jueves, 26 de mayo de 2011

Takorasu



















Takorasu (qué nombre más chulo) es un dibujante japonés.

http://www.takorasu.com/

sábado, 21 de mayo de 2011

Mis intenciones electorales. Félix de Azúa.

La célebre sentencia latina "Todas hieren, la última mata", aplicado a nuestro sistema de representación vendría a decir que si bien todos los días ponen de manifiesto la increíble estolidez de nuestra clase dirigente, el periodo electoral puede hundirnos en la desesperación. Mucha prudencia, por lo tanto.

El desplome de nuestra esperanza nace de ese sentimiento, digno y espontáneo en cualquier persona decente, que es la culpabilidad. Tendemos a pensar que los pigmeos que se pavonean en parlamentos, diputaciones y ayuntamientos no son sino lo que nos merecemos, el exacto retrato de la así llamada "sociedad española". Hay que sortear el masoquismo. La verdad es que no es cierto. Podrían ser aún peores.

La democracia española no es como la europea en la que hay que demostrar una cierta capacidad para acceder a puestos de responsabilidad. He repetido hasta la nausea que la nuestra es una democracia latinoamericana, un sistema montado a trancas y barrancas que sólo busca el beneficio de los sindicatos políticos (también llamados "partidos") y no el de la población, con el fin de que los en verdad poderosos hagan cuanto les venga en gana. La tercermundista historia de las Cajas de Ahorro da una idea de cómo funciona el tinglado.

Italia también se nos asemeja, pero con una diferencia: los italianos han aprendido a desenvolverse sin sus políticos. Les han entregado una considerable parte de la riqueza nacional para que roben hasta hartarse, pero con la condición de que no estorben. La popularidad de un rufián como Berlusconi es transparente: le seguirán eligiendo porque es el menos totalitario del arco, el que menos interviene en sus vidas, el payaso. No puede dar lecciones de moralidad y esa es una gran ventaja.

En España aún no hemos aprendido a prescindir de nuestros políticos, todos ellos de un moralismo episcopal, es decir, farisaico. El periodismo nacional prefiere llenar páginas, horas y pantallas con las trivialidades que les dicta cada oficina de propaganda, antes que intentar informar de algo, de manera que los futbolistas y los políticos, junto con las hembras del fornicio, son lo que más abunda en nuestra vida cotidiana. Hemos de aprender a borrarlos de nuestra existencia.

Por ejemplo, en las próximas elecciones no me cabe la menor duda de que hay que votar aquello que más irrite a los políticos que han estado mangoneando en cada zona del país. Estaría bien el voto en blanco si no fuera porque luego se suma al partido más votado, de modo que es un regalo. El voto nulo o la abstención me parecen perfectamente justificados, pero aún mejor es votar aquello que amenace sus nóminas y que es cambiante según las regiones, las ciudades y los pueblos.

Días atrás vi a una señora mayor que estaba feliz porque había logrado que le dieran una rebaja laboral para atender a su nieta. Al parecer era un derecho que le correspondía, pero ningún funcionario se lo había dicho. Muerta su hija trágicamente hacía poco, resulta que podía heredar ese mínimo alivio para cuidar de la huérfana. Absolutamente nadie sabía que ese privilegio está en el ordenamiento laboral. Todos sabemos, sin embargo, que la Junta de Andalucía subvenciona cursos sobre sexualidad cuyos libros de texto son revistas pornográficas. Los textos.

Abajo he colgado un SOS de otra gente que lo está pasando mal y nadie se ocupa de ellos porque sus enfermedades no tienen ficha en los kafkianos archivos de la burocracia catalana. Lo sé de buena tinta porque me lo ha enviado una amiga que padece una de esas enfermedades y ha heredado de su padre, que fue mi maestro, una infrecuente entereza moral. Es de esa estirpe que nunca pide ayudas, sino que exige lo suyo, lo que se le debe. Y encima no da las gracias. Gran persona.

Todos sabemos que el gobierno catalán se está cargando la sanidad pública, así que es el momento de exigirle que se abstenga de hundirla aún más. Ya tendrán años para amenazar, insultar, multar, corromper, mentir, ocultar, robar, chantajear, viajar en primera, pero sobre todo comer, comer y comer antes y después del partido de fútbol y durante y entretanto.

