sábado, 29 de diciembre de 2018

Carta a Pedro Sánchez. José María Múgica Heras

Distinguido presidente:
Hace 40 años, recién alcanzada la mayoría de edad, voté nuestra Constitución. Voté sí por un montón de buenas razones. Porque esa ley me convertía en ciudadano; porque significaba la segunda y definitiva muerte -tras la física- del dictador y su obra política. Porque los que entonces nos asesinaban en el País Vasco traían la papeleta del noVoté también a la memoria de mi abuelo republicano, muerto en la guerra, que no pudo conocer una España reconciliada y en paz. Voté porque aquella Constitución me parecía nuestra mejor ley de memoria histórica. Y voté también porque en aquella papeleta se encontraba el mandato que pronunció Manuel Azaña un 18 de julio de 1938 en Barcelona: «Cuando la antorcha pase a otras manos, a otras generaciones (...) que piensen en el mensaje de la patria eterna que dice a todos sus hijos: paz, piedad y perdón».
Sí, la antorcha pasó a otras generaciones, con la ambición de la mejor España. La Constitución que derrumbó las trincheras, nos reconcilió y nos condujo a la concordia y a la libertad. Se puede ser socialista o conservador, de izquierda o derecha; todo eso es legítimo en democracia, pero al mismo tiempo resulta secundario. Porque lo decisivo reside en respetar la ley de los ciudadanos, sean como sean, piensen como piensen.
Hoy, ninguno de los problemas que tiene la España actual trae causa de la Constitución. Al contrario, los mayores problemas de este día dimanan del empeño de algunos en debilitar esa Constitución.
Hoy existe en España un Gobierno socialista. Lo peor es que son sus aliados parlamentarios quienes combaten esa Constitución desde posiciones reaccionarias y demagogia impostora.
Cuando Podemos invoca el derecho a decidir, viola el principio irrenunciable de la izquierda que manda que la soberanía reside en la nación. Para la izquierda, la nación no puede ser un concepto discutido ni discutible. Al revés, se trata de un concepto decisivo: ciudadanos libres e iguales amparados por la Constitución que les protege del despotismo. Si esa soberanía ciudadana se trocea, si se escabulle al conjunto de las personas, si los territorios están por encima de la ley, rompemos la soberanía ciudadana y, con ello, la nación misma.
Cuando Podemos habla de república, ¿de qué está hablando? ¿Tal vez se trata de una república parlamentaria al estilo italiano, con sus embrollos institucionales que la paralizan? ¿Tal vez de una república presidencial al estilo norteamericano que dirige Trump? ¿Tal vez, en su regresión reaccionaria, se refieran a la Segunda República española?; y en tal caso, ¿a cuál de sus periodos: al bienio azañista, al bienio negro, al frente popular o a la Guerra Civil? Jamás Podemos dice de qué habla. Aunque tal vez la respuesta sea más sencilla, y se encuentre en el modelo de tiranía de la república venezolana. Será necesario decir a esta gente que nuestra monarquía parlamentaria, al igual que las que rigen en el norte de Europa, será siempre el modelo mejor.
Cuando triunfa la censura de lo políticamente correcto, se divide al país porque se crean carnés de buenos o malos ciudadanos, los fachas. Resulta tan insoportable como ocurrió durante décadas en el País Vasco, donde los terroristas otorgaban también el carné de mal vasco al que luego asesinaban. Tan insoportable como la dictadura y su nacionalcatolicismo, que dividía a los buenos y a los malos españoles, los rojos.
Todas esas vergüenzas reaccionarias e impostoras son creación de Podemos.Como también lo son de los nacionalistas catalanes, presididos por el señor Torra, cuyos escritos de corte racista dieron pie a que fuera definido con certeza como el Le Pen catalán. O también, como ERC, golpista ya por partida doble; en 1934 contra la República, en 2017 contra la Constitución. Asaltar en Cataluña la ley de los ciudadanos es rebelión contra los ciudadanos. Lo dijo el presidente Kennedy: "Los ciudadanos son libres de estar en desacuerdo con la ley, pero no de desobedecerla. Si este país llegara al punto en que cualquier hombre o grupo de hombres, por la fuerza o la amenaza de la fuerza, pudiera desafiar el mandato de los tribunales y de la Constitución, ninguna ley estaría fuera de duda, ningún juez estaría seguro de su mandato, ningún ciudadano estaría a salvo de sus vecinos".
Con profundo respeto a todos los electores, tengo la esperanza de que la derecha democrática no se deslice tras alcanzar acuerdos con Vox. De que el socialismo democrático no persista en la búsqueda de alianzas imposibles con Podemos o nacionalistas catalanes; porque esas alianzas acabarían infectando el alma misma del PSOE. La búsqueda del Gobierno a cualquier precio se paga muy caro, al coste del desgobierno y la desintegración cívica. Y al cabo, es mejor perder las elecciones que perder el alma.
Creo que el balance de los Gobiernos no se sustenta tan sólo sobre criterios de progreso material en los países. Que más importante resulta evaluar si esa acción de Gobierno convoca mejor a la ciudadanía o la divide. Y temo que el balance de esos cinco meses sea desfavorable.
Por eso, ejerzo mi derecho de petición. Convocar elecciones ya, que hablen los españoles y acabar así con este estado de cosas. Y, al día siguiente, gane quien gane, poner el mandato constitucional de convivencia cívica por encima de cualquier otra razón. Si se busca una mínima grandeza, ése habrá de ser el camino. Cada vez importa menos la etiqueta de quién gobernó, y más importa cómo se gobierna. No se trata de rehacer el mundo. Hay una tarea mejor, evitar que nuestro mundo democrático se deshaga.
José María Múgica Heras ha ejercido distintos cargos orgánicos en el PSOE y es hijo de Fernando Múgica, socialista asesinado por ETA.

