lunes, 31 de enero de 2011

Sonata de Otoño


"Llegué hasta su alcoba, que estaba abierta. Allí la oscuridad era misteriosa, perfumada y tibia, como si guardase el secreto galante de nuestras citas. ¡Qué trágico secreto debía guardar entonces! Cauteloso y prudente dejé el cuerpo de Concha tendido en su lecho y me alejé sin ruido, En la puerta quedé irresoluto y suspirante. Dudaba sí volver atrás para poner en aquellos labios helados el beso postrero: resistí la tentación. Fue como el escrúpulo de un místico. Temí que hubiese algo de sacrílego en aquella melancolía que entonces me embargaba. La tibia fragancia de su alcoba encendía en mí, como una tortura, la voluptuosa memoria de los sentidos. "

Ramón María del Valle-Inclán (1866-1936)
Pintura: Sonata de otoño de Thomas Wilmer Dewing (1851 - 1938)

La canal de Mancorbo en los Picos de Europa. Carlos de Haes


Paisaje de los grandes peñascos del canal de Mancorbo, situado en las laderas bajas del macizo de Andara en la zona oriental de los Picos de Europa, en la comarca cántabra de Liébana. En el margen inferior, tres vacas y su pastor arropado con una manta.

La técnica empleada, bastante pulida y terminada, junto a las grandes dimensiones de la obra, revela la realización de este lienzo en el estudio del pintor. Destaca, a pesar de ello, su calidad pictórica y el realismo que emana de la composición.

El boceto preparatorio para este cuadro, fechado in situ en 1874, se conserva en Santander, colección particular.

Esta obra fue adquirida al autor para el Museo del Prado por Real Orden de 10 de agosto de 1876, ingresando posteriormente en el desaparecido Museo de Arte Moderno, de donde volvió al Museo del Prado.

sábado, 29 de enero de 2011

Paul Newman y su matrimonio

“Yo tomo las grandes decisiones y Joanne las pequeñas. Por ejemplo: si yo quiero vivir en California y ella en Connecticut, vivimos en Connecticut. Porque eso no es importante. Si ella quiere que los niños vayan a un colegio y yo que vayan a otro, van al que ella quiere. Eso no es una decisión importante. Si ella insiste en que sea demócrata y no republicano, entonces me hago demócrata. Eso no es importante. Lo importante es nuestra política exterior con respecto a China. Y de eso me ocupo yo”

Niños de Ucrania


El problema de los niños en Ucrania es alarmante. Según datos no oficiales hay alrededor de 200.000 mil niños sin hogar en el país, sufriendo pobreza y malos tratos.

http://www.streetchildren.com.ua/campaign/

miércoles, 26 de enero de 2011

Un aroma de exilio decente.

Como conté en este diario el 14 de junio de 1998, Jaime Salinas me vio por primera vez cuando yo tenía pocos meses, en brazos de mi madre, asomado a una ventana de una casa de Wellesley, Massachussets. Quizá por eso fue el primer editor que me dio trabajo, en 1974, cuando era un jovenzuelo, y me permitió traducir, para la Revista de Occidente que él dirigía, un cuento de John Updike en el que metí bien la pata una vez y aun me atreví a discutirle que la hubiera metido. Pese a eso, me confió enseguida la versión española de un libro entero, El brazo marchito, de Thomas Hardy, relatos de extrema dificultad en los que me dejé la piel y en los que creo que ya no metí pata alguna. Con posterioridad nuestros caminos se fueron cruzando y distanciando, pero sin duda ha sido una de las presencias fundamentales de mi vida, sobre todo de la juvenil. Esto, claro está, carece de toda importancia (o sólo la tiene para mí). Pero estoy convencido de que algo parecido podrían decir o haber dicho muchos de los escritores notables de la segunda mitad del siglo XX: Benet y García Hortelano, Azúa y Molina Foix, Millás y Gimferrer y Guelbenzu, Martínez Sarrión y Ana Moix. Por supuesto Carlos Barral, y tal vez, de otro modo, su tocayo Gil de Biedma.

