lunes, 31 de octubre de 2011

El Cuervo




El Cuervo

Una fosca media noche, cuando en tristes reflexiones,
sobre más de un raro infolio de olvidados cronicones
inclinaba soñoliento la cabeza, de repente
a mi puerta oí llamar:
como si alguien, suavemente, se pusiese con incierta
mano tímida a tocar:
“¡Es — me dije — una visita que llamando está a mi puerta:
eso es todo y nada más!”.

¡Ah! Bien claro lo recuerdo: era el crudo mes del hielo,
y su espectro cada brasa moribunda enviaba al suelo.
Cuán ansioso el nuevo día deseaba, en la lectura
procurando en vano hallar
tregua a la honda desventura de la muerte de Leonora;
la radiante, la sin par
vírgen pura a quien Leonora los querubes llaman, hora
ya sin nombre… ¡nunca más!

Y el crujido triste, incierto, de las rojas colgaduras
me aterraba, me llenaba de fantásticas pavuras,
de tal modo que el latido de mi pecho palpitante
procurando dominar,
“¡es, sin duda, un visitante —repetía con instancia—
que a mi alcoba quiere entrar:
un tardío visitante a las puertas de mi estancia…,
eso es todo, y nada más!”.

Paso a paso, fuerza y bríos
fue mi espíritu cobrando:
“Caballero —dije— o dama:
mil perdones os demando;
mas, el caso es que dormía,
y con tanta gentileza

me vinisteis a llamar,
y con tal delicadeza
y tan tímida constancia
os pusísteis a tocar,
que no oí” —dije— y las puertas
abrí al punto de mi estancia;
¡sombras sólo y…
nada más!

Mudo, trémulo, en la sombra por mirar haciendo empeños,
quedé allí, cual antes nadie los soñó, forjando sueños;
más profundo era el silencio, y la calma no acusaba
ruido alguno… Resonar
sólo un nombre se escuchaba que en voz baja a aquella hora
yo me puse a murmurar,
y que el eco repetía como un soplo: ¡Leonora…!
esto apenas, ¡nada más!
A mi alcoba retornando con el alma en turbulencia,
pronto oí llamar de nuevo, —esta vez con más violencia,
«De seguro —dije— es algo que se posa en mi persiana,
pues, veamos de encontrar
la razón abierta y llana de este caso raro y serio,
y el enigma averiguar.
¡Corazón! Calma un instante, y aclaremos el misterio…
—Es el viento— y nada más!»

La ventana abrí —y con rítmico aleteo y garbo extraño,
entró un cuervo majestuoso de la sacra edad de antaño.
Sin pararse ni un instante ni señales dar de susto,
con aspecto señorial,
fué a posarse sobre un busto de Minerva que ornamenta
de mi puerta el cabezal;
sobre el busto que de Palas la figura representa
fué y posóse —¡y nada más!

Trocó entonces el negro pájaro en sonrisas mi tristeza
con su grave, torva y seria, decorosa gentileza;
y le dije: «Aunque la cresta calva llevas, de seguro
no eres cuervo nocturnal,
viejo, infausto cuervo obscuro, vagabundo en la tiniebla…
Dime: —«¿Cuál tu nombre, cuál
en el reino plutoniano de la noche y de la niebla?…»
Dijo el cuervo: «¡Nunca más!.»

Asombrado quedé oyendo así hablar al avechucho,
si bien su árida respuesta no expresaba poco o mucho;
pues preciso es convengamos en que nunca hubo criatura
que lograse contemplar
ave alguna en la moldura de su puerta encaramada,
ave o bruto reposar
sobre efigie en la cornisa de su puerta, cincelada,
con tal nombre: «¡Nunca más!».

Mas el cuervo, fijo, inmóvil, en la grave efigie aquella,
sólo dijo esa palabra, cual si su alma fuese en ella
vinculada —ni una pluma sacudía, ni un acento
se le oía pronunciar…
Dije entonces al momento: «Ya otros antes se han marchado,
y la aurora al despuntar,
él también se irá volando cual mis sueños han volado.»
Dijo el cuervo: «¡Nunca más!»

Por respuesta tan abrupta como justa sorprendido,
«no hay ya duda alguna —dije— lo que dice es aprendido;
aprendido de algún amo desdichado a quien la suerte
persiguiera sin cesar,
persiguiera hasta la muerte, hasta el punto de, en su duelo,
sus canciones terminar
y el clamor de su esperanza con el triste ritornelo
de jamás, ¡y nunca más»

Mas el cuervo provocando mi alma triste a la sonrisa,
mi sillón rodé hasta el frente al ave, al busto, a la cornisa;
luego, hundiéndome en la seda, fantasía y fantasía
dime entonces a juntar,
por saber qué pretendía aquel pájaro ominoso
de un pasado inmemorial,
aquel hosco, torvo, infausto, cuervo lúgubre y odioso
al graznar: «¡Nunca jamás!»

