domingo, 25 de marzo de 2018

Buen camino para el asesinato Javier Marías

El arte no es lo mismo que la vida real, en la que todos deberían tener la oportunidad de educarse y trabajar. El arte depende de cada individuo.

Los siete magníficos de 1960 no era un western muy bueno, pero sí simpático. Inferior a otros de su director, John Sturges, era una adaptación, trasladada a México, de Los siete samuráis de Kurosawa. Entre los siete, capitaneados por Yul Brynner vestido de negro, estaban algunos actores principales o secundarios que después alcanzaron la fama: Steve McQueen, James Coburn, Charles Bronson y Robert Vaughn (éste sobre todo en la serie El agente de CIPOL), todos más bien blancos. En 2016 se hizo unremake poco apetecible con Denzel Washington, pero una noche perezosa lo pillé en la tele y le eché un vistazo. En seguida me desinteresó, porque los siete de ahora eran totalmente inverosímiles, como un viejo mural de la ONU representando a las razas del globo. Aparte de Washington, negro, había un hispano o dos, un asiático, un indio o “nativo americano” y no recuerdo si alguien con turbante (puede que lo soñara luego). Esto, de manera artificial y forzada, sucede cada vez más en el cine y en las series estadounidenses, y va ocurriendo en las británicas. Si hay un equipo de policías, suelen componerlo un par de negros o negras (por lo general son los jefes), alguna asiática, un hawaiano, un inuit, varios hispanos. Si la banda es de criminales, la diversidad racial se relaja: pueden ser todos blancos, y además fumadores, puesto que son “los malos”.
Desde la penosa ceremonia de los últimos Óscars hemos sabido a qué se debe esa convención cuasi obligada. La sexista actriz Frances McDormand hizo ponerse en pie sólo a las mujeres nominadas (imagínense que un actor hubiera invitado a lo mismo sólo a sus colegas masculinos: se lo habría bombardeado por tierra, mar y aire), lanzó un discurso y concluyó reivindicando la “Inclusion Rider”. Como nadie sabía qué era eso, se multiplicaron las consultas en Internet y a continuación ha habido un aluvión de elogios tanto a la sexista McDormand como a esa cláusula opresiva que los artistas con poder pueden imponer en sus contratos para dictarles a los creadores (guionistas, adaptadores, directores) lo que tienen que crear. Porque esa cláusula exige que, tanto en el reparto como en el equipo de rodaje, haya al menos un 50% de mujeres, un 40% de diversidad étnica, un 20% de personas con discapacidad y un 5% de individuos LGTBI. Con ello se quiere “comprometer” a la industria a que muestre en sus producciones “una representación real de la sociedad”, y a que éstas “reflejen el mundo en que vivimos”. Uno se pregunta desde cuándo el arte está obligado a tal cosa. La exigencia recuerda a la de los retrógrados que reprochaban a Picasso no plasmar la realidad “tal como era”. O a los que criticaban a Tolkien por evadirse en ficciones fantásticas. Huelga decir que, con esos porcentajes, nunca se podría haber filmadoEl Padrino ni La ventana indiscreta ni Ciudadano Kane ni casi nada.
La iniciativa de la efímeramente famosa “Inclusion Rider” al parecer se debe a Stacy Smith, profesora de una Universidad californiana, la cual se molestó en mirar con lupa, lápiz y papel novecientas películas estadounidenses de entre 2007 y 2016, y en indignarse al computar que el 70,8% de los personajes eran blancos, frente a un 13,6% de negros —que, dicho sea de paso, es justamente la proporción de la población de esta raza en su país— y un 3,1% de hispanos. Más indignante aún: insuficientes personajes homosexuales y transgénero. También comprobó con espanto que en los guiones hablaba una mujer por cada 2,3 varones parlanchines. Y añadió furiosa: “Las películas no dan a todo el mundo la misma oportunidad de aparecer en ellas”. Uno se pregunta por qué habrían de hacerlo. El arte no es lo mismo que la vida real, en la que, en efecto, todos deberían tener la misma oportunidad de educarse, trabajar, ganar dinero y demás. El arte depende de cada individuo. Cada novelista o dramaturgo escribe sobre lo que lo inquieta o atrae o conoce, cada pintor pinta lo que le parece o le inspira; y, si bien el cine es una industria, su éxito depende en gran medida de los queinventan, y a éstos, desde la defunción de la Unión Soviética y otros sistemas totalitarios, se les ha garantizado plena libertad… hasta hoy. “Exigimos más personajes femeninos”, se oye con frecuencia en la actualidad, “y además que sean fuertes, inteligentes, positivos y de lucimiento”. ¿Y por qué no los escriben ustedes a ver qué pasa —dan ganas de contestar—, en vez de forzar a otros a que creen historias ortopédicas y falsas, de mera propaganda, tan increíbles como las hagiografías que propiciaba el franquismo en nuestro país? Mutatis mutandis, es como si se pidieran másFray Escobas y Molokais, sólo que los santos de hoy han variado. Si en mis novelas se me impusieran semejantes porcentajes (dos de ellas cuentan con protagonista y narradora femenina, y en todas aparecen mujeres, pero no negros ni asiáticos ni personas transgénero, porque no están en mi mundo y sé poco de ellos), nunca habría escrito ninguna. Si de lo que se trata es de eso, de que se acabe el arte libre y personal, no cabe duda de que cuantos aplauden a la sexista McDormand están en el buen camino para asesinarlo.

