sábado, 30 de abril de 2016

Historia de la foto del faro más famosa del mundo

El faro se llama La Jument y es una de las linternas de mar más espectaculares de la costa francesa. Está a dos kilómetros aguas adentro de la isla de Ouessant y fue construido entre 1904 y 1911 para señalizar unos peligrosísimos bajos en los que se habían producido multitud de naufragios.
La historia de la foto tiene lugar el 21 de diciembre de 1989. El fotógrafo francés especializado en imágenes de faros Jean Guichard sobrevolaba en helicóptero La Jument un día de fuerte tormenta buscando la foto perfecta de esas gigantescas olas del Atlántico golpeando contra la estructura del faro. Dentro, el farero Theophile Malgorn, que por aquel entonces rondaba la treintena de años, escuchó las repetidas pasadas del helicóptero y pensó que algo raro podía ocurrir; quizá el piloto estaba tratando de ponerse en contacto con él por un naufragio o por algún accidente. Y en una maniobra a todas luces descabellada abrió la puerta para ver qué pasaba.
La acción completa duró apenas unos segundos. Guichard vio a aquel hombre en la puerta y su instinto de fotógrafo le dijo que allí había una composición perfecta: el hombre y la fuerza de la naturaleza. Empezó a disparar en modo ráfaga su cámara casi a la vez que una nueva ola gigante empezaba a abrazar con toneladas de agua embravecida la estructura del faro. En ese mismo instante, el farero Malgorn –asomado al quicio de la puerta- escuchó un trueno seco, como una estampida brutal (el impacto de la ola contra el frente del faro) y supo que había cometido un tremendo error. Tan rápido como abrió volvió a cerrar la puerta, justo una milésima de segundo antes de que la ola lo arrasara todo. Estaba vivo de milagro. En el carrete de Guichard quedaron impresas 9 imágenes –las que al motor de la cámara le dio tiempo a disparar - que le harían famoso de por vida y con las que en 1990 obtendría el segundo premio en el World Press Photo (el primero fue para la célebre foto de un manifestante chino parando él solo una columna de carros de combate en Tianammen).
El farero Theophile Malgorn sigue viviendo en esta isla de Ouessant y no quiere que nadie le vuelva a preguntar por la maldita foto. Me cuentan sus allegados que se cabreó mucho en aquel momento porque le habían puesto en un aprieto mortal de manera irresponsable y además por un tema comercial; él salió a ver qué pasaba por profesionalidad y casi le cuesta la vida. Pero que poco después Guichard lo visitó en su casa, le regaló una foto firmada de aquel “momento decisivo” -que diría Cartier Bresson- y se hicieron muy amigos.
El último farero abandonó La Jument el 26 de julio de 1991. Desde entonces es un faro automático. Theophile es ahora el telecontrolador del faro de Creac’h, también en Ouessant. Los vecinos suelen verlo pasear con sus perros por el sendero que bordea la costa de la isla, con la mirada perdida en el mar bravío que rompen contra estos acantilados, observando la silueta oscura de los faros en los que siendo más joven pasó tremendos ratos de soledad en un cuarto húmedo y oscuro.
Los fareros son (o eran) gente muy especial. Seres solitarios y poco habladores, artistas con todo el tiempo del mundo para escribir, pintar o esculpir. Filósofos de una vida que muy pocos hubieran sido capaces de soportar.
Por eso les resulta difícil adaptarse a una vida sedentaria, controlando un faro delante de un ordenador en un aséptico cuarto con calefacción después de haber sido los últimos románticos del mar; filósofos solitarios que cada noche encendían luces con las que salvar vidas de navegantes anónimos que nunca les conocerían ni tendrían ocasión de agradecérselo. Como Theophile Malgorn.
Texto: Paco Nadal

viernes, 29 de abril de 2016

Vida social




Meredith es una joven que hace deporte, come sano, trabaja duramente y, por las noches, sale a tomar algo. ¿El problema? Todo esto solo ocurre en sus redes sociales: después de fotografiar sus zapatillas de deporte, su comida sana y su portátil, solo se queda observando como llegan los likes. Es la historia del cortometraje A social life.
Aunque la historia de Meredith es exagerada, hasta el punto de comenzar a preparar una cena sana para después abandonarla y alimentarse de comida china a domicilio, es una reflexión acerca de cómo proyectamos en redes una imagen que puede no corresponderse con la real.