Salinas fue todo lo contrario de la mayoría de los editores actuales. Procuraba mantenerse siempre en la sombra y dar poco su opinión, o, a lo sumo, disfrazarla en frases estudiadamente inconexas que a menudo dejaba sin terminar: “Bien, este libro, como tú comprenderás, se inscribe en una tradición que casi nadie ha seguido en España, así que, claro está, tú verás…”, y así podía seguir durante un buen rato, sin que uno llegara nunca a saber qué le había parecido de verdad. Sus criterios editoriales, sin embargo, eran muy nítidos: disimuladamente nítidos. Y su principal objetivo era sacar a España de sus seculares provincianismo y atraso; elevar el nivel general, en la confianza de que la gente desea eso en el fondo: que se le pida un esfuerzo para prestarse a hacerlo, que se la trate como a adulta y cultivada para empeñarse en serlo; y conseguir que este fuera un país como los de nuestro entorno. Los españoles, tan dados a la fatuidad, creen que esto ya está logrado. Y desde mi punto de vista se equivocan, ha habido un monstruoso retroceso en los últimos diez o quince años.

Pero desde luego no estaba logrado en los años sesenta, cuando Salinas -junto con Javier Pradera- inició la colección de bolsillo de Alianza y nos puso a leer a Proust, casi en masa (algo inimaginable hoy), en la traducción de su padre, Pedro Salinas, y de Consuelo Berges, aún muy superior a las que han venido después; o nos rescató a Freud, al hoy ensalzadísimo Chaves Nogales y a tantos autores más. Tampoco estaba logrado en los setenta ni en los ochenta, cuando, gracias a él y a Claudio Guillén, se hicieron en Alfaguara maravillosas ediciones de clásicos: March y Curial y Güelfa traducidos por Gimferrer, Petrarca por Rico, Diderot por Azúa, Leopardo por Colinas, Manzoni por Esther Benítez, Marlowe por el malogrado Aliocha Coll, Newton, Kant, Maquiavelo, Sterne, Fielding y Sir Thomas Browne. O cuando se atrevía a publicar -en Alianza Tres o en la propia Alfaguara- a Calvino y a Platonov y a Modiano, a Bernhard y a Walter, a Mandelstam y a Biely, a Fernando del Paso y a Millás, más tarde a Coetzee o a Pérez-Reverte, aunque con Salinas ya más en la distancia, su torre ya más alta y aislada, sus juicios aún más camuflados.

En aquella semblanza de 1998 -más extensa, menos improvisada y sobre todo escrita sin pena ni estupor-, dije que era “uno de esos hombres que se dan poco en España y si se dan son malgastados, y que llevan consigo un aroma de exilio decente, un titubeo deliberado -como para no molestar con ningún aplomo- y un largo poso de civilización. Jaime Salinas lleva, en suma, el sello de la Segunda República, lo cual significa que apenas si lleva sello, de tan tenue que ese en concreto ha llegado a ser”. Y, ahora que lo recuerdo, solía dar una gran fiesta en su casa cada 14 de abril, al menos mientras Franco vivió. Con su muerte hoy lejana y levemente exiliada, en Reikiavik, ese sello que hoy tantos usurpan se ha hecho todavía más tenue, nuestro país se ha empobrecido un poco más, y muchos escritores nos sentimos bastante más huérfanos y sin nuestro testigo principal.

JAVIER MARÍAS

El País, 26 de enero de 2011

Alejandro Magno

El Canal de Isabel II de Madrid dedica una gigantersca exposición al rey macedonio, con piezas procedentes de más de 30 museos del mundo. La exposición estará abierta hasta el 3 de mayo.





martes, 25 de enero de 2011

La muerte de Lucrecia de Eduardo Rosales


Tras ser violada por Tarquinio, hijo del rey de Roma, Lucrecia se da muerte ante su padre y su esposo, quienes sostienen su cuerpo, mientras su primo Bruto con el puñal ensangrentado en la mano, clama venganza.
Presentada a la Exposición Nacional de 1871 logró una primera medalla gracias a la modernidad con que fue abordada. La técnica de ancha factura y golpes de pincel muy empastado, no está reñida con un dibujo firme y fuerte. Por otro lado la emocionante utilización de la luz en claroscuro, resaltando las figuras pero dejando en penumbra la estancia, contribuyen a crear el efecto dramático deseado y convirtiendo esta pintura en una de las más notables del artista.
Museo Nacional del Prado.

sábado, 22 de enero de 2011

Luís Cernuda.


Donde habite el olvido...

Donde habite el olvido,
En los vastos jardines sin aurora;
Donde yo sólo sea
Memoria de una piedra sepultada entre ortigas
Sobre la cual el viento escapa a sus insomnios.

Donde mi nombre deje
Al cuerpo que designa en brazos de los siglos,
Donde el deseo no exista.

En esa gran región donde el amor, ángel terrible,
No esconda como acero
En mi pecho su ala,
Sonriendo lleno de gracia aérea mientras crece el tormento.

