viernes, 29 de septiembre de 2017

¿Hablamos, Parlem?

Ha aparecido en la Gran Vía de Madrid una pancarta colgada en un balcón que pregunta: ¿parlem? Es el balcón de las oficinas de la agencia de publicidad Sra. Rushmore. Luego se ha sumado alguna otra agencia y desde Barcelona han respondido con otra pancarta colgada en otro balcón que pregunta: ¿hablamos?

¿Parlem? ¿Hablamos? La importancia de las palabras, sobre todo, cuando nadie las usa o cuando se pervierte su significado. Estas dos son claras y explícitas, no hace falta decir nada más. Una invitación a hablar, a hablarse, a escuchar, sobre todo, al que piensa diferente.
Hay pocos lugares tan castizos en Madrid como la Gran Vía, forma parte del imaginario de autóctonos y forasteros. Y la llamada al diálogo colgando de una de sus fachadas es la mejor imagen, por no decir la única positiva que está dejando este conflicto. Esa imagen también es Madrid.
Frente al enfrentamiento, a la descalificación, las amenazas, las banderas, el patriotismo, una sola palabra: ¿parlem? ¿hablamos? Ojalá todos los balcones de España se llenaran de pancartas iguales.
Es la única luz en medio de tanta irresponsabilidad. La última muestra, esta misma tarde, desde el PP, el partido que gobierna. Han hecho público un vídeo en contra de los independentistas con el hashtag hispanofobia. Los que alientan las fobias son los máximos responsables de sus consecuencias.
¿Se dan cuenta de la importancia de las palabras?