Quedé aquesto investigando frente al cuervo, en honda calma,
cuyos ojos encendidos me abrasaban pecho y alma.
Esto y más —sobre cojines reclinado— con anhelo
me empeñaba en descifrar,
sobre el rojo terciopelo do imprimía viva huella
luminosa mi fanal—
terciopelo cuya púrpura ¡ay! jamás volverá élla
a oprimir —¡Ah! ¡Nunca más!

Parecióme el aire, entonces,
por incógnito incensario
que un querube columpiase
de mi alcoba en el santuario,
perfumado —«Miserable ser —me dije— Dios te ha oído,
y por medio angelical,
tregua, tregua y el olvido del recuerdo de Leonora
te ha venido hoy a brindar:
¡bebe! bebe ese nepente, y así todo olvida ahora.
Dijo el cuervo: «¡Nunca más!»

«Eh, profeta —dije— o duende,
mas profeta al fin, ya seas
ave o diablo — ya te envía
la tormenta, ya te veas
por los ábregos barrido a esta playa,
desolado
pero intrépido, a este hogar

por los males devastado,
dime, dime, te lo imploro:
¿Llegaré jamas a hallar
algún bálsamo o consuelo para el mal que triste lloro?»
Dijo el cuervo: «¡Nunca más!»

«¡Oh, Profeta —dije— o diablo —Por ese ancho combo velo
de zafir que nos cobija, por el mismo Dios del Cielo
a quien ambos adoramos, dile a esta alma adolorida,
presa infausta del pesar,
sí jamás en otra vida la doncella arrobadora
a mi seno he de estrechar,
la alma virgen a quien llaman los arcángeles Leonora!»
Dijo el cuervo: «¡Nunca más!»

«Esa voz,
oh cuervo, sea
la señal
de la partida.
grité alzándome: —¡Retorna,
vuelve a tu hórrida guarida,
la plutónica ribera de la noche y de la bruma!…
de tu horrenda falsedad
en memoria, ni una pluma dejes, negra, ¡El busto deja!
¡Deja en paz mi soledad!
¡Quita el pico de mi pecho! De mi umbral tu forma aleja…»
Dijo el cuervo: «¡Nunca más!»

Y aún el cuervo inmóvil, fijo, sigue fijo en la escultura,
sobre el busto que ornamenta de mi puerta la moldura….
y sus ojos son los ojos de un demonio que, durmiendo,
las visiones ve del mal;
y la luz sobre él cayendo, sobre el suelo arroja trunca
su ancha sombra funeral,
y mi alma de esa sombra que en el suelo flota… ¡nunca
se alzará…, nunca jamás!



Edgar Allan Poe (1809-1849)




Ilustración de Gustavo Doré

domingo, 30 de octubre de 2011

Velocidad de los viajes



1 Viajar rápido. Viajar solo durante unos días. Llegar por la mañana a una ciudad y marcharse de ella a la mañana siguiente. No dormir más de una noche en el mismo hotel. Recordar en consecuencia el día de ayer como si hubiera sucedido mucho tiempo atrás. Mirar las ciudades por la ventana del hotel. En Alemania, en septiembre, tomé la costumbre de hacer una foto desde la ventana de cada habitación de hotel en la que me alojara y del pasillo que llevaba a la habitación. Me acuerdo de cuando estuve con Dizzy Gillespie en Granada, en 1990. Me dijo que daba trescientos conciertos al año en casi trescientas ciudades distintas. Me preguntó si la ciudad en la que estábamos tenía mar.