Lou Reed - Perfect Day -

lunes, 2 de julio de 2018

Lejos del corazón. Lorenzo Silva

pero había optado tiempo atrás por cegar ese pasadizo, en la convicción de que hay cosas que dejan de ser porque simplemente no debían seguir siendo y de que respecto de ellas tan inoportuno es el rencor como cualquier forma de añoranza. el transcurso de los años me había persuadido de cargar con una mochila ligera y de llevar en ella sólo lo que me gratificaba, sin guardar de los descalabros más que las lecciones provechosas que me habían deparado.

domingo, 3 de junio de 2018

Nos habituamos a lo bueno y dejamos de agradecerlo. Rebeca Shakland

Rébecca Shankland 
Profesora de la Universidad de Grenoble Alpes, responsable del título Psicología Positiva en la Universidad de Grenoble

Qué le llevó a investigar sobre la gratitud?
Ejerciendo de psicóloga observé que uno de los grandes dolores era la ingratitud.
Qué interesante.
En el año 2003 Emmons y McCullough hicieron una investigación en la que le pidieron a un grupo de estudiantes con alto nivel de estrés que escribieran un diario, unos debían escribir cada noche los eventos negativos del día, otros su diario sin pautas y el tercer grupo lo que les había despertado un sentimiento de gratitud .
¿Y?
Resultó que la ansiedad, el estrés y los síntomas depresivos se habían reducido en los que siguieron el diario de gratitud. A partir de ahí puse en marcha mis propias investigaciones.
¿Qué hizo?
Los maestros suelen lamentarse de que lo dan todo y nadie los valora. Propuse en varias escuelas que los estudiantes de preescolar hicieran el diario de gratitud y resultó que más de la mitad de los niños agradecían cosas a sus maestros en las que estos no habían ni pensado.
¡Qué cambio para esos profesores!
Algunos hasta lloraron. Su motivación se renovó. Y entre los niños el “estoy agradecido de que Alan me haya prestado sus lápices” tenía efecto multiplicador. El que los había prestado se sentía de maravilla y estaba dispuesto a repetir la acción, y el que lo había agradecido se sorprendía del valor de su gesto de gratitud. El ambiente cambió, se respiraba seguridad y bienestar y se reflejó en las notas.
¿Por qué somos tan ingratos?
A causa del fenómeno de habituación ya no percibimos las intenciones benévolas que hay detrás de los actos, pasamos por alto el sentimiento de gratitud y generamos una sensación de falta de reconocimiento en el otro. Esta sensación puede generar frustración y, con el tiempo, sufrimiento.
Hace falta humildad.
...Es la cuna de la gratitud. Ser capaz de percibir y agradecer los pequeños gestos, salir del autocentramiento, genera bienestar. André Comte-Sponville decía que la gratitud es un segundo placer que prolonga el primero; como un eco alegre de la alegría experimentada, como una felicidad más para más felicidad.
Solemos ser poco agradecidos con los que tenemos más próximos.
Nos habituamos a lo bueno asumiéndolo como normal, y tendemos a ver lo que no funciona, lo que el otro hace mal en lugar de lo que hace bien, por eso es tan útil el diario de gratitud.
Otorga otro punto de vista.
Lo que escribimos por la noche nos ayuda a que cuando despertamos miremos de forma diferente. En su diario un señor escribió: “Agradezco el beso que desde hace diez años me da mi mujer cada mañana”, y después de haberlo escrito lo recibió con mucho más placer.