Quería provocar debate para concienciar a la gente", explica la autora, la norteamericana Kerith Lemon, en una entrevista a Los Angeles Magazine. "La situación se vuelve complicada cuando el tiempo y esfuerzo que dedicamos a nuestra imagen es redes se apodera del tiempo que dedicamos a nuestra vida real".

jueves, 28 de abril de 2016

Destino





El corto de animación Destiny es obra de cuatro alumnos de la escuela francesa Bellecour Ecoles d’art: Fabien Weibel, Sandrine Wurster, Victor Debatisse y Manuel Alligné. La historia plantea varias cuestiones como el paso del tiempo, la posibilidad de cambiar nuestro destino, la rutina del día a día, las obsesiones que podemos llegar a tener y que nos impiden avanzar…

miércoles, 27 de abril de 2016

World Press Photo 2016

Algunas de las ganadoras World Press Photo


Antártida

Favelas

Foto familiar

China

Méjico

Sudán

Playa de Bondi

Refugiados

Siria

Siria

Sirios

Tribu del Amazonas

martes, 26 de abril de 2016

Menos mal que hay fantasmas. Javier Marías.

La muerte de Sara Torres hace trece meses, la mujer de Fernando Savater, ha tenido mi cabeza ocupada intermitentemente bastante más de lo que en principio habría imaginado. Porque lo cierto es que a él lo veo rara vez desde hace un lustro o quizá dos, pero hay afectos antiguos que permanecen vigentes, invariables en la distancia, y que ni siquiera precisan de la renovación periódica de la risa y la charla. Están ahí fijados, justamente como los que guardamos hacia los muertos queridos: no disminuyen porque ya no los veamos y sepamos que no vamos a volver a verlos. No dejamos de contar con ellos por la circunstancia accidental de que ya no habiten en nuestros mismos tiempo y espacio; lo hicieron durante un largo periodo, y no deja de parecernos un azar que no coincidamos últimamente con ellos. Aunque ese “últimamente” se prolongue y ya no pueda ser calificado así, estábamos tan acostumbrados a su presencia que ninguna ausencia –ni la definitiva– puede predominar sobre aquélla. No es descabellado decir que nos acompañan como el aire, o que “flotan” en el que respiramos. No es que los llevemos en la memoria: los llevamos en nuestro ser. Algunos de los que desaparecen van palideciendo a medida que los sobrevivimos, pero hay otros que jamás pierden la viveza ni el color.
No cometo indiscreción si digo que Savater, en esta primera fase, debe de sentirse impaciente por reunirse con Sara, por ir donde ella esté. Pero, dado que él no es religioso, el único lugar que pueden compartir es el pasado, esto es, ser ambos pasado y pertenecer ambos a él, ser ambos alguien que ha sido y ya no es. Él mismo lo ha hecho saber, directamente o a través de otros. En una de las gratas columnas de Luis Alegre en este diario, éste contaba que Savater andaba atascado con el último libro que quería escribir, precisamente sobre Sara y su vida con ella, y que, lograra terminarlo o no, después no pensaba hacer más. “Para qué, si ya no los va a leer”, era la conclusión. Todo esto me ha llevado a acordarme de cuando mi padre perdió a mi madre, en el lejano 1977. Tenía él entonces un año menos de los que tengo yo ahora, y no hace falta decir que, desde mis veintiséis, yo lo veía