lunes, 19 de marzo de 2018

Yo no tengo la culpa. Andrés Folk

Yo no tengo la culpa de tus inseguridades, y que no sepas que es realmente lo que quieras, yo no tengo la culpa de que no sepas cerrar ciclos, y que sigas atada a una historia que ya terminó hace mucho tiempo y que no has sabido como darle vuelta a la página. Lo que tú tienes es miedo, miedo de avanzar y seguir con tu vida, miedo de conocer a otra persona que te saque de esa zona y dejar de pensar en el pasado —porque el pasado es lo único que tienes— y no quieres que nadie te lo quite, es normal, yo también lo he sentido y nunca nada bueno resultó de eso, solo alejas a las personas que quieren permanecer en tu vida. Discúlpame cariño, ya he pasado por ahí y no he resultado ileso, a mi también me han roto los huesos y he perdido el rumbo más de mil veces, pero siempre mantengo la esperanza en alto. Hoy quedémonos dónde estamos,mejor quedarnos ahí, a que terminemos más rotos de lo que nos encontramos.

miércoles, 14 de marzo de 2018

First Dance — Apple



Apple ha grabado con un iPhone X uno de sus anuncios más bonitos para celebrar la ley del matrimonio gay en Australia

Aunque parezca mentira, en Australia (sí, Australia) hasta hace nada no era posible que las parejas gays se pudieran casar. Sin embargo, al fin ha llegado la ley que establece como norma la igualdad entre todos los ciudadanos (no sin polémica y mucha controversia). Y Apple, ha querido celebrar este hito con uno de los anuncios más comprometidos y románticos de su historia.
First Dance, así se llama este anuncio de un minuto de duración en el que, al ritmo de la canción Never tear us apart de Courney Barnett, la marca de Cupertino presenta la inocencia del amor entre personas del mismo sexo como algo tan normal como extraordinario. Y es que, si por algo destaca esta pieza filmada con iPhone X, es que el protagonismo no sólo recae en las parejas, sino en la propia felicidad de un momento que, durante mucho tiempo, fue el sueño que muchas personas nunca pudieron alcanzar.
El anuncio, que es muy sutil y nada invasivo, está envuelto en un halo de romanticismo que recoge diferentes tipos de parejas homosexuales y a sus familias durante la celebración del “Sí quiero”.