¿Por qué es tan difícil ser agradecido?
El cerebro percibe en primer lugar las amenazas, al final del día recordamos lo que ha salido mal, las críticas, los que han sido desagradables, y eso genera insatisfacción ante la vida y las relaciones. Y cada vez que tenemos emociones negativas aumenta el sesgo negativo.
¿Y se contrarresta siendo agradecido?
Sí, porque la gratitud es una emoción muy intensa que nos permite recordar lo positivo. Semanas después de realizar el diario de gratitud, cuando le pedimos a las personas que escriban diez recuerdos, escriben más recuerdos positivos que los que no hicieron el diario. El diario de gratitud hace que los buenos recuerdos estén más accesibles y nos da una sensación de satisfacción con la vida.
¿Forma parte de ese sesgo negativo nuestra tendencia a criticar?
Criticar es una estrategia de adaptación y defensa para no ser engañado, pero es tan poco útil como la autocrítica que no nos ayuda a mejorar aunque creamos lo contrario.
¿Qué dicen las investigaciones?
Pensar que no somos capaces o que somos malos disminuye la confianza en uno mismo y nos paraliza. Sin embargo la autocompasión, ser tú mejor amigo, nos da energía, esperanza y optimismo y nos empuja a resolver los problemas.
El pensamiento positivo, ¿no es algo naif?
Yo no lo utilizo. Alguien que tiene baja autoestima y se repite ante el espejo “soy bueno, soy guapo, soy inteligente….” , cuando llega al trabajo y nadie le saluda se hunde. Hay una diferencia demasiado grande entre lo que quiere creer y la realidad de su experiencia.
Eso me parecía.
No se trata de autoconvencerse de que todo irá bien para que todo vaya bien, sino de poner los medios necesarios, de conectar con tus recursos y con acontecimientos que te generaron resultados positivos.
Hay que ser modesto.
Hay que evitar creer que la felicidad aparece cuando todo va bien desde todos los puntos de vista, lo cual raramente ocurre en la realidad.
¿Cómo mejorar las relaciones familiares?
Estamos demasiado atentos a lo que no funciona, a lo que no hacen bien nuestros hijos o nuestra pareja. Hay que abrir espacios para reconocer y agradecer, porque el hecho de mostrar lo que funciona bien genera más comportamientos de ese tipo.
Pero a menudo la gratitud es sólo cortesía.
Dar mucho las gracias sin estar conectado a la emoción es contraproducente porque los otros perciben que no eres sincero y desconfían.
Ante todo, gracias
Por lo general se tiende a creer (estudios de Teresa Amabile, profesora de la Harvard Bussines School) que las personas que escriben reseñas críticas sobre una obra son más expertas e inteligentes que las que la alaban. Pero sabemos que esa tendencia a valorar las opiniones negativas es mayor en los individuos que se sienten intelectualmente menos seguros de sí mismos. ¡Un ejército! Lo mismo ocurre con la gratitud, hay que ser humilde e inteligente para asumir que la vida no nos debe nada, y así el mínimo gesto de bondad ajena se convierte en un regalo. Agradecer nos refuerza y refuerza al otro. Para Shankland la gratitud puede cambiar la sociedad. 

domingo, 27 de mayo de 2018

Nombres curiosos

1. Acerico. Almohada pequeña. Y también la almohadilla que sirve para clavar alfileres o agujas.
2. Agrafe. Pieza de metal para sujetar el cierre de botellas y frascos. Por ejemplo, el alambre y la chapa de las botellas de cava.
3. Ampersand. El signo &.

