jueves, 29 de junio de 2017

Quítale el móvil al niño

El trastorno de déficit de atención afecta a un creciente número de niños, y abre el debate en torno a los sobrediagnósticos

La atención  es la ventana a través de la cual el cerebro se asoma al mundo que le rodea. Cuando el niño nace, apenas es capaz de dirigir su interés hacia el mundo exterior. Inicialmente sólo presta atención a sus propias sensaciones llorando cuando tiene hambre, sueño, frío o se siente solo. Poco a poco comienza a fijarla en el pezón de la madre que destaca como una forma más oscura en el horizonte. A partir de ahí comienza un largo viaje en el que el niño va aprendiendo que atender ciertos estímulos conlleva una serie de beneficios.

A las pocas semanas el niño reconoce con facilidad objetos que emiten ruido o se mueven; por eso los sonajeros captan su interés. Los padres hacen todo tipo de carantoñas con juguetes o con las manos para dirigir su atención, de ahí los cinco lobitos. Pero también comienzan, de manera instintiva a ayudarle a fijarla en estímulos inmóviles. Primero un árbol que mece sus hojas con suavidad, luego una foto en la que sale junto a su mamá y, más adelante, un cuento en el que casi no pasa nada.
Así, el niño comienza a desarrollar una habilidad tremendamente compleja, que es la de controlar la propia atención y dirigirla no sólo a aquellos estímulos que se mueven, sino también a aquellos que están más quietos o son más aburridos. De esta forma crecerá siendo capaz de atender a su profesor, aunque el compañero de al lado esté haciendo el tonto. Aprenderá a abstraerse con el libro que lee, aunque una mosca lo sobrevuele, y llegará a ser capaz de concentrarse al volante, a pesar de que la carretera sea una larga recta y su cerebro esté cansado.
Dominar la atención y ser capaz de eliminar otros estímulos que intentan distraernos es una habilidad que ofrece múltiples ventajas. Nos permite concentrarnos en lo que realmente queremos o deseamos, detectar detalles y matices que otros pasan por alto, aprender idiomas con más facilidad, persistir en nuestras metas hasta alcanzarlas o reducir los niveles de estrés.
Desde hace años vivimos un auténtico auge de un diagnóstico que provoca sufrimiento entre los más pequeños: el trastorno por déficit de atención (TDA). Desde los años setenta hasta 2010, el número de niños diagnosticados en Estados Unidos se multiplicó por siete. Desde 2000 hasta 2012, el número de recetas expedidas en Reino Unido para tratar este trastorno cognitivo se multiplicó por cuatro. Los factores que han provocado esta alza son muchos y complejos. Por una parte, la sensibilización de los pediatras ha hecho que se detecten con más eficacia. Por otra, la posibilidad de diagnosticarlo a partir de los tres años (en lugar de a los seis años) ha sido otro motivo para el aumento de la prevalencia.
Sin embargo, también hay otras razones que son más difíciles de entender. La más preocupante de todas ellas es el sobrediagnóstico: los expertos más alarmistas estiman que como mucho un 4% de la población infantil podría sufrir este trastorno y, sin embargo, la realidad es que un 10% de los niños en nuestro país tomarán medicación para el TDA en algún momento de su vida escolar.
Las razones que llevan al sobrediagnóstico parecen ser muchas. Los padres pasan menos tiempo con los hijos y esto parece interferir en el desarrollo de habilidades como el autocontrol o la capacidad para sobrellevar la frustración. Los colegios tienen menos paciencia con los alumnos difíciles o que no están tan motivados para aprender, en muchos casos presionados por los resultados académicos de la escuela en su conjunto.
También nos encontramos con la intrusión de las nuevas tecnologías en el cerebro en desarrollo de nuestros hijos. Desde los años ochenta sabemos que más tiempo frente al televisor se traduce en menos paciencia y autocontrol, peor desarrollo madurativo de la atención y mayores tasas de fracaso escolar. La razón es muy sencilla, cuando el niño juega, dibuja o interacciona con sus padres o hermanos, su cerebro debe dirigir la atención voluntariamente a aquellos estímulos o personas con los que interacciona. Cuando se sienta frente al televisor es la tele la que atrapa el interés del niño y hace todo el trabajo.
Por eso nos gusta ver la tele y engancharnos al móvil, no porque estimulen nuestro cerebro, sino porque nos entretienen, nos relajan. Hoy, los dispositivos móviles se utilizan para distraer al niño cuando se tiene que concentrar en terminar una papilla. Para entretener al niño cuando tiene que esperar en el pediatra. Para despistar al niño cuando tiene que esforzarse en ponerse el pijama al final del día. Con este tipo de estrategias parece sensato que el cerebro aprenda que cada vez que tiene que esforzarse, concentrarse o esperar quieto…, tiene permiso para distraerse.
Sin lugar a dudas estamos educando niños menos pacientes, menos atentos y con menor capacidad de esfuerzo, reflejo de una generación de padres menos pacientes y que damos menos valor a hacer las cosas despacio.
Todo ello lleva a que muchos niños sean llevados a un especialista que observa en él todos los síntomas necesarios para el diagnóstico: poco autocontrol, distracción o falta de motivación. En el caso de muchos niños el diagnóstico y el tratamiento son acertados. Para muchos otros, creemos, el trastorno por déficit de atención es un estigma de una sociedad que va demasiado deprisa para educar despacio.
Algunos niños, con ayuda de sus padres, profesores o terapeutas van desarrollando habilidades cognitivas como un mayor autocontrol o paciencia que permiten reducir y compensar las dificultades atencionales. A medida que se hacen mayores suelen preferir y encajar bien en trabajos que les permiten moverse y hacer cosas diversas a lo largo del día.
Pero pueden seguir existiendo desafíos en la vida cotidiana. Muchos los encuentran cuando tienen sus propios hijos y la paciencia, el orden o la organización vuelve a ser un elemento adaptativo fundamental. Algunos adultos con dificultades de atención no experimentan ninguna dificultad en su vida cotidiana, otros se regulan gracias a la medicación y un tercer grupo sufre muchas de estas dificultades pero no tiene ni idea de que el origen esté en una alteración de sus procesos atencionales y ejecutivos, ni conoce cómo compensarlos.
Álvaro Bilbao, neuropsicólogo, es autor de ‘El cerebro del niño explicado a los padres’.