2 Madrugar para salir de viaje. El sonido de la alarma del móvil en lo más denso, lo más silencioso, lo menos frecuentado de la noche. Borges tiene un poema acerca del sueño en el que dice que debe de ser muy valioso lo que nos ocurre mientras dormimos para que nos despertemos siempre con un sentimiento de expulsión. Dice el poema, con esa naturalidad que tan pocas veces consigue la literatura, y que parece engañosamente pura lengua oral: "¿Por qué es tan triste madrugar?". Por los ventanales de la sala de embarque veo el espectáculo para mí infrecuente del principio del día: las claridades eléctricas de los hangares en medio de la noche, y luego un principio de grisura, como una niebla que fuera aclarándose, y de pronto, contra las colinas del fondo, el borde rojo del disco solar, que va ascendiendo con una lentitud de majestad inapelable, que muy pronto es un círculo grande y rojo suspendido sobre el horizonte. Cómo no comprender que durante milenios lo identificaran con un dios.
3 Bruselas. Desde la ventana del hotel Metropole se ve un gran cartel de Tintin y Milou cubriendo una fachada entera. Los colores límpidos de Hergé resaltan más en la mañana de sol que ha venido después de la lluvia. Según el taxi entraba en la ciudad iba reconociendo los lugares de un viaje anterior. La Bruselas que yo recuerdo y la que veo esta mañana no coincide con la que imaginaba antes de venir y con la que todo el mundo parece conocer y lamenta, una ciudad opresiva de grisura y de lluvia. Pasé aquí unos días de primavera soleada hace cuatro años y hoy encuentro un sol suave de otoño. Me acuerdo de un verso de Jacques Brel: "C'était au temps où Bruxelles bruxellait". El verbo bruselear me parece adecuado para mis paseos sin norte por estas calles empedradas y tranquilas con buenos comercios burgueses y tejados de pizarra sobre los cuales me orientan las agujas de la Grande Place, al parecer siempre llena de joviales erasmus españoles.
4 Otra canción, esta sin palabras. Brussels in the Rain, una balada tristísima de Paquito D'Rivera. Escuchar esa canción me sirvió para inventar otra que habría compuesto un pianista de jazz y que se titulaba Lisboa. Se lo conté una vez a Paquito, que su Bruselas lluviosa me sirvió a mí para imaginar una Lisboa en la que aún no había estado, y me explicó su origen. Estaba en Bruselas, recién huido de la Cuba de Castro, con el aturdimiento y la desolación de los primeros tiempos del exilio -un habanero en el invierno europeo- y recibió la noticia de que su padre estaba muy enfermo. Solicitó al Gobierno de Cuba permiso para volver y acompañar a su padre en el final de la vida y no se lo dieron. La canción surgió mientras caminaba una noche por Bruselas imaginando que su padre estaría muriéndose, o ya estaría muerto.
5 Viajar en tren. Viajar de Bruselas a Ámsterdam, atravesando una frontera tan gradual como invisible a todos los efectos. Cada vez que cruzo una frontera europea sin mostrar ningún documento agradezco esta invención reciente a la que ya estamos tan acostumbrados que ni reparamos en ella. Viajar sin detenerse en un puesto fronterizo, sin que vigilen guardias uniformados, sin barreras que sea preciso levantar, sin policías que escruten los documentos y que te hagan poner las yemas de los dedos sobre un lector láser, sin visados, tampones, banderas. Bruxelles, salvo por ese verso de bruselear, no es una de las grandes canciones de Brel. Le plat pays está entre las cuatro o cinco mejores, una de esas canciones definitivas que tienen la liviandad de un poema breve y la exactitud perdurable de un perfil en una moneda. El país llano, sin énfasis, el país íntimo que es de uno, el que no tiene más montañas que las torres de las catedrales, el país apacible que no necesita del griterío patriótico ni de la tajante agresividad de los himnos, las banderas, los cuarteles fronterizos; el país que se prolonga disolviéndose en el país de al lado, como el delta de un río en el mar: "Le plat pays / qui est le mien".
6 Para bien y para mal, la lejanía ya no existe. El viaje ha perdido su calidad de vida en suspenso, de transitoria amnesia sobre lo que se ha dejado atrás. En la habitación de cada hotel hay una conexión de Internet, si es que uno no lleva un iPhone y está permanentemente atado a esa actualidad local de la que antes nos aliviaban los viajes. En Utrecht las calles tienen el pavimento de ladrillo y los canales discurren entre frondas de castaños, de arces, de hayas, de robles, y al atardecer hay una niebla húmeda en el aire, y se escuchan en las plazas silenciosas los timbres civilizados de las bicicletas. Pero en la habitación del hotel, nada más conectar el ordenador, allí está en la pantalla la inmunda declaración de principios estéticos de los pistoleros, tan despreciable como la asepsia de su palabrería. Me extraña que, entre tanto análisis de lo que dijeron o no dijeron, no se preste atención al grotesco vestuario y a la puesta en escena. Esas boinas, encima de esas capuchas. Como quien se pusiera una chistera y encima un casco de bombero, o un sombrero cordobés sobre un capirote de Semana Santa. Porque todavía tienen pistolas y porque dejan atrás un mar de sangre, de miedo y de vileza no son simplemente ridículos.
7 La belleza de Ámsterdam, guiado por mi amigo Pablo Valdivia.
"Bello es lo que el tiempo no hace vulgar", dice Juan Ramón Jiménez. La plenitud de las cosas menores que constituyen lo diario: el dintel de una puerta, la elegancia austera de una bicicleta, de un río de bicicletas, la forma de una barca, la refinada tecnología de contrapesos de un puente que puede hacerse levadizo, el talento para combinar la arquitectura de ahora mismo y la de hace varios siglos. Lo muy usado que permanece y sigue sirviendo. Una mujer medio desnuda, muy maquillada, erguida detrás de un ventanal a la altura de la calle, como en un cuadro de Hopper.
8 La tarjeta de embarque, la vejación acostumbrada del control de seguridad, el territorio exactamente idéntico de todos los aeropuertos. -


