricos se encontraban muy cerca de lo que antes era el Polo Sur (el actual Sáhara) y formaban parte de la plataforma marina que circundaba el desaparecido macrocontinente de Gondwana.

El estudio también ha encontrado la clave del éxito evolutivo de una especie que, pese a su aparente fragilidad y a estar amenazada por gran número de predadores, pobló los fondos marinos durante 278 millones de años y resistió a la masiva extinción de la glaciación Ordovicia y a otras menores. Su dilatada supervivencia se debió a que estos pequeños organismos que colonizaron los mares de la era Paleozoica se agrupaban en grandes grupos de miles de ejemplares, una estrategia con la que sorteaban a sus atacantes en sus dos fases de mayor vulnerabilidad: la muda de su caparazón y la reproducción.

Además de ser los más grandes, son los que mejor conservados se han hallado. Así lo ha confirmado el coordinador de la investigación, el científico del CSIC Juan Carlos Gutiérrez Marco, quien explica: “La cantera brinda fósiles de especies conocidas, pero lo que resulta excepcional es que los ejemplares adultos se conservan completos".
Gutiérrez-Marco describe el yacimiento como “una pequeña Pompeya de trilobites en un fondo marino de hace 465 millones de años, en la que muchos invertebrados perecieron sofocados y yacen en el mismo lugar en el que vivieron”. Así, se han encontrado algunos individuos enrollados en posición defensiva u otros que murieron mientras mudaban el caparazón y conservan su vieja muda junto al cadáver.
Esta circunstancia ha permitido a los investigadores trazar instantáneas de la vida de los trilobites, unos organismos que colonizaron los mares paleozoicos durante 250 millones de años. “Esto ha permitido ver que los trilobites no se distribuían aleatoriamente sobre el fondo marino, sino que se congregaban en grandes grupos, con decenas a miles de individuos de cada especie, rodeados por amplias extensiones vacías”, explica el paleontólogo del CSIC.


Según Artur Sá, coautor de la investigación y paleontólogo de la Universidad portuguesa de Trás-os-Montes e Alto Douro, “estos agrupamientos obedecen a patrones defensivos frente a los depredadores y han sido observados en muchos organismos actuales durante los procesos de muda y reproducción en masa, como el cangrejo cacerola de las Molucas”.

Tanto la cantera como los fósiles pueden visitarse en el Centro de Interpretación Geológica de Canelas en el Geoparque Arouca, integrado en la red europea de geoparques de la UNESCO.

jueves, 14 de mayo de 2009

Corto Maltés



Hugo Pratt ideó la figura de Corto Maltés como nacido el 10 de julio de 1887 en La Valeta (Malta). Su padre era un marino británico procedente de Cornualles y su madre era una gitana, apodada "la niña de Gibraltar", nacida en Sevilla. Debido al Origen de su padreCorto Maltés es un súbdito británico. Su residencia oficial está en La Antigua, en las Antillas, pero su residencia preferida se encuentra en Hong-Kong. Corto Maltés vivió buena parte de su infancia en Córdoba.
La primera aparición de Corto se da en el título La balada del mar salado (Norma Ed.) Donde el maltés es recogido del agua por su amigo Rasputín. En este cuento, narrado por el propio océano, el protagonista nos da una pequeña pista de sus orígenes. Narra cómo una amiga de su madre, una gitana llamada Amalia, se interesa por leer el porvenir del joven en la línea de la fortuna de su mano. Pero se da cuenta de que Corto no posee esta línea, esto hace que el muchacho se impresione mucho y decida hacerse su propio destino. Con la cuchilla de afeitar de su padre se hizo una línea de la fortuna a su gusto.


Su primer viaje lo hizo a Egipto y con apenas 13 años viajó a Manchuria. Corto Maltés es un aventurero al uso de la época y sus viajes no son sólo como observador, sino que siempre acaba viéndose envuelto en los sucesos que le rodean. No es un héroe, pero inevitablemente, siempre brinda su ayuda a los más débiles.


Las referencias a Venecia que se van desgranando en sus libros es tan amplia, que se ha recogido en una guía titulada “La Venecia secreta de Corto Maltés. Itinerarios fantásticos y ocultos de Corto Maltés en Venecia”. De guido Fuga y Lele Vianello, editada por Norma Editorial.


La guía recoge muchos detalles en los que no nos fijaríamos con una guía turística típica. De la misma manera, siguiendo estas rutas, se consigue combinar los lugares más abarrotados y turísticos de Venecia, como el Campo de San Bartolomeo, pero a la vez descubrir callejuelas laberínticas donde la vida cotidiana sigue su curso y nos sumerje en tesoros medievales y renacentistas.
Uno de los recorridos más significativos es el que recorre las callejuelas del viejo gueto o barrio judío, donde Corto Maltés rememora algunos de sus recuerdos de infancia, que aparecen en el libro Fábula de Venecia


Otra de las grandes virtudes de la guía es la selección de bares y restaurantes. Aparecen un total de 115 locales y antiguas tascas, algunas de ellas reformadas y reconvertidas en restaurantes, pizzerías o cafés, pero podemos aún vislumbrar algunos detalles que nos trasladarán a las conversaciones de taberna que mantiene Corto con distintos personajes.