sábado, 23 de septiembre de 2017

El sentimiento catalán. Albert Boadella

La reforma constitucional parece ya un hecho irreversible. Incluso el presidente Rajoy dice estar dispuesto para hablar de ello. Supongo que forzado por su soledad en el asunto. Me refiero al asunto más grave que tiene planteado España desde hace años. O sea, Cataluña. Esta insondable reforma se ha convertido en la pócima prodigiosa que pretende acabar con la epidemia tribal del separatismo. Alguien acuña una frase contundente al vuelo y, si la ocurrencia lleva envoltura de multiusos y no compromete a nada concreto, se expanden sus provechos como el bálsamo de Fierabrás. Sorprende la facilidad con que la martingala se instala en el día a día de la política y los medios de comunicación para tomar apariencia de realidad incuestionable. Sobre ella llueve un derrame de especulaciones. Parece el tema de un entremés cervantino.
Me pregunto quién tuvo la idea genial de la reforma. Creo recordar que se parió desde las filas socialistas buscando enigmáticos federalismos, pero a estas alturas ya resulta muy difícil seguir la genética de un invento en boca de los más dispares. Lo que está claro es que sirve a todos porque los partidos nacionales dan por fracasada la posibilidad de una auténtica homogeneidad de derechos y deberes entre los ciudadanos de la España actual. Ante ello hay que reunirse para elaborar las reformas constitucionales y así entrar de nuevo en el tema de la igualdad. Poco importa que la actual Constitución fuera elaborada mirando de reojo a Cataluña y que se organizara el gatuperio autonómico en función de vascos y catalanes. No escarmentamos. Ahora hay que montar otro berenjenal para lo mismo. Constatar públicamente el fracaso del anterior.
Cuesta poco imaginarse el primer encuentro de la inevitable comisión. Un desbordamiento inicial de medias palabras y subterfugios. Todos sin mostrar las cartas marcadas y esperando a ver que se le ocurre al adversario. A ver quien se compromete el primero. Algunos pretextos como el artículo 57 en relación a la reforma sucesoria de la corona servirán de preámbulo para lo que es el auténtico meollo del asunto ¿Cómo endilgar la píldora de la desigualdad entre territorios sin que explote una riña fratricida entre ellos? Es muy posible que llegados a esta tribulación los más osados pongan por delante la coartada de los sentimientos. ¡Ay! ¡Los sentimientos! Un argumento convincente e irrebatible. Como la paz mundial o el cambio climático. Hay que proteger los sentimientos especiales, diferenciados y exclusivos de los catalanes. Así de fácil. Pero, claro, ¿con que términos poner en letra la justificación y la precisión de estos sentimientos especiales y diferenciados? Ya no están los ladinos redactores delImperio hacia Dios o El centinela de occidente para marear la perdiz con su eficaz poética altisonante. En aquellos tiempos comulgábamos con ruedas de molino. Ahora resulta que estamos en un Estado de Derecho y hay que explicarlo con pelos y señales en vistas a la judicatura y sus tiquismiquis.
Por si les sirve de algo les explico yo de que se trata esto de los sentimientos catalanes. En los primeros años de mi niñez me enseñaron de forma más o menos subrepticia que, entre la gente, estaban los nuestros y los de fuera. Los de fuera eran els castellans, una gente que, además de hablar una lengua enfática e imperiosa, había que mantener a distancia. Nada bueno podía emanar de tales sujetos ni de sus lugares de origen.
El lenguaje críptico inducía a sospechar un sinfín de horrores del pasado que provenía de aquella tropa infiltrada. Quien no ha conocido este entorno no puede imaginarse lo agradable que resulta vivir en el calor incestuoso de la tribu amenazada. Imaginando intimidaciones de la poblada tribu vecina. Un tufo de miseria, suciedad e incultura emanaba entonces de los de fuera, gentes tan ufanas y soberbias como denuncia el himno. Nada comparable a nuestra tribu delseny.
Si no han estado sumergidos en un cotarro parecido, es imposible percibir como se disfruta formando parte de la minoría amenazada por este supuesto enemigo común. No hay que hacer ningún esfuerzo para transmitir a otra generación un sentimiento tan excitante y ancestral. Tiene además la ventaja que, de salida, lo llevamos todos dentro. Cualquier excusa histórica o económica es secundaria. Lo esencial es el placer y el privilegio de recrearse en este sentimiento. Disentiremos en todo pero estamos de acuerdo en un principio fundamental: nada bueno para nosotros proviene de España. Madrid es el enemigo a batir.
En definitiva, este es el núcleo del sentimiento catalán que alcanza una mayoría de ciudadanos del territorio regional, aunque -como suele suceder- adquiere mayor radicalidad en la parte rural de dicho territorio. Se adorna con castellers, diseño o exhibiciones pacifistas para encubrir las vergüenzas del odio y la xenofobia, pero la realidad de hoy se nos ha mostrado por fin descarnada. Cuando todavía no habían perdido el pudor lo disfrazaban con una supuesta cultura distinta y otros inventos, pero ha llegado el momento crucial. El momento de la venganza.
La Cataluña como arcadia feliz desprendida de España solo se la imaginan cuatro despistados. Para el resto de la población, no importa que el procés pueda significar ruina, enfrentamiento o un futuro problemático en Europa. La catarsis es irreprimible. Hay que desquitarse. Pasar cuentas. ¿Saben cuál es la diferencia entre el taimado Pujol de los años 80 y los destroyers actuales? Una sutilidad. Simplemente se han quitado la máscara.
Sepan el resto de los españoles tan sensibles al sentimiento catalán que amparan unos sentimientos proclives a la creación de víctimas. Unas por muerte civil y otras por muerte física. Esta clase de sentimiento ha producido en España innumerables víctimas del terrorismo. Esta clase de sentimiento ha tenido gran responsabilidad en las dos guerras mundiales del siglo XX. Millones de víctimas. ¿Bajo semejante advocación vamos ahora a justificar un cambio constitucional pensando que quizás incluyendo el sentimiento singular en forma de desigualdad se soluciona el asunto? El problema es que no es singular. Lamentablemente, su raíz forma parte de lo que el ser humano va mitigando a medida que crece y aprende a dominar sus instintos primarios.
Comprendo a los ciudadanos del resto de España cuando manifiestan su pasmo ante lo que está aconteciendo, aunque tampoco es una novedad. Las comunidades humanas enferman igual que las personas. El atrayente contagio de estos bajos sentimientos es causa de auténticas pandemias que alejan de la realidad a sus afectados. Puedo entender que, desde una democracia, es muy difícil responder seriamente a una ficción, pero no lo agravemos ahora con más ficciones constitucionales.
Albert Boadella Oncins es actor y dramaturgo, fundador de la compañía de teatro Els Joglars.