ANTONIO MUÑOZ MOLINA El País, 29/10/2011

Imágenes de Edward Hopper

One and only. Adele

viernes, 28 de octubre de 2011

martes, 25 de octubre de 2011

Las aventuras de Tintín



Créditos no oficiales de la película Las aventuras de Tintín, dirigida por Steven Spielberg y producida por Peter Jackson, una animación realizada por James Curran. Los créditos incorporan elementos de todos los álbumes de la serie original dibujada por Hergé. La música es original de Ray Parker y Tom Szczesniak.

lunes, 24 de octubre de 2011

Leer el laberinto, por Ángel-Luis Vicente



A estas alturas del otoño, aun no se sabe muy bien si es tiempo de sombras o de claridades, dudo entre ver The Pillow Book o escribir estas líneas para compartir mis recuerdos. Y en el laberinto que es vivir elijo la escritura, aplazando otros caminos para un mañana próximo.

En la época que comencé a comprar todos los fines de semana el diario El País (así comenzó la adicción a leer el periódico y a la entrañable amistad y conversación con buenos amigos kiosqueros), recuerdo sobre las demás, dos portadas muy especiales a color en tiempos de los diarios a una sola tinta, el lo que llamábamos el dominical: la primera mostraba una insultantemente joven, rubia y sensual Jessica Lange que esperaba al cartero que llamaba dos veces. Desde entonces Lange y su chico Sam Shepard no han desaparecido de mi vida. Ella me sacudió el alma encarnando a Frances Farmer, y el vaquero norteamericano me insufló la poesía más rockera en sus Crónicas de un motel. En la segunda portada , en la orillas de mi invierno en la Isla de San Fernando, asomó embarazada, enigmática y embutida en un vestido negro, una inmóvil Ángela Molina, allá por el año 1987, que más de veinte años después sigue desprendiendo su particular magnetismo en las pantallas. Estas son dos de las casillas de salida.

Dos otoños después, compré sin saber muy bien porqué (las causas aparecerán después a lo largo de lo que llamamos vida) Diario del Nautilus, en la librería de Suso, en tapa dura, y que aún conservo subrayado y manoseado. ¡Las veces que me sumergí en él! Ayudándome a olvidar tardes de nieblas existenciales y desamor, no queriendo yo salir a la superficie, manteniéndome a salvo en las dependencias bibliófilas del capitán Nemo. Rememoro y me traslado al viejísimo sillón donde el tiempo era modelado por el objeto de lectura. Fue el inicio de un camino en círculo.

Mi amigo Pedro Luis, estudiante de filosofía y que por aquella época convivíamos felices con otros compañeros en la universitaria ciudad a orillas del Tormes, me recomendó la inmensa obra de El Jinete Polaco. Reconozco sin vergüenza, que en aquellos años mi ingenuidad era del mismo tamaño que mi incultura, y que desconocía la identidad del autor o autora del libro. Soltar el librito del bolsillo de mi trenka, para acoger el monumental tomo si supuso un gran paso. Era una especie de amuleto y no quería quedar a la intemperie. Pero una vez abiertas las primeras páginas ya no he podido desprenderme jamás del ambiente novelesco que en mi paladar impregnaron Nadia-Allison-Mágina aportando todo lo que una persona no olvida para poder estar viva: la sensación de un refugio inexpugnable a la maldad y a la negrura de horizonte. Dos regalos de un mismo escritor no suman, multiplican sus fuerzas.

Mi camino de lecturas y de buenas amistades, me condujeron a la Universidad de mayores de veinticinco años, y seducido por la docencia, acabé Magisterio y mi oficio es el de educador desde un año antes de terminar el siglo XX.

He ido leyendo y recortado páginas del suplemento Babelia en donde Muñoz Molina me mostraba mundos intuidos, y a pesar de las mudanzas “sufridas” me acompañan dentro de un gran cartapacio. Recurro a ellas igual que bajaba neófito al Nautilus.

Ejerciendo mi oficio en tierras de Elda en el 2001, me reencontré por obra de las energías que se suman y unen a las almas que las engendran, (no existían apenas móviles, ni Facebook) a Pedro Luis ejerciendo en un instituto de Alicante. Hablando de cómo el oficio va perdiendo nobleza (en palabras de Carlos Barral) me narraba mi amigo sus años en Toledo en el IES Sefarad…

Y los círculos se cierran. Una noche de invierno, saliendo de unas mini salas de cine después de aspirar humos en la sugerente Smoke (retrato imborrable del Brooklyn literario), me topé con un libro abandonado por alguien junto a un contenedor: como podrán a estas alturas imaginar el título del libro sobra que yo lo tecleé en mi portátil. (No querría insultar ahora la inteligencia del lector).