Allí donde termine este afán que exige un dueño a imagen suya,
Sometiendo a otra vida su vida,
Sin más horizonte que otros ojos frente a frente.

Donde penas y dichas no sean más que nombres,
Cielo y tierra nativos en torno de un recuerdo;
Donde al fin quede libre sin saberlo yo mismo,
Disuelto en niebla, ausencia,
Ausencia leve como carne de niño.

Allá, allá lejos;
Donde habite el olvido


No es el amor quien muere...

No es el amor quien muere,
somos nosotros mismos.

Inocencia primera
Abolida en deseo,
Olvido de sí mismo en otro olvido,
Ramas entrelazadas,
¿Por qué vivir si desaparecéis un día?

Sólo vive quien mira
Siempre ante sí los ojos de su aurora,
Sólo vive quien besa
Aquel cuerpo de ángel que el amor levantara.

Fantasmas de la pena,
A lo lejos, los otros,
Los que ese amor perdieron,
Como un recuerdo en sueños,
Recorriendo las tumbas
Otro vacío estrechan.

Por allá van y gimen,
Muertos en pie, vidas tras de la piedra,
Golpeando la impotencia,
Arañando la sombra
Con inútil ternura.

No, no es el amor quien muere


Quisiera estar solo en el sur

Quizá mis lentos ojos no verán más el sur
de ligeros paisajes dormidos en el aire,
con cuerpos a la sombra de ramas como flores
o huyendo en un galope de caballos furiosos.

El sur es un desierto que llora mientras canta.
Y esa voz no se extingue como pájaro muerto;
hacia el mar encamina sus deseos amargos,
abriendo un eco débil que vive lentamente.

En el sur tan distante quiero estar confundido.
La lluvia allí no es más que una rosa entreabierta;
su niebla misma ríe, risa blanca en el viento.
Su oscuridad, su luz, son bellezas iguales.







Si el hombre pudiera decir lo que ama...

Si el hombre pudiera decir lo que ama,
si el hombre pudiera levantar su amor por el cielo
como una nube en la luz;
si como muros que se derrumban,
para saludar la verdad erguida en medio,
pudiera derrumbar su cuerpo,
dejando sólo la verdad de su amor,
la verdad de sí mismo,
que no se llama gloria, fortuna o ambición,
sino amor o deseo,
yo sería aquel que imaginaba;
aquel que con su lengua, sus ojos y sus manos
proclama ante los hombres la verdad ignorada,
la verdad de su amor verdadero.

Libertad no conozco sino la libertad de estar preso en alguien
cuyo nombre no puedo oír sin escalofrío;
alguien por quien me olvido de esta existencia mezquina
por quien el día y la noche son para mí lo que quiera,
y mi cuerpo y espíritu flotan en su cuerpo y espíritu
como leños perdidos que el mar anega o levanta
libremente, con la libertad del amor,
la única libertad que me exalta,
la única libertad por que muero.

Tú justificas mi existencia:
si no te conozco, no he vivido;
si muero sin conocerte, no muero, porque no he vivido.

Te quiero...

Te quiero.

Te lo he dicho con el viento
jugueteando tal un animalillo en la arena
o iracundo como órgano tempestuoso;

te lo he dicho con el sol,
que dora desnudos cuerpos juveniles
y sonríe en todas las cosas inocentes;

te lo he dicho con las nubes,
frentes melancólicas que sostienen el cielo,
tristezas fugitivas;

te lo he dicho con las plantas,
leves caricias transparentes
que se cubren de rubor repentino;

te lo he dicho con el agua,
vida luminosa que vela un fondo de sombra;
te lo he dicho con el miedo,

te lo he dicho con la alegría,
con el hastío, con las terribles palabras.
Pero así no me basta;
más allá de la vida
quiero decírtelo con la muerte,
más allá del amor
quiero decírtelo con el olvido.



CONTIGO

¿Mi tierra?
Mi tierra eres tú.

¿Mi gente?
Mi gente eres tú.

El destierro y la muerte
para mi están adonde
no estés tú.

¿Y mi vida?
Dime, mi vida,
¿qué es, si no eres tú?