sábado, 24 de junio de 2017

No siempre dejar las cosas a medias significa dejarlas inacabadas.

Las botellas vacías 

A finales de los años 60, un grupo de jóvenes brillantes y transgresores, una mezcla de arquitectos, fotógrafos, modelos, editores, escritores y gente variopinta (que en mala hora recibió la burda y falaz denominación de gauche divine, pero que pese a quien pese, continúa siendo el único grupo original, estimulante y desacomplejado surgido de esta ciudad en el siglo XX y en lo que llevamos de siglo XXI) descubrió Cadaqués y empezó a veranear allí.    
Uno de ellos, creo que fue el gran Lluís Clotet, estaba un día sentado en la playa y de repente, mirando a su alrededor a las chicas en biquini, al mar, al sol y a sus amigos, dijo, un poco abrumado: «Esto es demasiado bonito, el pueblo es demasiado bonito, las chicas, demasiado guapas, el mar, demasiado azul. Es demasiado perfecto, no puede funcionar. En cualquier momento aparecerá un psicópata con un metralleta y nos matará a todos». Y se marchó del pueblo.
En cambio, teníamos otros amigos, muy célebres y adinerados, que nunca se levantaban de la mesa de un restaurante antes de haber apurado hasta la última gota de la última botella de vino.
Recuerdo cenas eternas esperando a que hubiesen vaciado la endemoniada última botella mientras los demás comensales intentábamos no desplomarnos sobre la mesa. Yo, tratando de mantener los ojos abiertos, pensaba: «Vámonos ya, el mundo está lleno de deliciosas botellas de vino esperándonos, dejemos esta a medias, ya estamos borrachos, ya nos hemos contado la vida entera. Vamos. Nuevas botellas nos esperan en otros lugares». A veces, la cortesía es una murga.

CENIZAS AL VIENTO

No siempre dejar las cosas a medias significa dejarlas inacabadas. Hay fiestas que se acaban a los cinco minutos de haber empezado. Hay otras, en cambio, cuya música resuena en nosotros durante años. Hay veranos larguísimos que no empiezan nunca. Y yo he tenido relaciones muy intensas y profundas que han durado dos horas de reloj.
Otras veces, nos quedamos hasta el final, hasta encontrarnos con el cadáver (del amor, de la amistad, del trabajo) en los brazos. Incluso, en alguna ocasión, esperamos a que ese cadáver se convierta en ceniza y a que esta sea dispersada por el viento. No sé si vale la pena. No sé si vale la pena vivir con las manos y la boca y los oídos llenos de ceniza pudiendo estar en la playa chapoteando rodeado de chicas en biquini mientras esperamos a que llegue el tío de la metralleta.
El problema no es la bobada esa de ver si la botella (o el vaso, para los abstemios) está medio llena o medio vacía, el problema es no darse cuenta de que la botella está absolutamente vacía. Y cuando una botella está vacía se tira a la basura. A la del reciclaje, preferiblemente.
Milena Busquets. 
El Periódico, 21 de junio de 2017