La red se sigue extendiendo y las casualidades ya no me las creo, Smoke, me llevo a Auster, Auster a Pessoa, Pessoa a C.T. Dreyer, Dreyer a la dama Virginia Woolf que a su vez desembocó en T. Mann, un viaje a Portugal me sacó de mi sombrero a Pennac… llamémoslo si tiene que ser nombrado: carambolas de billar francés. A. Muñoz Molina fue la casilla de salida de la ruta litería que ya nunca concluirá.

Gracias a los libros y a los artesanos que los sueñan, y a esos lugares íntimos llamados librerías. Gracias a las personas que aun se denominan libreros. Gracias a la poética visual y estética del cine. Gracias a todo lo que llamamos Arte y al inmenso disfrute descubriendo que una pintura del Museo del Prado nos embriaga y nos conecta con una melodía de otra época pongamos de J.S.Bach, haciéndonos a su vez sensibles e impermeables a disfrutar ante un amanecer en compañía de una persona irrepetible y que nos ama. Congratularnos de los amigos y de los círculos que aún con años de por medio se cierran para aportarnos sabiduría. Y agradecer a los inmensos laberintos que la vida va ofreciéndonos en el camino, que al final nos desnuda y nos abre el alma para acabar mostrándonos el más sorprendente de los regalos: el sentido de vivir entre sueños para posibilitarnos ser unos seres contradictoriamente desmemoriados, memoriosos, inmaduros, viejos, temerosos de exponernos a la fría ráfaga de viento que nos apague la vela de vivir entre ficciones y realidades. Lejos de la sombra descolorida y helada que asoma al final del estrecho y desasosegante pasillo.

sábado, 22 de octubre de 2011

Las patrias de Alatriste


"Alatriste, siendo profesor, es un regalo que quiero darles a mis alumnos de 3º de ESO para ensanchar su imaginación, alimentar su espíritu, proporcionarles conocimiento histórico y humanístico en un momento tan caótico como éste, y más a los 15 años", explica Ricardo Soria, de 31 años, profesor de lengua y literatura. "No quiero ahorrarles nada de eso. A él se acercan primero con fastidio, después con curiosidad, para acabar con entusiasmo y yendo a por otro libro que les proporcione todo lo anterior. Pocas veces uno está tan seguro de acertar".


El País, 22 de octubre de 2011

Experience Zero Gravity

viernes, 21 de octubre de 2011

Tribunal Supremo



Hay muchas cosas que me gustan; que el Tribunal Supremo me de la razón sencillamente me encanta.

miércoles, 19 de octubre de 2011

Bibliotecas

Trinity College, Dublín


Lafayette, Pennsylvania Biblioteca del Congreso, Washington






Abbey, Suiza


Alejandría


Alejandría,interior


British Museum


Seattle



Coimbra


Universidad de Nueva York

sábado, 15 de octubre de 2011

Manhatta

Manhatta es un corto dirigido por el pintor, fotógrafo y cinematógrafo Charles Sheeler y filmado por el fotógrafo Paul Strand en 1921 en la ciudad de Nueva York. Está formado por diferentes tomas – inconexas entre sí – donde podemos atisbar cómo era la vida en la Gran Manzana hace 90 años.
La música es el tema Manhatta de The Cinematic Orchestra.


miércoles, 12 de octubre de 2011

El horrible peligro de la lectura



El horrible peligro de la lectura, Voltaire (François Marie Arouet, 1694-1778) fue un escritor, filósofo, historiador y abogado francés, uno de los mayores exponentes de la Ilustración.

Escrito en diciembre de 1764 y editado por primera vez en 1765 en el tercer volumen de las Nouveaux Mélanges, tal y como aparece en el articulo de El País de 1993. Ha sido traducido por Fernando Savater, quien lo dedica -con permiso de Voltaire- a Salman Rushdie.




Nos, Yusuf Cheribi, muftí del Santo Imperio otomano por la gracia de Dios, luz de las luces, elegido entre los elegidos, a todos los fieles aquí presentes: majadería y bendición. Como sea que Said Effendi, actual embajador de la Sublime Puerta ante un pequeño Estado llamado Franquelia, situado entre España e Italia, ha traído entre nosotros el pernicioso uso de la imprenta, y después de haber consultado acerca de esta novedad con nuestros venerables hermanos los cadíes e imames de la ciudad imperial de Estambul, y sobre todo con los faquires conocidos por su celo contra la inteligencia, ha parecido bien a Mahoma y a nos el condenar, proscribir y anatematizar la antedicha infernal invención de la imprenta por las causas que a continuación serán enunciadas:

1. Esta facilidad de comunicar los pensamientos tiende evidentemente a disipar la ignorancia, la cual es guardiana y salvaguardia de los Estados bien organizados.