como un hombre más entrado en edad de lo que probablemente lo estaba y de como me veo a mí mismo hoy. Mis padres habían estado casados treinta y seis años, pero habían sido amigos o habían “salido” desde hacía muchos más. Al morir ella, Lolita, él, Julián, quedó tan desconsolado como pueda estarlo ahora Savater. Durante bastante tiempo mi padre expresó ese deseo de seguir a mi madre diciendo: “Estoy seguro de que no voy a durar, noto que mi tiempo también toca a su fin”. Yo solía irritarlo con mis réplicas, que no buscaban otra cosa que hacerlo reaccionar y sacarlo de su abatimiento: “¿En qué lo notas?”, le preguntaba. “¿Te sientes enfermo, te sientes mal?” “No”, respondía, “no es eso, pero lo sé”. “¿Entonces estás pensando en suicidarte?”, insistía yo. “Claro que no”, contestaba casi ofendido, pues él era religioso –católico reflexionante–, a diferencia de Savater. “Pues no ­augures cosas que no puedes saber”, acababa yo, hasta la siguiente vez. Él vivió veintiocho años más que mi madre, es decir, tardó largo tiempo en reunirse con ella, sólo fuera como “pasado”. Él creía que el reencuentro consistiría en mucho más; de hecho acostumbraba a decir que estaba convencido de que sería ella quien le abriera la puerta. A mí me daban ganas de preguntarle qué puerta, pero irritarlo en exceso no habría estado bien, y, por absurdo que me sonase aquello, sabía a qué puerta se refería. No hay por qué socavar las creencias de las personas, si las ayudan a sobreponerse a la tristeza o a la desolación.
Y acaso fueron esas creencias las que, al cabo de unos meses de la muerte de mi madre, lo indujeron a tener la actitud contraria a la de Savater. Se puso a escribir, un libro, dos, tres, yo qué sé cuántos más. Me imagino que sentarse ante la máquina era una de las pocas cosas que lo movían a levantarse tras noches de malos sueños o insomnio y atravesar la jornada, a pensar que no todo había acabado, que aún podía ser útil y productivo. Pero lo que más lo empujaba a escribir, decía, era la idea de que le “debía” a mi madre unos cuantos libros, de que a ella le habría gustado que los escribiese. Tal vez se figuraba que desde algún sitio ella lo sabría, se enteraría; es más, que “todavía” los podría leer. No me cabe duda de que Julián escribía en buena medida para Lolita. No sólo, desde luego, pero para ella en primer lugar. Cada vez que terminaba un artículo, desde la infancia lo veía perseguir por la casa a mi madre –ocupada en mil quehaceres, de un lado a otro– para leérselo con impaciencia; y hasta que ella no le aseguraba que le parecía bien, no lo enviaba. Necesitaba su aprobación pese a ser hombre muy confiado, incorregiblemente optimista y muy seguro de lo que hacía. Con esa ilusión, con la de su aprobación “póstuma” o fantasmal, tuvo veintiocho años de casi incesante actividad. Savater no es religioso pero le encantan las historias de fantasmas. Y como es persona tan optimista y confiada como mi padre, y probablemente más jovial, confío en que un día consiga convertir a Sara en fantasma literario, en acompañante de ficción –no merece menos–, y en que así se incumpla su presentimiento de no volver a escribir más.
JAVIER MARÍAS
El País Semanal, 24 de abril de 2016