- If You Go Away. Patricia Kaas

viernes, 16 de junio de 2017

Charles Dickens, frases

"Cada fracaso le enseña al hombre algo que necesitaba aprender"

"Nadie es inútil en este mundo mientras pueda aliviar un poco  la carga sus semejantes"

"No existe nada en el mundo tan irresistiblemente contagioso como la risa y el buen humor"

"El hombre nunca sabe de lo que es capaz hasta que lo intenta"

"Nunca es tarde para el arrepentimiento y la reparación"

"Cada uno de los seres humanos es un profundo secreto para los demás"

"Acostúmbrese a no considerar nada por su aspecto, sino por su evidencia"

"No debemos avergonzarnos nunca de nuestras lágrimas"

"Existen cuerdas en el corazón humano que es mejor que nunca vibren"

"Hay una sabiduría de la cabeza y una del corazón"

"No fracasa en este mundo quien le haga a otro más llevadera su carga"

jueves, 8 de junio de 2017

La tregua. Mario Benedetti

“Pero, en definitiva, ¿qué es Lo Nuestro? Por ahora, al menos, es una especie de complicidad frente a otros, un secreto compartido, un pacto unilateral. Naturalmente, esto no es una aventura, ni un programa ni -menos que menos- un noviazgo. Sin embargo, es algo más que una amistad. Lo peor (¿o lo mejor?) es que ella se encuentra muy cómoda en esta indefinición. Me habla con toda confianza, con todo humor, creo que hasta con cariño.”


Mario Benedetti

martes, 6 de junio de 2017

Antonio Canova

Antonio Canova nació en Possagno, cerca de Venecia, en 1757; perteneció, por tanto, a la generación de Goya yDavid. Alcanzó gran fama en vida, tanto en Italia como fuera de ella, como muy pocos artistas contemporáneos a él la lograron.
De origen humilde, se hizo tallador de piedra como su padre y pronto empezó a destacar en Venecia. Ya en 1778 viajó a Roma, entonces un hervidero intelectual al que afluían artistas de todo el mundo en busca de novedades: el citado Goya, Füssli, Piranesi
Allí Canova tomó conciencia de las obligaciones intelectuales del escultor, más allá de su habilidad técnica. En aquel momento, Winckelmann abría el debate sobre la visión historicista y romántica del clasicismo, un debate al que fue sensible el artista de Possagno, quien hizo, en el fondo, lo complementario aMesserschmidt: dar animación a la piel.
Hasta entonces, los escultores pulían unas formas en el espacio; Canova da calidad sensorial y aliento de vida a la superficie, a la epidermis. En sus obras, lo óptico es el tacto, y es desde esa tactilidad desde la que se aprecian sus esculturas. Por eso se habla, al referirnos a la contemplación de sus trabajos, de “la visión de las manos”. Lo meramente ocular es la imagen pintada, pero lo genuino es tocar: en Canova desaparecen los elementos matemáticos a favor de los físicos.
La escultura de Canova – podemos decir- requiere de una visión sobre todo física, no conceptual ni matemática, de una especie de estremecimiento. Evoca la leyenda de Pigmalión, que se enamoró de una de sus esculturas, a la que Venus, apiadada, dio vida. Ya Ovidio, en su Metamorfosis, había hablado de la faceta creadora, en el estricto sentido de la palabra, del artista y no está de más recordar que la gran novela escrita en vida de Canova fue quizáFrankestein de Shelley, en la que, como sabéis de sobra, un médico crea un ser humano que deviene monstruoso. Estos temas cobran ahora una dimensión real.
Masdearte.com










lunes, 5 de junio de 2017

Vivir en una fábrica de cemento


Cuando Ricardo Bofill se encontró una fábrica de cemento abandonada en 1973, vio inmediatamente un mundo de posibilidades. Nació “La fábrica” y casi 45 años después, la estructura ha sido completamente transformada en un hogar único y espectacular.

La fábrica está situada en las afueras de la ciudad de Barcelona. Construida durante los años de la I Guerra Mundial, era muy contaminante y llevaba cerrada muchísimos años.
 Tras años de estar parcialmente destruida, el arquitecto español procedió a rodear el exterior de la propiedad con vegetación, y a transformar el interior en espacios de trabajo y de vivienda muy sencillos y atractivos.

Aún hoy en día La Fábrica sigue siendo una obra en progreso, en constante evolución. Las chimeneas industriales que solían llenar el aire de humo negro ahora desbordan verdor, un excelente ejemplo de positiva transformación llevada a cabo por el reconocido arquitecto.


El exterior está casi totalmente cubierto de césped, pero también de eucaliptos, palmeras y olivos.