James Morrison - You Give Me Something (New Version)

jueves, 21 de septiembre de 2017

Los impuros. Antonio Muñoz Molina

 No puedo contenerme ahora mismo. No quiero. Acabo de ver una foto de Juan Marsé cruzada por un letrero escalofriante en catalán: Renegado. Su cara noble como de boxeador viejo en primer plano, y esa palabra siniestra, esa acusación, ese estigma. Juan Marsé es un renegado por decir aquello que lleva diciendo desde hace más de medio siglo: lo que le da la gana. De muy joven Marsé empezó a escribir novelas que rompían con furia y belleza el sopor policial del franquismo. Fue el cronista de la Barcelona de las periferias emigrantes y de los barrios burgueses, con una ambición abarcadora de novelista francés del XIX. Su primera obra maestra Últimas tardes con Teresa , estaba llena de citas de Stendhal y de El rojo y el negro: Manolo el Pijoaparte era un trepador empujado por el instinto y el rencor de clase, como Julien Sorel, con un fondo suburbial y felino de rumba catalana. Marsé ha escrito y dicho lo que le da la gana hasta el punto de que su novela más grande, Si te dicen que caí, la publicó en México en 1973 para no someterse a las censuras y las autocensuras inevitables en España. Cuando se publicó aquí, en 1977, nos estallaba en las manos a quienes queríamos ser escritores, contar el mundo cercano y al mismo tiempo construir edificios luminosos de literatura. La libertad con la que había sido escrita esa novela era el anticipo de la que nosotros mismos queríamos ejercer en la literatura y en la vida. Marsé escribía un castellano tan libre porque era para él una lengua fronteriza, entrecruzada con el catalán, empapada de él. Marsé es un hombre íntegro, sentimental y huraño que puede enfadarse mucho, y lo ha hecho muchas veces, incluso con gran escándalo público.
Ahora los patriotas del banderazo y la hoguera han decidido señalarlo con lo que para ellos es el peor de los insultos: renegado. Un renegado es peor que un extranjero, porque a su alevosía une la condición de traidor. Los héroes de la libertad de los pueblos no sienten el menor interés por la libertad de las personas. Los pueblos son abstracciones a las que se puede atribuir cualquier virtud y hasta cualquier impulso de ira justiciera. Para mantener siempre su pureza necesitan enemigos exteriores y chivos expiatorios. Cualquier sátrapa y cualquier aspirante a comisario político puede ejercer con éxito la ventriloquía patriótica o justiciera y presentarse como portavoz del pueblo. Las personas concretas tienen una cara, una voz, una voluntad soberana o caprichosa. También tienen domicilio, y número de teléfono. Si las señalan son muy vulnerables. Algunas tienen trabajos y corren el peligro de perderlos. Juan Marsé fue un resistente contra la dictadura y es uno de los grandes escritores de España y de Cataluña, pero ahora resulta, a los ochenta y tantos años, que es un renegado. La foto de un renegado se puede quemar. También puede servir para acosarlo.
Se trata de una figura muy útil. Las democracias se hacen con ciudadanos. Las patrias viscerales necesitan extranjeros, enemigos, traidores, apóstatas. Renegados. Nada define mejor a una patria que la designación de un enemigo. Cuando era joven, Juan Marsé formó parte de lo que los franquistas llamaban la anti-España. Ahora lo han arrojado a la anti-Cataluña, en compañía , entre otros, de enemigos como Antonio Machado, Goya, Calderón, Negrín…
Todo esto es de una inmensa tristeza, de un aburrimiento insufrible.

viernes, 15 de septiembre de 2017

Soledades. Mario Benedetti

Ellos tienen razón
esa felicidad
al menos con mayúscula
no existe
ah pero si existiera con minúscula
seria semejante a nuestra breve
presoledad
después de la alegría viene la soledad
después de la plenitud viene la soledad
después del amor viene la soledad

ya se que es una pobre deformación
pero lo cierto es que en ese durable minuto
uno se siente
solo en el mundo

sin asideros
sin pretextos
sin abrazos
sin rencores
sin las cosas que unen o separan
y en es sola manera de estar solo
ni siquiera uno se apiada de uno mismo
los datos objetivos son como sigue

hay diez centímetros de silencio
entre tus manos y mis manos
una frontera de palabras no dichas
entre tus labios y mis labios
y algo que brilla así de triste
entre tus ojos y mis ojos

claro que la soledad no viene sola

si se mira por sobre el hombro mustio
de nuestras soledades
se vera un largo y compacto imposible
un sencillo respeto por terceros o cuartos
ese percance de ser buenagente
después de la alegría
después de la plenitud
después del amor
viene la soledad

conforme
pero
que vendrá después
de la soledad

a veces no me siento
tan solo
si imagino
mejor dicho si se
que mas allá de mi soledad
y de la tuya
otra vez estas vos
aunque sea preguntándote a solas
que vendrá después
de la soledad.