2. Hay que temer que, entre los libros traídos de Occidente, se encuentran algunos sobre la agricultura y sobre los medios de perfeccionar las artes mecánicas, obras que podrían a la larga -¡Dios no lo quiera!!- espabilar el ingenio de nuestros agricultores y nuestros fabricantes, excitar su industria, aumentar sus riquezas e inspirarles algún día cierta elevación de alma y cierto amor del bien público, sentimientos absolutamente opuestos a la sana doctrina.

3. Pudiera suceder finalmente que llegásemos a tener libros de historia despojados de esas fábulas que mantienen a la nación en una beata imbecilidad. Se cometería en tales libros la imprudencia de hacer justicia a las buenas y a las malas acciones, y de recomendar la equidad y el verdadero amor a la patria, lo que es manifiestamente contrario a los derechos de nuestra elevada autoridad.

4. Es muy posible que, dentro de algún tiempo, miserables filósofos -con el pretexto especioso pero punible de ilustrar a los hombres y de hacerles mejores- viniesen a enseñamos virtudes peligrosas de las que el pueblo nunca debe tener conocimiento.

5. Incluso podrían, aumentando el respeto que tienen por Dios e imprimiendo escandalosamente que lo llena todo con su presencia, disminuir el número de peregrinos a La Meca, con gran detrimento de la salud de las almas.

6. Sucedería también sin duda que, a fuerza de leer a los autores occidentales que han tratado las enfermedades contagiosas y la manera de prevenirlas, llegásemos a ser tan desdichados como para cuidamos de la peste, lo que constituiría un atentado enorme contra las órdenes de la Providencia.

Atendiendo a estas y otras causas, para edificación de los fieles y en pro del bien de sus almas, les prohibimos por siempre jamás leer ningún libro, bajo pena de condenación eterna. Y, temiendo que la tentación diabólica les induzca a instruirse, prohibimos a los padres y a las madres que enseñen a leer a sus hijos. Y, para prevenir cualquier infracción de nuestra ordenanza, les prohibimos expresamente pensar, bajo las mismas penas; exhortamos a todos los verdaderos creyentes para que denuncien ante nuestra oficialidad a cualquiera que haya pronunciado cuatro frases bien coordinadas de las que pudiera inferirse un sentido claro y neto. Ordenamos que en todas las conversaciones haya que servirse de términos que no significan nada, según el antiguo uso de la Sublime Puerta.

Y para impedir que vaya a entrar algún pensamiento de contrabando en la sagrada ciudad imperial, hacemos especial encargo al primer médico de su alteza, nacido en algún remoto pantano del cansado Occidente septentrional; pues dicho médico, como ya ha matado a cuatro augustas personas de la familia otomana, está más interesado que nadie en evitar la menor introducción de conocimientos en el país; por la presente, le conferimos el poder de capturar toda idea que se presente por escrito o de palabra ante las puertas de la ciudad y le ordenamos que traiga dicha idea atada de pies y manos ante nuestra presencia para que le inflijamos el castigo que nos parezca más conveniente.

Dado en nuestro palacio de la estupidez, el día 7 de la luna de Muharem, en el año 1143 de la hégira.

domingo, 9 de octubre de 2011

El lento y rápido viaje de los abrigos.



El Almirante se murió hace poco más de dos semanas. Así era como todos conocíamos y llamábamos, en la Real Academia Española, a Don Eliseo Álvarez-Arenas, almirante auténtico, con una larga carrera militar. Si digo la verdad, nunca he leído nada escrito por él. Tengo la vaga idea de que en esa institución siempre ha habido un miembro ilustrado de su profesión (pero quizá me equivoque), necesario para la correcta definición de los innumerables y precisos términos marinos que contiene el español. El Almirante estaba en la misma comisión que yo (nos repartimos en cinco, y cada una va revisando y poniendo al día la parte del Diccionario que le corresponde), así que lo vi y lo traté bastantes jueves. De hecho, sin duda, todos los que yo he acudido a esas sesiones menos el último, ya que él nunca faltaba, a diferencia de mí. En esa última ocasión, antes del verano, Don Arturo Pérez-Reverte, que ahora quedará como mayor experto náutico, se extrañó de su ausencia. "Qué raro", dijo, "debe de estar malo". No hablaba demasiado el Almirante. Puntualizaba lo justo, no sólo en su terreno, y de vez en cuando hacía algún chiste tirando a malo (o quizá era sólo anticuado), lo cual resultaba gracioso, valga la contradicción. Siempre iba pulquérrimo y carraspeaba. Su mirada era benévola y algo irónica. Lo echaremos de menos, estoy seguro, y, cuando regrese yo la próxima vez, mi gabardina o mi abrigo habrán avanzado un paso más.