4. Ápice. Acento o cualquiera de los signos que se colocan sobre las letras, como el punto de las íes. Eso sí, el acento de la eñe se llama virgulilla.

5. Carúncula. La cresta de gallos y pavos.

6. Crencha. Raya del pelo y cada una de las partes en las que la crencha divide el cabello.

7. Criptomnesia. Fenómeno que consiste en creer que se te acaba de ocurrir algo que en realidad sólo lo estabas recordando, aunque no recuerdes que ya lo sabías. Por ejemplo, cuando plagias involuntariamente un tuit.

8. Diastema. Espacio entre los dientes. Estuvo de moda durante siete segundos porque todo ha estado de moda alguna vez. O lo estará. Recordad, por ejemplo, los bigotes.

9. Estepicursor. El matojo rodante típico de las películas del oeste o de cuando cuentas un chiste en un bar. También se llama rodamundos, sorrasca, calamino, boja, salicón, salicor, salicornio, salicornia, barrilla, corredora del desierto, bola del oeste, apretaculos, capitana, malvecino, alicornio, cardo ruso, planta rodadora, bruja, chamizo, cachanilla, maromera, salsola, y rodadora.

10. Filtrum. Surco subnasal, es decir, la ranura situada debajo de la nariz y encima de los labios.

11. Fosfenos. Las manchas luminosas que se ven al frotar los párpados.

12. Ginecomastia. Man boobs.

13. Giste. La espuma de la cerveza. Ejemplo de uso cotidiano: “¿Sabías que la espuma de la cerveza se llama giste?”

14. Guedeja. Cabellera larga y también la melena del león.

15. Herrete. Cada una de las puntas de plástico o metal de los cordones.

16. Jeme. Distancia que hay desde la punta del pulgar a la del índice, separando el uno del otro todo lo posible. Unidad de medida equivalente a “un cacho así”.

17. Lemniscata. Curva plana de forma semejante a un 8. Es el término correcto del símbolo de infinito.

18. Lúnula. El espacio blanquecino semilunar de la raíz de las uñas.

19. Óbelo. Signo de división. El de multiplicar es una más común “aspa”.

20. Petricor. El olor de la lluvia en sitios secos.

21. Pie de Morton o pie griego. Cuando el segundo dedo del pie es más largo que el gordo. (¿Estas personas son alienígenas infiltrados? Este sería otro debate).

22. Quincunce. Disposición como la figura de un cinco en un dado, con cuatro puntos formando un rectángulo y otro punto en el centro.

23. Recazo. La parte del cuchillo opuesta al filo.

24. Sangradura. La parte hundida del brazo opuesta al codo.

25. Telson. La cola de los crustáceos. Ejemplo: “¿Tú te comes el telson de los langostinos? Yo sí. Soy un poco bruto”.

26. Tenesmo. Ganas frecuentes de ir al baño.

27. Vagido. Gemido o llanto del recién nacido.

28. Virola. Es una abrazadera de metal que se coloca en algunos instrumentos, incluyendo la anilla metálica que une el lápiz con la goma de borrar y la punta de un paraguas, por ejemplo. No confundir con “vitola”.