Poeta español nacido en Sevilla en 1902.
Perteneció a una familia acomodada donde respiró una atmósfera de estricta disciplina y desafecto reflejada en su carácter tímido, introvertido y amante de la soledad.
Estudió Derecho y Literatura Española. Lírico exquisito, fue encasillado entre los representantes de la «Poesía pura».
En 1925 comenzó a frecuentar el ambiente literario, haciendo amistad con los más destacados poetas de su generación: Alberti, Aleixandre, Prados, y García Lorca, entre otros.
Exiliado después de la guerra civil, fue profesor de Literatura en Glasgow, Cambridge, Londres, Estados Unidos y México, donde falleció en 1963.

viernes, 21 de enero de 2011

Frases


Siempre me he sentido en la frontera. Nunca era de allí, siempre de otro sitio.Cuando por fin pude elegir tuve que renunciar.

"No hace falta ser una casa encantada para sentirse hechizado. El cerebro tiene pasillos que superan el límite del espacio físico." (Emily Dickinson)

"No hay testigo más terrible, ni acusador más severo que la conciencia que habita en el corazón del ser humano." (Polibio, historiador griego)

"Es mejor escribir para uno mismo y no encontrar público, que escribir para el público y no encontrarse uno mismo." (Cyril Connolly)

"Si luchas con monstruos, cuida de no convertirte también en monstruo. Si miras durante mucho tiempo un abismo, el abismo puede asomarse a tu interior." (Friedrich Nietzsche)

"Lo que dejamos atrás y lo que tenemos por delante no son nada comparado con lo que llevamos dentro." (Ralph Waldo Emerson)

"Los hombres prefieren devolver un agravio a devolver un favor, porque la gratitud es una carga y la venganza un placer." (Tácito)

"Hay algo sagrado en las lágrimas. No son señal de debilidad sino de poder. Son las mensajeras de una pena abrumadora y de un amor indescriptible." (Washington Irving)

"¡Oh!, que red de intrigas tejemos cuando empezamos a mentir." (Sir Walter Scott)

La esperanza es el peor de los males, porque prolonga el tormento de los hombres." (Nietzsche)

"La esperanza es esa cosa con plumas que se posa en el alma y canta sin parar." (Emily Dickinson)

"Todos estamos sentenciados de por vida a la soledad en la que nos encierra nuestra piel." (Tenessee Williams)

"He descubierto la paradoja de que amando hasta que me duela, dejo de sentir dolor, solo siento más amor" (Madre Teresa)

"No hay nada más fuerte que la ternura, y nada tan tierno como la autentica fuerza." (Ralph W. Sockman)

jueves, 20 de enero de 2011

Ellie Goulding. Lights

Asesinos de libros


Ver matar a un hombre, escuchar los gritos de una mujer violada o ver cómo arde una biblioteca son tres experiencias dudosamente recomendables. De todas ellas ostento el dudoso honor de haber sido testigo. Mencionadas aquí, en frío, tan bárbaras actividades parecen propias, en exclusiva, de escenarios brutales y distantes. Ya saben, tipos barbudos y sanguinarios. Y, sin embargo, todas pertenecen a la historia de la Humanidad hasta el punto de que a menudo se dan juntas en el mismo tiempo y lugar, a modo de manifestaciones de un horror idéntico y común: el que late en la condición humana.

Dejaré el tiro en la nuca y las mujeres que gritan para otra ocasión. A fin de cuentas, los libros que arden son síntoma de lo mismo, y arrancan del impulso infame que pinta la angustia indeleble en los ojos de una mujer o siembra los maizales de hombres con la garganta abierta y las manos atadas a la espalda. Todo es el mismo horror. Todo es la misma guerra.

Hace unos meses vi arder una biblioteca. Ardió durante toda una noche y una mañana, con los papeles y libros como pavesas, volando entre las paredes en llamas en todas direcciones, cayendo sobre la ciudad convertidos en cenizas. La ciudad se llama -todavía- Sarajevo.

Para nuestra vergüenza, los siglos de la Humanidad están oscurecidos -valga el dudoso retruécano- por las llamas de bibliotecas que arden: Alejandría, Constantinopla, Córdoba, Cluny, Heidelberg, Zaragoza, Estrasburgo. Uno conocía todo eso por las lecturas, por la historia. Muchas veces había imaginado a los soldados con antorchas, las llamas iluminando los estantes, las piras de libros ardiendo. Pero jamás, hasta Sarajevo, pude imaginar qué impotencia, qué desolación puede sentir un ser humano ante el espectáculo de la destrucción de la memoria de su raza. Destrucción siempre absurda, infame. Irracional. Tengo la imagen grabada, imborrable. Esta vez no fueron soldados con antorchas, sino modernos prodigios de la tecnología. Artefactos diseñados por ingenieros competentes, de esos que tras delinear planos y bocetos se van a casa donde les espera su Maripuri con la cena, satisfechos por haberse ganado el jornal. Aquella noche, en Sarajevo, los cañones no apuntaban a la carne humana sino a la materia que conforma su alma y su inteligencia. Ya durante la anterior campaña de Croacia -¿recuerdan una ciudad llamada Bukovar?-pude comprobar que en el conflicto de los Balcanes las primeras bombas serbias siempre eran para la iglesia, los archivos, el museo de turno. Y Sarajevo no podía ser la excepción.