Pues ahora que trabajen un poco y por lo menos se vean obligados a leer la carta de estos 250.000 enfermos que no tienen más poder que su tenacidad y su voto.

sábado, 14 de mayo de 2011

viernes, 13 de mayo de 2011

En el Reino de Javier Marías




Vive en plena Plaza de la Vi­lla, el corazón más bello del Madrid medieval. Desde una tercera planta con bal­cones ha hecho latir su esperada novela, Los enamoramientos (Alfaguara). Una nueva obra maestra que bombea luz so­bre las sombras del amor. Javier Marías, uno de los escritores más importantes de este siglo, no suele dar entrevistas. Ésta es un privilegio, más aún si nos recibe en su reino. Un gran piso empapelado de libros y atravesado por cosas diminutas, tan ex­quisitas como cargadas de sentido. Aquí reside el académico de la Lengua que es­cribe con máquina eléctrica y envía sus brillantes artículos para El País Semanal todavía por fax. Aquí también descansa del genio el hombre que usa lentillas, fuma R1, le espanta verse en una foto, bebe Coca-Cola Light y está enamorado.

Por curiosidad, ¿cuántos libros hay aquí?

Unos veinte mil.

¡Veinte mil!

Es que tengo otro piso abajo que utilizo sólo como biblioteca, allí recibo cuando vienen invitados y me encierro a escribir si no quiero que me molesten... porque nadie sabe el número de teléfono.

Es curioso, pero vives frente a una de las plazas más turísticas de Madrid, ¿cómo llevas tanto jaleo a la hora de escribir?

Antes mal, sobre todo porque estaban las oficinas del Ayuntamiento. Sin embargo ahora sólo vienen manifestantes una vez a la semana, cuando hay pleno. Entonces

tengo que dejar de escribir por unas ho­ras, pero la verdad es que vivir en la Plaza de la Villa es una delicia. Para mí es de las más agradables. Esta casa la ocupaba antes Javier Gurruchaga y, a través de un amigo común, cuando él la dejó, tuve la suerte de. cogerla. Llevo aquí ya 15 años.

Y de aquí ha salido tu nueva novela, Los enamoramientos. En cierta ocasión leí que decías: «No releo nunca lo que escribo hasta al final. Entonces, ya no hay vuelta atrás; o lo meto en un cajón, o lo publico». No me imagino una novela tuya en un cajón de esta casa...

No te creas, en este caso no la he metido en el cajón, aunque la cosa ha estado más dudosa de hacerla que otras veces. Tra­bajo siempre con mucha inseguridad.


¿Cómo se puede tener inseguridad tras 40 años de oficio y ser el escritor español más premiado internacionalmente?

Publiqué mi primera novela con 19 años. Toda esa veteranía me ha servido para aprender una cosa: al escribir, como en cualquier tipo de trabajo artístico, se gana muy poca seguridad. Lo cual es un poco desesperante. Y te confieso que en este caso la inseguridad ha sido mayor, porque era la primera novela después de Tu rostro mañana, que fueron tres vo­lúmenes, 1.600 páginas y ocho años de trabajo. Mi libro con mayor ambición literaria. Tanto, que cuando lo terminé pensé que nunca más iba a escribir. Así que cuando comencé Los enamoramien­tos lo hice como si volviese a empezar. Fíjate que a la primera persona que se lo dejé leer le pregunté: «Pero, entonces, ¿tú lo ves publicable?» (risas). «Sería un pecado no publicarlo», me dijo.

¿Cuál fue el primer latido de esta novela?

A mí me sucede mucho que tengo una idea inicial para un libro y, tras buscar un itinerario para llegar hasta ella, lue­go no queda como la principal. En este caso, el primer latido fue una pregunta: ¿se puede seguir al lado de una persona a sabiendas de que ha hecho algo espan­toso que además ha repercutido indirec­tamente en tu vida?

¿Y... ?

Todo el mundo quiere enamorarse, es un tipo de sentimiento apreciado, positivo. Aunque puede sacar lo peor de las perso­nas. Y el que está al lado puede consen­tir algo que de ninguna manera dejaría pasar si no mediase ese sentimiento. Yo he visto, incluso he experimentado cosas magníficas, pero también muy desolado­ras en el terreno del amor.