29. Vitola. La anilla de los cigarros puros.

domingo, 13 de mayo de 2018

Cuando la sociedad es el tirano. Javier Marías

En  1859 no había teléfono ni radio ni televisión, no digamos redes sociales y móviles que expanden con alcance mundial, y en el acto, cualquier noticia; pero también cualquier consigna, bulo, mentira, calumnia y prejuicio. En esa fecha, sin embargo, John Stuart Mill, en su célebre ensayo “Sobre la libertad”, escribió lo siguiente (me disculpo por la larga cita, cuyas cursivas son mías): “Como las demás tiranías, esta de la mayoría fue al principio temida, y lo es todavía, cuando obra, sobre todo, por medio de actos de las autoridades. Pero las personas reflexivas se dieron cuenta de que cuando es la sociedad misma el tirano, sus medios de tiranizar no están limitados a los actos que puede realizar mediante sus funcionarios políticos. La sociedad puede ejecutar, y ejecuta, sus propios decretos; y si dicta malos decretos en vez de buenos, o si los dicta a propósito de cosas en las que no debería mezclarse, ejerce una tiranía social más formidable que muchas de las opresiones políticas, ya que si bien no suele tener a su servicio penas tan graves, deja menos medios para escapar de ella, pues penetra mucho más en los detalles de la vida y llega a encadenar el alma. Por eso no basta la protección contra la tiranía del magistrado. Se necesita también la protección contra la tiranía de la opinión y sentimiento prevalecientes; contra la tendencia de la sociedad a imponer, por medios distintos de las penas civiles, sus propias ideas y prácticas como reglas de conducta a aquellos que disientan de ellas; a ahogar el desenvolvimiento, a impedir la formación de individualidades originales y a obligar a todos los caracteres a moldearse sobre el suyo propio”.
Pese a lo levemente anticuado de léxico y sintaxis, parece que Stuart Mill esté hablando de nuestros días y alertando contra un tipo de tiranía que, por ser de la sociedad (vale decir “del pueblo”, “de la gente” o “de las creencias compartidas”), no es fácil percibir como tal tiranía. “Si nuestra época piensa así”, parece decirse a veces el mundo, “¿quién es nadie para llevarnos la contraria? ¿Quién los políticos, que han de obedecernos? ¿Quién los jueces, cuyos fallos están obligados a reflejarnos y complacernos? ¿Quién los periodistas y articulistas, cuyas opiniones deben amoldarse a las nuestras? ¿Quién los pensadores” (esas “personas reflexivas” de Mill), “que no nos son necesarios? ¿Quién los legisladores, que deben establecer las leyes según nuestros dictados?”
Cualquier sociedad es por definición manipulable, y en muy poco tiempo se le crean e inoculan ideas inamovibles. Me quedé estupefacto el día de la famosa sentencia contra “La Manada”. No me cabe duda de que esos cinco sujetos son desalmados y bestiales. Pero no se los juzgaba por su catadura moral ni por su repugnante concepción de las mujeres, sino por unos hechos concretos. Y me asombró que, nada más conocerse la sentencia, millares de personas que no habían asistido al proceso ni habían visto el vídeo que se mostró en él parcialmente, que no eran duchas en distinciones jurídicas, supieran sin atisbo de duda cuáles eran el delito y la pena debida. No digo que no tuvieran razón, los jueces yerran, y cosas peores. Pero nadie contestaba lo más prudente: “Lo ignoro: carezco de datos, de conocimientos y de pruebas, y por tanto no oso opinar”. Vi en pantalla a políticos, tertulianos, ¡escritores y actores!, que afirmaban con rotundidad saber perfectamente qué había ocurrido en un sórdido portal de Pamplona en 2016. Vuelvo a la cita de Mill: “La sociedad puede ejecutar, y ejecuta, sus propios decretos”. Una sociedad que hace eso, que prescinde de la justicia o decide no hacerle caso, que pretende que prevalezca la de su fantasmagórica masa, tiene muchas papeletas para convertirse en una sociedad opresora, linchadora y tiránica.Esta imposición de dogmas y “climas”, evidentemente, era ya perceptible en 1859. Imagínense ahora, cuando existen unos medios fabulosos de adoctrinamiento, conminación e intimidación, sobre todo a través de las redes sociales. Pero ha llegado el momento de preguntarse si esas redes, que hoy se toman por lo que antes era el orácu­lo, o la ley de Dios, no son tan fantasmales y usurpables como la voz de este ser abstracto en cuyo nombre se han cometido injusticias y atrocidades. Es muy sospechoso que en cuanto se piden firmas para lo que sea (desde cambiar una ley hasta el nombre de una calle), aparezcan millares en un brevísimo lapso de tiempo. No hay nunca constancia de que quienes envían sus tuits no sean cuatrocientos gatos muy activos que los repiten hasta la saciedad, los reenvían, los esparcen, aparentando ser multitudes. Se sabe de la existencia de bots, es decir, de programas robóticos que simulan ser personas y que inundan las redes con una intoxicación o una consigna. Rusia es pródiga en su uso, así como partidos políticos, sobre todo los populistas. En suma, detrás de lo que hoy se considera la sacrosanta “opinión pública”, a menudo no hay casi nadie real ni reflexivo, sólo unos cuantos activistas que saben multiplicarse, invadir el espacio y arrastrar a masas acríticas y borreguiles.
Javier Marías
El País, 13 de mayo de 2018