lunes, 25 de abril de 2016

Soneto XVIII de William Shakespeare recitado por Peter O'toole en la película Venus




¿Qué debo compararte a un día de verano?




Tú eres más adorable y estás mejor templado.

Rudos vientos agitan los capullos de Mayo
y el estío termina su arriendo brevemente..



    A veces brilla el sol con demasiado fuego 5
y a menudo se vela su dorado semblante.
A veces la belleza declina de su estado,
por causas naturales o causas imprevistas.

    Mas tu eterno verano, jamás se desvanece,
ni perderá su instinto de tener la hermosura, 10
ni la Muerte jactarse, de haberte dado sombra,
creciendo con el tiempo en mis versos eternos.

    Mientras el ser respire y tengan luz los ojos,
vivirán mis poemas y a ti te darán vida.

sábado, 23 de abril de 2016

Día del libro

 Arturo Pérez-Reverte

La Reina del Sur.



Cuando iba a salir al porche oyó cantar los gallos en los patios de las casas de Palmones, y de pronto sintió frío. Desde Melilla, el canto de los gallos se asociaba en su recuerdo con las palabras amanecer y soledad. Una franja de claridad se destacaba por levante, silueteando las torres y las chimeneas de la refinería, y en aquella parte el paisaje pasaba del negro al gris, transmitiendo el mismo color al agua de la orilla. Pronto habrá más luz, se dijo. Y el gris de mis sucios amaneceres se iluminará primero con tonos dorados y rojizos, y luego el sol y el azul empezarán a derramarse por la playa y la bahía, y yo estaré de nuevo a salvo hasta la próxima hora del alba. Andaba en esos pensamientos cuando vio a Santiago levantar la cabeza hacia el cielo que clareaba, como un perro de caza que husmease el aire, y quedarse así absorto, suspendido el trabajo, un buen rato. Luego se puso en pie, estirando los brazos para desperezarse, apagó la luz del flexo y se quitó el pantalón corto, tensó una vez más los músculos de los hombros y los brazos como si fuese a abarcar la bahía, y anduvo hasta la orilla, metiéndose en el agua que la brisa alta apenas rozaba; un agua tan quieta que los aros concéntricos que se generaban al entrar en ella podían percibirse hasta muy lejos en la superficie oscura. Se dejó caer de frente y chapoteó despacio, hasta el límite donde hacía pie, antes de volverse y ver a Teresa, que había cruzado el porche quitándose la camiseta y entraba en el mar porque sentía mucho mas frío allá atrás, sola en la casa y en la arena que el amanecer agrisaba. Y de esa forma se encontraron con el agua por el pecho, y la piel desnuda y erizada de ella se entibió al contacto con la del hombre; y cuando sintió su miembro endurecido apretar primero contra sus muslos y después contra su vientre abrió las piernas aprisionándolo entre ellas mientras besaba su boca y su lengua con sabor a sal, y se sostuvo medio ingrávida alrededor de sus caderas mientras él se le metía bien adentro y se vaciaba lenta y largamente, sin prisas, al tiempo que Teresa le acariciaba el pelo mojado, y la bahía se aclaraba alrededor de los dos, y las casas encaladas de la orilla se iban dorando con la luz naciente, y unas gaviotas volaban por encima en círculos, entre graznidos, yendo y viniendo de las marismas. Y entonces pensó que la vida era a veces tan hermosa que no se parecía a la vida.

El pintor de batallas 


Los hombres, señor Faulques, somos animales carniceros. Nuestra inventiva para crear horror no tiene límites. Usted tiene que saberlo. Toda una vida fotografiando maldades enseña algo, supongo.

Por muy intenso que sea, hay un momento en que el dolor deja de actuar en nosotros.

Los hombres antiguos miraban el mismo paisaje durante toda su vida, o mucho tiempo. Hasta el viajero lo hacía, pues todo camino era largo. Eso obligaba a pensar sobre el camino mismo. Ahora, sin embargo, todo es rápido. Autopistas, trenes...Hasta la televisión nos muestra varios paisajes en pocos segundos. No hay tiempo para reflexionar sobre nada.
Hay quien llama a eso incertidumbre del territorio.
También, comprobó Faulques, era una mujer que no pasaba inadvertida aunque se empeñara en ello: los hombres le cedían el paso en las puertas o le abrían las portezuelas de los automóviles, los camareros acudían con sólo mirarlos, los maïtres de los restaurantes le reservaban la mejor mesa disponible y los gerentes de hotel la habitación con las más espléndidas vistas. Ella correspondía a todo con aquella peculiar sonrisa suya, irónica y afectuosa al mismo tiempo, con el humor vivo y culto de sus observaciones, con la facultad inagotable de ponerse, sin abdicar de nada, a la altura de cualquier interlocutor. Hasta las propinas en restaurantes y hoteles las deslizaba como quien comparte una broma en voz baja. Y cuando reía a carcajadas -lo hacía como un muchacho travieso y cómplice- cualquier hombre se habría dejado matar por ella o por su risa. Era muy buena para todo eso. Las personas educadas, decía, seducimos a los demás con algo muy simple: hablamos siempre de aquello que les interesa.

Poseía la seguridad perfecta que sólo ciertas mujeres tienen cuando el mundo es su excitante campo de batalla, y los hombres un complemento útil.

Él supo de golpe, con la precisión fugaz de una fotografía percibida en un instante, que ella era lo único que no podría olvidar nunca.

La comprensión, incluso el esfuerzo por comprender, nos salva.
Aunque no lo parezca, hay orden en el caos.

Las flores siguen creciendo impasibles y seguras de sí, dijo ella una vez. Los frágiles somos nosotros.
Era capaz de convencer sin palabras a cualquiera, con sólo una de sus elegantes sonrisas.
Cerraba algunas puertas, pero abría otras con su talento especial para despertar el instinto de protección, la admiración y la vanidad de los hombres.