Desde que hace tres años "tomé posesión" de mi plaza (ese es el término que se emplea allí), me he dado cuenta de que la Academia tiene, para sus miembros, algo de inquietante y algo de tranquilizador, además de otros elementos buenos y malos, claro está. Es tradición que la mayoría de sus integrantes sean longevos. Por hablar sólo de los vivos, Don Martí de Riquer nació en 1914; Don José Luis Sampedro, en 1917; Don Antonio Mingote y Don José Luis Pinillos, en 1919, así que los cuatro son nonagenarios. Octogenarios hay diez, y el propio Almirante se acercaba a los ochenta y ocho, muy bien llevados. Este es el factor "tranquilizador".

En la Academia, sin embargo, hay un perchero corrido, por así decir. De él habló Don Arturo en un memorable artículo, hace ya tiempo y en otro lugar. En la parte superior del perchero hay un gancho, y sobre él una etiqueta enmarcada con el nombre de cada miembro, de modo que todos sabemos dónde debemos colgar nuestro abrigo, gabardina o paraguas. En la parte inferior (una mesa o casi pupitre, también corridos), se nos deja el correo que allí nos llega, en un montoncito. Así que no hay posibles pérdida ni confusión. Cada nuevo académico ve su etiqueta agregada, en el último lugar de la fila. Pues bien, lo "inquietante" es que, a pesar de la longevidad imperante, en los tres años transcurridos desde que mi nombre fue esmeradamente añadido, lo he visto avanzar demasiado rápido para mi gusto, y supongo que para el de cualquiera. En ese periodo de tiempo, si mal no recuerdo, han desaparecido las etiquetas de Don Carlos Castilla del Pino, Don Miguel Delibes, Don Francisco Ayala, Don Valentín García Yebra, Don Luis Ángel Rojo y ahora Don Eliseo Álvarez-Arenas. Poco antes lo habían hecho las de Don Ángel González, Don Fernando Fernán-Gómez, Don Antonio Colino y Don Claudio Guillén. Todos ellos, si no yerro en los cálculos, octogenarios, nonagenarios o incluso centenarios. Nada, por tanto, demasiado fuera de lo natural.

Pero, qué diablos, ese lento y a la vez rápido avance en el perchero es un discreto y tácito, pero innegable recordatorio de nuestra mortalidad, pese a que el orden no lo dicte la edad, sino la antigüedad en la institución. Y así, por ejemplo, el cuarto académico más veterano en la actualidad es Don Pere Gimferrer, que nació tan tarde como en 1945 y a quien auguro una vida centenaria (los poetas duran mucho, ellos en particular). Si me refiero a todos mis colegas anteponiéndoles el "Don" es porque así establece el reglamento que nos dirijamos y aludamos unos a otros no en las comisiones, pero sí en los plenos, por mucho que nos conozcamos y buenos amigos que podamos ser. En estas sesiones nos refrenamos, y a quien un minuto antes hemos llamado un asilvestrado "Paco", le diremos: "Profesor Rico, no puedo estar más en desacuerdo con usted". O nos referiremos, a quien toda la vida ha sido "Álvaro", como al "señor Pombo, cuyas propuestas son invariable y afortunadamente excéntricas". No me parece mal que sea así, como tampoco que acudamos con corbata, prenda que no suelo ponerme en casi ninguna otra ocasión. En una sociedad tan zafia y confianzuda como la española, es de agradecer que quede algún reducto -privado, eso sí- de cortesía y civilidad, aunque éstas sean artificiales (toda educación es en realidad artificial, y, en contra de lo que cree gran parte de nuestra sociedad simplista, nada hay tan brutalizador como "lo natural").

Tampoco me parece mal ese lento y rápido viaje de los abrigos, por inquietante que sea, en ese lugar. Cada vez que colgamos el nuestro de un gancho más avanzado, dedicamos un breve recuerdo a los que ya se fueron, y adquirimos mayor conciencia de que el tiempo va pasando, se va acercando. Pero también de que el tiempo casi siempre da tiempo, de que suele ser urbano y gentil y de que, a pesar de las impresiones, probablemente transcurrirán muchos jueves antes de que ese abrigo nuestro se atreva a dar un paso más.