domingo, 8 de abril de 2018

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"Lo que me preocupa no es que me hayas mentido, sino que, de ahora en adelante, ya no podré creer en ti". 

Friedrich Nietzsche

lunes, 2 de abril de 2018

La España de la idea. Juan Luís Cebrián

Permitir que la memoria sustituya a la historia es peligroso. Sus manifestaciones son inevitablemente parciales; quienes las elaboran se ven antes o después obligados a contar verdades a medias o incluso mentiras descaradas. Tony Judt

La pasada Semana Santa se precipitaron los acontecimientos sobre el proceso catalán, que empieza a ofrecer algunos ribetes de violencia sin que nadie haga nada para impedirlos como no sea enviar a la fuerza pública contra la partida de la porra. La consecuencia es un deterioro institucional y un clamoroso fracaso del Gobierno de Mariano Rajoy, parapetado en las resoluciones judiciales y sin nada que ofrecer a la disidencia anticonstitucional. A lo que se enfrenta el poder político en Cataluña es a una auténtica insurrección popular que cuenta con el aval de los votos de la mitad de su población. Y aun si logra ser sofocada por la acción de la justicia, el problema de fondo permanecerá, pues no es otro que la desafección de un considerable número de ciudadanos respecto al sistema político emanado de la Transición.
Está fuera de dudas la responsabilidad criminal de los sediciosos, principales culpables del caos creciente por el que se desliza la sociedad catalana. Pero ninguna represión bastará para devolver la confianza y la normalidad si no va acompañada, y aun precedida, de medidas políticas que ayuden a restaurar la convivencia. Visto lo visto, no estaría de más un acto de contrición del presidente del Gobierno y su equipo respecto a los abultados errores que han cometido durante los últimos años en el tratamiento de la crisis territorial y sus aledaños. Como no es de esperar que algo así se produzca, cada vez caben menos dudas de que este asunto es mucho toro para semejantes novilleros de la política acostumbrados, como tantos profesionales de la lidia, a hablar más de las pesetas que del arte.
Es difícil imaginar, por mucho que crezca el producto interior bruto, que Rajoy tenga un programa serio y coherente para restablecer la normalidad democrática en Cataluña, cuyo inestable panorama amenaza con contagiar al resto del país. Más bien parece que sectores cada vez más amplios de los votantes del PP consideran la crisis actual una oportunidad para reforzar los sentimientos de charanga y pandereta en el resto de España. El reflujo hacia un nuevo centralismo es cada vez más preocupante y, esperpento sobre esperpento, el nacionalcatolicismo ha puesto las banderas de la tropa a media asta quizás ávido de preguntarse, como Hemingway, por quién doblan las campanas. El llamado régimen del 78, próximo a cumplir los cuarenta años, se encuentra amenazado no solo por la revuelta de los independentistas y el alboroto de los indignados, sino por el menosprecio de las instituciones que tirios y troyanos, también el partido gobernante, se esfuerzan en demostrar.