De ese modo supo que no envejecerían juntos, y que ella viajaría hasta otros lugares y otros brazos. El hombre, recordaba haberle oído decir alguna vez, cree ser el amante de una mujer, cuando en realidad sólo es su testigo. Aritmós kinesios. Entonces Faulques tuvo miedo de regresar a la soledad que acechaba en las palabras antes y después, pero tuvo más miedo de que ella sobreviviera a esa última guerra.

En los últimos días la había sorprendido varias veces mirándolo de aquel modo, a hurtadillas primero, francamente después, cual si pretendiera grabarse en la memoria cuanto a él se refería, todas las imágenes de aquella etapa de una largo y extraño viaje que se hallara a punto de terminar. Un viaje del que ella tuviese el pasaje de vuelta en el bolsillo. Faulques caminaba con una sensación de tristeza y de frío infinitos.

El Tango de la Guardia Vieja


"Me proponía robarte el collar -dice tras un silencio-.Sólo eso. Seducirte por tercera vez, de algún modo. Llevármelo como la noche que volvimos de La Boca.
Mecha se queda callada un momento.
-Ese collar ya no vale lo que cuando nos conocimos -dice al fin-. Dudo que ahora obtuvieras por él ni
la mitad.
-No se trata de eso. De que valga más o menos.
Era una forma de... Bueno. No sé. Una forma.
-¿De sentirte joven y triunfador?
Niega él con la cabeza, en la oscuridad.
-De decirte que no he olvidado. Que no olvidé. "

Javier Marías 


Tu rostro mañana

No debería uno contar nunca nada, ni dar datos ni aportar historias ni hacer que la gente recuerde a seres que jamás han existido ni pisado la tierra o cruzado el mundo, o que sí pasaron pero estaban ya medio a salvo en el tuerto e inseguro olvido. Contar es casi siempre un regalo, incluso cuando lleva e inyecta veneno el cuento, también es un vínculo y otorgar confianza, y rara es la confianza que antes o después no se traiciona, raro el vínculo que no se enreda o anuda, y así acaba apretando y hay que tirar de navaja o filo para cortarlo. ¿Cuántas de las mías permanecen intactas, de las muchas confianzas brindadas por quien tanto ha creído en su instinto y no siempre le hizo caso y ha sido ingenuo demasiado tiempo? (Ya menos, ya menos, pero la disminución de eso es muy lenta.) Siguen intactas las que deposité en dos amigos que aún las conservan, frente a las puestas en otros diez que las perdieron o desbarataron; la escasa que di a mi padre y la pudorosa que di a mi madre, muy parecidas si no fueron la misma, la de ella además no duró mucho, ya no puede defraudarla o sólo póstumamente, si hiciera yo un día algún mal descubrimiento, y dejara de ocultarse algo oculto; no perdura la de mi hermana, ni la de ninguna novia ni ninguna amante ni ninguna esposa pasada, presente o imaginaria (suele ser la hermana la primera esposa, la esposa niña), parece obligado que en esas relaciones se acabe utilizando lo que se sabe o se ha visto en contra del amado o cónyuge -o de quien resultó ser sólo momentáneo calor y carne-, de quien hizo revelaciones y admitió un testigo para sus flaquezas y pesadumbres y se prestó a confidencias, o simplemente rememoró sobre la almohada abstraído en voz alta sin reparar en los riesgos, ni en el ojo arbitrario que siempre nos mira ni el oído selectivo y sesgado que nos escucha (muchas veces no es nada grave, una utilización sólo doméstica, defensiva y acorralada, para cargarse de razón en un apuro dialéctico cuando se discute largo, un uso argumentativo).
La vulneración de la confianza también es eso: no sólo ser indiscreto y ocasionar daño o perdición con ello, no sólo recurrir a esa arma ilícita cuando los vientos cambian y se le pone la proa al que contó y dejó ver -ese que se arrepiente ahora y niega y confunde y enturbia ahora, y quisiera borrar y calla-, sino sacar ventaja del conocimiento obtenido por debilidad o descuido o generosidad del otro, sin respetar ni tener en cuenta la vía por la que llegó a saberse lo que se esgrime o tergiversa ahora -o basta con haberlo enunciado para que ya lo desfigure al recogerlo al aire-: si fueron las confesiones de una noche enamorada o de un desesperado día, de un atardecer de culpa o un despertar desolado, o de la embriagada locuacidad de un insomnio: una noche o un día en que quien hablaba hablaba como si no hubiera futuro más allá de esa noche o día y fuera su lengua suelta a morir con ellos, ignorando que siempre hay más por venir, siempre queda, un poco más, un minuto, la lanza, un segundo, la fiebre, y otro segundo, el sueño -la lanza, la fiebre, mi dolor y la palabra, el sueño-, y también el interminable tiempo que ni siquiera vacila ni aminora el paso tras nuestro acabamiento, y sigue añadiendo y hablando, murmurando e indagando y contando aunque ya no oigamos y hayamos callado. Callar, callar, es la gran aspiración que nadie cumple ni aun después de muerto, y yo el que menos, que he contado a menudo y además por escrito en informes, y aún más miro y escucho, aunque casi nunca pregunte ya nada a cambio. No, yo no debería contar ni oír nada, porque nunca estará en mi mano que no se repita y se afee en mi contra, para perderme, o aún peor, que no se repita y se afee en contra de quienes yo bien quiero para condenarlos. 