El filósofo y psicólogo Erich Fromm dice que «uno empieza a amar cuando deja de enamorarse», ¿estás de acuerdo?

Para mí el enamoramiento es un estado, no un proceso. La gente confunde el enamoramiento con la pasión, con el momento de la ilusión. Yo pienso que es posible estar profundamente enamorado después de los años. Obviamente, tras una década no vas a estar mirándote a los ojos todo el día y sin salir de la cama. Pero dos personas pueden tener la plena conciencia de estar enamorados a pesar del tiempo, y creo que es precisa­mente por esa lucidez, y no por un des­varío, por lo que se está dispuesto a pasar por cosas que normalmente no tolerarías. Aunque sean atroces. Entonces, cabe pre­guntarse: ¿hasta qué punto se debe callar aun a riesgo de dejar algo impune?

¿Hallaste la respuesta después de escribir?

No. Sigo sin tenerla. Pero no escribo para encontrar respuestas, ni creo en las nove­las que lo hacen. Faulkner decía que la literatura logra lo mismo que una pobre cerilla que se enciende en mitad de la noche, en mitad de un campo. No sirve para iluminar nada, solamente para ver cuánta oscuridad hay a nuestro alrededor y lo poco claras que tenemos tantas cosas.

Llevas encendiendo cerillas en 19 libros y un sinfín de artículos. ¿Cómo convives con el paso del tiempo?

Pues depende del día. Cuando frecuen­tas a las mismas personas o vives en un mismo lugar conservas una sensación de presente prolongado. Pero si cambias de casa o te separas se produce un quiebro en la continuidad que abre un nuevo pre­sente y te hace sentir el peso del tiempo. En mi caso, con eso tengo un cier­to espejismo, por­que hay algunas cosas de mi vida que siempre se han mantenido parecidas.

¿Cuáles?

He publicado una media de un libro cada tres años, no he tenido hijos, algo que te hace ver pasar los días, y luego, claro, está el hecho de vivir solo. Así que me creo que soy bastante el mismo que hace veinticinco años. Pero quizás en esto me engañe un poco.

¿Nunca has vivido en pareja?

Siempre he tenido pareja, pero casi nun­ca he vivido con ellas. Incluso la actual está en otra ciudad.

¿Y has echado de menos tener hijos?

No. No especialmente. La parte del afec­to lo pongo en sobrinos o hijos de amigos.

Hay cosas que sí cambian. Tus narra­dores siempre han sido masculinos, pero en tu nueva novela es una mujer. ¿Cómo te has sen­tido dentro de una voz femenina?

No he notado tanta diferencia. Esta idea de que las mujeres tienen una psicolo­gía determinada me parece una tontería machista. Hay tantas mujeres dis­tintas entre sí como hombres distintos entre sí, si es que no más. Y también hay muchas mujeres que no tienen nin­gún tipo de afinidad con otras.

Con quien compartes afinidades, y espacio en la Real Academia, es con tu amigo Arturo Pérez-Reverte…

Es una amistad curiosa porque somos dos escritores muy diferentes. Es posi­ble que mis libros no sean los que más le gusten a Arturo. Pero yo admiro mucho lo que no sé hacer, por eso tengo fascina­ción por lo que él escribe y creo que además lo hace extraordinariamente bien. Disfruto mucho con todos sus libros. Y luego con Arturo me pasa que somos del mismo año: del 51. Sólo le llevo un par de meses. Él es de noviembre y yo soy de septiembre. No diré que es una persona de cuya incondicionalidad o lealtad esté completamente seguro, porque de eso no se puede estar seguro con nadie, pero sí que Arturo es una de esas personas con las que uno sabe que puede caminar por cualquier territorio. En cambio con otras, ni cruzar la calle.

Arturo me dijo que eras un «psicópata» en cuanto a coleccionar soldaditos de plomo. ¿De dónde surge esa afición?

Creo que para mí son una manera in­consciente de tener una representación de eso a lo que nos dedicamos los nove­listas, que es manejar figuras a las que les hacemos hacer y padecer cosas.

GEMA VEIGA

miércoles, 11 de mayo de 2011