No hace falta insistir sobre el destrozo generado en el sistema de autogobierno de Cataluña, en su Parlamento y en la Alcaldía de Barcelona, por las insidias del separatismo y la deriva demagógica que se ha adueñado de gran parte de los escaños en ambas organizaciones. Más preocupante es sin embargo contemplar la erosión institucional de todo el sistema, de la que es principal responsable la indigencia y el pasmo del Gobierno, incapaz de tomar una sola iniciativa política, delegando hasta el absurdo sus responsabilidades en el aparato judicial, a cuyo desprestigio ha contribuido mediante la transformación aberrante del Tribunal Constitucional en un órgano jurisdiccional más. La desgana e impericia del Gobierno es, por lo demás, la única responsable del fracaso de sus gestiones diplomáticas para explicar convincentemente fuera de nuestro país los sucesos de Cataluña y de la ausencia de sus argumentos en las páginas de los medios de referencia internacional más respetados.
Causa y consecuencia de dicho deterioro institucional es el recurso cada vez más frecuente a la ocupación de la calle como único medio que encuentran los ciudadanos de hacerse oír. Los intentos de sustituir la democracia representativa por la asamblearia, la ensoñación populista agitada en las redes sociales, no han hecho sino comenzar, mientras asistimos al pasmo de la llamada vieja política, la crisis de los partidos y la sustitución del debate parlamentario por una auténtica jauría de tertulianos. En este totus revolutus en el que algunos quieren descubrir por fin, para nuestra desgracia, la auténtica faz de la España de siempre, un reino de capirotes y enfrentamientos que se agita y conmueve en nombre de las identidades de todo tipo, el retorno al pasado se ha convertido en auténtica fuga hacia delante de gobernantes y líderes. Comisiones de la Verdad, analistas de la memoria Histórica, nostalgias de la Cataluña feudal, disputas sobre la Guerra Civil, mixtificaciones de la Transición, enfrentan de nuevo a los representantes de nuestros conciudadanos, empeñados unos ahora en denunciar el terror de las checas y otros en emular el heroísmo de quienes entonaban en el Madrid asediado el No pasarán. Cuando quien de manera singular encarnó ese eslogan, Dolores Ibárruri, La Pasionaria, fue precisamente la presidenta de la mesa de edad del parlamento que inició los trabajos constituyentes de nuestra actual democracia.
Detrás de esta España identitaria, empeñada en volcarse en su memoria y mirarse al ombligo desde la izquierda y la derecha, pervive amenazada la España de la idea, la de la Ilustración recuperada, el trabajo y la investigación. La España de los ciudadanos del siglo XXI, cosmopolitas y europeos, cada vez más ajenos al barullo barroco y enfermizo que día tras día pretende doblegarles en nombre de tantos pasados irredentos que nunca han de volver. Y no deben hacerlo. La única condición para ello es que los gobernantes trabajen por unir a los ciudadanos en un proyecto sugestivo de vida en común, para utilizar las palabras de Ortega: un objetivo común y un destino común. Exactamente lo contrario de lo que ha hecho Puigdemont, cuya histeria política ha fragmentado Cataluña y enfrentado a los catalanes entre sí. Pero bien distinto también de la gestión de Mariano Rajoy, sin más programa que ofrecer, ante un problema político de considerables proporciones, que la aplicación del Código Penal. Condición desde luego necesaria, pero absolutamente insuficiente para garantizar el futuro de nuestra democracia.
Juan Luis Cebrián es presidente de EL PAÍS y miembro de la Real Academia Española.