Los enamoramientos 


“La muerte del que nos hirió o mató en vida —expresión exagerada que ha acabado por ser común— no nos cura del todo ni nos faculta para olvidar.” 


“Cuando alguien está enamorado, o más precisamente cuando lo está una mujer y además es al principio y el enamoramiento todavía posee el atractivo de la revelación, por lo general somos capaces de interesarnos por cualquier asunto que interese o del que nos hable el que amamos. No solamente de fingirlo para agradarle o para conquistarlo o para asentar nuestra frágil plaza, que también, sino de prestar verdadera atención y dejarnos contagiar de veras por lo que quiera que él sienta y transmita, entusiasmo, aversión, simpatía, temor, preocupación o hasta obsesión. No digamos de acompañarlo en sus reflexiones improvisadas, que son las que más atan y arrastran porque asistimos a su nacimiento y las empujamos, y las vemos desperezarse y vacilar y tropezar.” 

“Es ridículo que tras tantos siglos de práctica, y de increíbles avances e inventos, todavía no haya forma de saber cuándo alguien miente; claro que eso nos beneficia y perjudica por igual a todos, quizá sea el único reducto de libertad que nos queda.” 

“Lo malo de las desgracias muy grandes, de las que nos parten en dos y parece que no van a poder soportarse, es que quien las padece cree, o casi exige, que con ellas se acabe el mundo, y sin embargo el mundo no hace caso y prosigue, y además tira de quien padeció la desgracia.” 

“Nada dura lo bastante porque todo se acaba, y una vez acabado resulta que nunca fue bastante, aunque durara cien años.” 

“Cuántas personas que nos parecían vitales se nos quedan en el camino, cuántas se nos agotan y con cuántas se nos diluye el trato sin que haya aparente motivo ni desde luego uno de peso. Las únicas que no nos fallan ni defraudan son las que se nos arrebata, las únicas que no dejamos caer son las que desaparecen contra nuestra voluntad, abruptamente, y así carecen de tiempo para darnos disgustos o decepcionarnos.”

“A ninguno debe ofendernos que alguien se conforme con nosotros, a falta de quien fue mejor"

jueves, 21 de abril de 2016

¿Qué es Acción Poética?


El movimiento Acción Poética es un fenómeno mural-literario que comenzó en Monterrey, Nuevo León, México en 1996. Tiene como fundador al poeta mexicano Armando Alanís Pulido y consiste en pintar e intervenir en bardas de las ciudades con fragmentos de poesía. El contenido del mural generalmente se emplea con versos de amor o frases optimistas, también con frases en alusión a la situación actual (aunque tienen por regla no tocar temas políticos ni religiosos); también hay frases de canciones y versos del propio Alanís.
Las creaciones pueden ser apreciadas principalmente en algunos muros de Monterrey y su área metropolitana, pero desde hace algunos años la iniciativa ha traspasado fronteras y se puede observar este movimiento en más de setenta ciudades mexicanas así como en veintitrés países de Latinoamérica y también en países como España, Angola e Italia.






















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