JAVIER MARÍAS

El País Semanal, 9 de octubre de 2011

The Edge of Glory. Lady Gaga

martes, 4 de octubre de 2011

La tierra desde la Estación Espacial Internacional

Vídeo filmado por los astronautas de la Estación Espacial Internacional donde se puede ver nuestro planeta desde las alturas, poco más de 300 km. La voz que nos describe lo que vemos es la del Dr. Justin Wilkinson, del equipo de astronautas de la NASA

lunes, 3 de octubre de 2011

Malos tiempos para todos

Vivimos una época especialmente mezquina. La economía es la prioridad y en su nombre se atenta contra lo que debería ser los pilares de una sociedad: la educación y la cultura.
Son malos tiempos en todas partes, en marzo de este año, en Italia, festejaban el 150 aniversario de su creación y se representaba en Roma, ante Silvio Berlusconi la ópera Nabucco, de Giuseppe Verdi, dirigida por el maestro Riccardo Muti.
Nabucco evoca el episodio de la esclavitud de los judíos en Babilonia, y el famoso canto "Va pensiero" es el canto del coro de esclavos oprimidos. En Italia, este canto es un símbolo de la búsqueda de la libertad (en los años en que se escribió la ópera, Italia estaba bajo el imperio de los Habsburgo).
Antes de la representación, Gianni Alemanno, alcalde Roma, subió al escenario para pronunciar un discurso en el que denunciaba los recortes del presupuesto de cultura que estaba haciendo el Gobierno, a pesar de que Alemanno es miembro del partido gobernante y había sido ministro de Berlusconi. Esta intervención del alcalde, en presencia de Berlusconi que asistía a la representación, produjo un efecto inesperado. Ricardo Muti, director de la orquesta, declaró al "Times": "La ópera se desarrolló normalmente hasta que llegamos al famoso canto "Va pensiero". Inmediatamente sentí que el público se ponía en tensión. Hay cosas que no se pueden describir, pero que uno las siente. Era el silencio del público el que se hacía sentir hasta entonces, pero cuando empezó el "Va Pensiero", el silencio se llenó de verdadero fervor. Se podía sentir la reacción del público ante el lamento de los esclavos que cantan: "Oh patria mía, tan bella y tan perdida." Cuando el coro llegaba a su fin, el público empezó a pedir un bis, mientras gritaba "Viva Italia" y "Viva Verdi".
A Muti no le suele gustar hacer un bis en mitad de una representación. Sólo en una ocasión, en la Scala de Milan, en 1986, había aceptado hacer un bis del "Va pensiero". "Yo no quería sólo hacer un bis. Tenía que haber una intención especial para hacerlo" - dijo Muti -. En un gesto teatral, Muti se dio la vuelta, miró al público y a Berlusconi a la vez, y se oyó que alguien entre el público gritó: "Larga vida a Italia!". Muti dijo entonces:

"Sí, estoy de acuerdo: "Larga vida a Italia", pero yo ya no tengo 30 años, he vivido ya mi vida como italiano y he recorrido mucho mundo. Hoy siento vergüenza de lo que sucede en mi país. Accedo, pues, a vuestra petición de un bis del "Va Pensiero". No es sólo por la dicha patriótica que siento, sino porque esta noche, cuando dirigía al Coro que cantó "Ay mi país, bello y perdido", pensé que si seguimos así vamos a matar la cultura sobre la cual se construyó la historia de Italia. En tal caso, nuestra patria, estaría de verdad "bella y perdida".
Muchos aplausos, incluidos los de los artistas en escena. Muti prosiguió.
"Yo he callado durante muchos años. Ahora deberíamos darle sentido a este canto. Les propongo que se unan al coro y que cantemos todos el "Va pensiero"
Toda la ópera de Roma se levantó. Y el coro también. Fue un momento mágico. Esa noche no fue solamente una representación de Nabucco, sino también una declaración del teatro de la capital para llamar la atención a los políticos.

El siguiente video recoge ese momento



domingo, 2 de octubre de 2011

El miedo global. Eduardo Galeano




* Los que trabajan tienen miedo de perder el trabajo.

* Los que no trabajan tienen miedo de no encontrar nunca trabajo.

* Quien no tiene miedo al hambre, tiene miedo a la comida.

* Los automovilistas tienen miedo de caminar y los peatones tienen miedo de ser atropellados.

* La democracia tiene miedo de recordar y el lenguaje miedo de decir.

* Los civiles tienen miedo a los militares, los militares tienen miedo a la falta de armas, las armas tienen miedo a la falta de guerras.

Es el tiempo del miedo.

* Miedo de la mujer a la violencia del hombre y miedo del hombre a la mujer sin miedo.

* Miedo a los ladrones, miedo a la policía.

* Miedo a la puerta sin cerradura, al tiempo sin relojes, al niño sin televisión, miedo a la noche sin pastillas para dormir y miedo al día sin pastillas para despertar.

* Miedo a la multitud, miedo a la soledad, miedo a lo que fue y a lo que puede ser, miedo de morir, miedo de vivir…



Eduardo Galeano.