domingo, 25 de marzo de 2018

Buen camino para el asesinato Javier Marías

El arte no es lo mismo que la vida real, en la que todos deberían tener la oportunidad de educarse y trabajar. El arte depende de cada individuo.

Los siete magníficos de 1960 no era un western muy bueno, pero sí simpático. Inferior a otros de su director, John Sturges, era una adaptación, trasladada a México, de Los siete samuráis de Kurosawa. Entre los siete, capitaneados por Yul Brynner vestido de negro, estaban algunos actores principales o secundarios que después alcanzaron la fama: Steve McQueen, James Coburn, Charles Bronson y Robert Vaughn (éste sobre todo en la serie El agente de CIPOL), todos más bien blancos. En 2016 se hizo unremake poco apetecible con Denzel Washington, pero una noche perezosa lo pillé en la tele y le eché un vistazo. En seguida me desinteresó, porque los siete de ahora eran totalmente inverosímiles, como un viejo mural de la ONU representando a las razas del globo. Aparte de Washington, negro, había un hispano o dos, un asiático, un indio o “nativo americano” y no recuerdo si alguien con turbante (puede que lo soñara luego). Esto, de manera artificial y forzada, sucede cada vez más en el cine y en las series estadounidenses, y va ocurriendo en las británicas. Si hay un equipo de policías, suelen componerlo un par de negros o negras (por lo general son los jefes), alguna asiática, un hawaiano, un inuit, varios hispanos. Si la banda es de criminales, la diversidad racial se relaja: pueden ser todos blancos, y además fumadores, puesto que son “los malos”.
Desde la penosa ceremonia de los últimos Óscars hemos sabido a qué se debe esa convención cuasi obligada. La sexista actriz Frances McDormand hizo ponerse en pie sólo a las mujeres nominadas (imagínense que un actor hubiera invitado a lo mismo sólo a sus colegas masculinos: se lo habría bombardeado por tierra, mar y aire), lanzó un discurso y concluyó reivindicando la “Inclusion Rider”. Como nadie sabía qué era eso, se multiplicaron las consultas en Internet y a continuación ha habido un aluvión de elogios tanto a la sexista McDormand como a esa cláusula opresiva que los artistas con poder pueden imponer en sus contratos para dictarles a los creadores (guionistas, adaptadores, directores) lo que tienen que crear. Porque esa cláusula exige que, tanto en el reparto como en el equipo de rodaje, haya al menos un 50% de mujeres, un 40% de diversidad étnica, un 20% de personas con discapacidad y un 5% de individuos LGTBI. Con ello se quiere “comprometer” a la industria a que muestre en sus producciones “una representación real de la sociedad”, y a que éstas “reflejen el mundo en que vivimos”. Uno se pregunta desde cuándo el arte está obligado a tal cosa. La exigencia recuerda a la de los retrógrados que reprochaban a Picasso no plasmar la realidad “tal como era”. O a los que criticaban a Tolkien por evadirse en ficciones fantásticas. Huelga decir que, con esos porcentajes, nunca se podría haber filmadoEl Padrino ni La ventana indiscreta ni Ciudadano Kane ni casi nada.
La iniciativa de la efímeramente famosa “Inclusion Rider” al parecer se debe a Stacy Smith, profesora de una Universidad californiana, la cual se molestó en mirar con lupa, lápiz y papel novecientas películas estadounidenses de entre 2007 y 2016, y en indignarse al computar que el 70,8% de los personajes eran blancos, frente a un 13,6% de negros —que, dicho sea de paso, es justamente la proporción de la población de esta raza en su país— y un 3,1% de hispanos. Más indignante aún: insuficientes personajes homosexuales y transgénero. También comprobó con espanto que en los guiones hablaba una mujer por cada 2,3 varones parlanchines. Y añadió furiosa: “Las películas no dan a todo el mundo la misma oportunidad de aparecer en ellas”. Uno se pregunta por qué habrían de hacerlo. El arte no es lo mismo que la vida real, en la que, en efecto, todos deberían tener la misma oportunidad de educarse, trabajar, ganar dinero y demás. El arte depende de cada individuo. Cada novelista o dramaturgo escribe sobre lo que lo inquieta o atrae o conoce, cada pintor pinta lo que le parece o le inspira; y, si bien el cine es una industria, su éxito depende en gran medida de los queinventan, y a éstos, desde la defunción de la Unión Soviética y otros sistemas totalitarios, se les ha garantizado plena libertad… hasta hoy. “Exigimos más personajes femeninos”, se oye con frecuencia en la actualidad, “y además que sean fuertes, inteligentes, positivos y de lucimiento”. ¿Y por qué no los escriben ustedes a ver qué pasa —dan ganas de contestar—, en vez de forzar a otros a que creen historias ortopédicas y falsas, de mera propaganda, tan increíbles como las hagiografías que propiciaba el franquismo en nuestro país? Mutatis mutandis, es como si se pidieran másFray Escobas y Molokais, sólo que los santos de hoy han variado. Si en mis novelas se me impusieran semejantes porcentajes (dos de ellas cuentan con protagonista y narradora femenina, y en todas aparecen mujeres, pero no negros ni asiáticos ni personas transgénero, porque no están en mi mundo y sé poco de ellos), nunca habría escrito ninguna. Si de lo que se trata es de eso, de que se acabe el arte libre y personal, no cabe duda de que cuantos aplauden a la sexista McDormand están en el buen camino para asesinarlo.