Manual de instrucciones de uso: primero, desde las colinas cercanas, cañonéense los tejados de la biblioteca. Mejor si es un edificio magnífico, triangular, con atrio en forma de octógono rodeado de columnas de mármol. Después, mientras el fuego prende en los cientos de miles de libros, en las colecciones enteras de publicaciones, manuscritos y ediciones únicas, dispárese con morteros y francotiradores contra los equipos de rescate. Después déjese quemar en su propio fuego hasta que todo arda. Como ven, está tirado de puro fácil. Al alcance de cualquier hijo de puta.

Equipos de rescate. Eso suena organizado, eficiente. En realidad eran los vecinos del viejo Sarajevo, los infelices muertos de hambre, flacos y agotados, que salían de sus casas, desafiando el fuego, intentando salvar los restos de su biblioteca... Corrían bajo las balas y las bombas, entrando en el edificio y saliendo con manuscritos y libros en brazos. Los filmamos llorando sobre páginas hechas cenizas, inútiles y patéticos en su esfuerzo. No había agua con que apagar las llamas. Y todo ardió hasta los cimientos. Como ardió también el Instituto Oriental, con mil años de trabajo caligráfico reunidos desde Samarcanda hasta Córdoba, desde El Cairo hasta Sarajevo. Ediciones únicas de incalculable valor. El esfuerzo, la vida de miles de hombres que dejaron en ellos sus pestañas, su inteligencia, sus sueños. Todo fue borrado en una sola noche, y ya no existe. Ya nadie podrá volver a leerlo nunca. Jamás.

Déjenme contarles un secreto. Cuando un libro arde, cuando un libro es destruido, cuando un libro muere, hay algo de nosotros mismos que se mutila irremediablemente, siendo sustituido por una laguna oscura, por una mancha de sombra que acrecienta la noche que, desde hace siglos, el hombre se esfuerza por mantener a raya. Cuando un libro arde mueren todas las vidas que lo hicieron posible, todas las vidas en él contenidas y todas las vidas a las que ese libro hubiera podido dar, en el futuro, calor y conocimientos, inteligencia, goce y esperanza. Destruir un libro es, literalmente, asesinar el alma del hombre. Lo que a veces es incluso más grave, más ruin, que asesinar el cuerpo.

Hay homicidios conscientes, voluntarios, ejecutados con plena conciencia. Crímenes que pueden resultar, tal vez, explicables o discutibles en un momento de pasión, de ignorancia, de ira, de patriotismo, de odio, de celos, de utopía. Pero rara vez la muerte de un libro, la destrucción de una biblioteca, puede beneficiarse de atenuante o explicación alguna. Por el contrario, éste suele ser un acto voluntario, consciente y cruel, cargado de simbolismo y maldad. Ningún asesinato de libros es casual. Ningún asesino de libros es inocente.

4 de julio de 1993


Arturo Pérez-Reverte

lunes, 17 de enero de 2011

Por qué escribo. Javier Marías.


Como ya he dicho en muchas ocasiones, escribo para no tener jefe ni verme obligado a madrugar.

También porque no hay muchas más cosas que sepa hacer, y lo prefiero y me divierte más que traducir o dar clases, que al parecer sí sé hacer. O sabía, son actividades del pasado.

También escribo para no deberle casi nada a casi nadie ni tener que saludar a quienes no deseo saludar.

Porque creo que pienso mejor mientras estoy ante la máquina que en cualquier otro lugar y circunstancia.

Escribo novelas porque la ficción tiene la facultad de enseñarnos lo que no conocemos y lo que no se da, como dice un personaje de la novela que acabo de terminar. Y porque lo imaginario ayuda mucho a comprender lo que sí nos ocurre, eso que suele llamarse “lo real”.

Lo que no hago es escribir por necesidad. Podría pasarme años tan tranquilo, sin escribir una línea. Pero en algo hay que ocupar el tiempo, y algún dinero hay que ganar. También escribo para eso.

Eagles.I can't tell you why

Bora-Bora