lunes, 12 de marzo de 2018

Mujeres. Arturo Pérez-Reverte

Acabo de mirar un viejo bloc de notas para confirmar que aquello sucedió en los Balcanes en septiembre de 1991. El ejército serbio, que todavía era yugoslavo, intentaba aplastar la sublevación nacionalista croata. Por delante, preparando el terreno, iban los irregulares chetniks, una milicia despiadada para la que el degüello de hombres y la violación de mujeres eran legítimas armas de guerra. Aquello dejaba un rastro de pueblos en llamas, casas destruidas, enjambres de moscas zumbando sobre cadáveres tirados por todas partes. El paisaje de Croacia, como más tarde Bosnia, era idéntico al fondo de El triunfo de la Muerte, de Brueghel. Parecía el mismo lugar y la misma guerra. En realidad, lo era.
Estábamos allí ganándonos el jornal: Márquez con su cámara, Jadranka, nuestra intérprete croata, y el arriba firmante. Aquel día la Armija yugoslava atacaba fuerte en Okučani, y allá nos fuimos temprano, para contarlo en el telediario. Cuando llegamos el pueblo ardía, y mientras los hombres peleaban al otro lado, intentando contener a los tanques serbios, mujeres, niños y ancianos intentaban escapar por la carretera. De vez en cuando caía un zambombazo de artillería que aceleraba la desbandada y el pánico. Dejamos el coche a un lado y nos pusimos a trabajar. Las imágenes no las describo porque esa misma noche salieron en el telediario. De pie entre aquella locura, sereno como siempre, el ojo pegado al visor y un cigarrillo en la boca, Márquez lo grababa todo. Después nos metimos en el pueblo en dirección a donde sonaban los tiros, para completar el curro. De pronto dejamos de ver gente. Sólo calles desiertas, ruido de tiros y cristales rotos. Territorio comanche.
Jadranka era alta, tranquila y muy valiente. Le pagábamos una pasta por trabajar con nosotros, pero lo que hacía no podía pagarse con dinero. Aquel otoño, en tres meses de combates y sobresaltos, vi su cabello, originalmente oscuro, encanecer por completo. Negro en Petrinja y gris en Vukovar. En aquella campaña Jadranka nos sacó de muchos apuros; y nosotros a ella, de alguno. La única vez que Márquez y yo renunciamos a una gran exclusiva fue a causa de Jadranka, para evitar que cayera en manos de los serbios. Pero no me arrepiento, ni Márquez tampoco. De todas formas, ésa es otra historia. Aquel día en Okučani estuvo estupenda, como siempre. Y fue ella quien nos señaló al pequeño grupo de gente que corría entre las casas en llamas: dos mujeres jóvenes con niños pequeños, un anciano que apenas podía caminar y una mujer también mayor, enlutada.
Márquez y yo les salimos al paso. Y se asustaron. Dos tíos con casco y chaleco antibalas que aparecen de pronto entre la humareda y les apuntaban con una cámara, parecida a un arma, no era en absoluto tranquilizador. Y entonces, de pronto, me di cuenta de que la anciana llevaba en las manos una escopeta de caza, y que al vernos se la echaba a la cara, a bocajarro, dispuesta a mandarnos al otro barrio sin más trámite. Decidida y mortal. Alcé las manos y grité «¡Novinar, novinar!» para que supiera que éramos periodistas, pero seguía apuntándonos con el dedo en el gatillo, y si no llega a interponerse Jadranka, largando en croata, la abuela nos limpia el forro. Pocas veces estuve tan seguro de que nos iban a matar.
Después, mientras los ayudábamos a salir de allí, Jadranka nos fue traduciendo la historia. Los hombres de la familia combatían en las afueras del pueblo; y el abuelo, descompuesto por la edad y el terror, no servía para nada. Los chetniks violaban a las mujeres jóvenes, así que era la abuela la que cuidaba de sus nueras, su marido y sus nietos, llevando para protegerlos la vieja escopeta de caza de la familia. Era una vieja bajita, regordeta, de casi setenta años, con un pañuelo en la cabeza y un hatillo donde llevaba unos mendrugos de pan, tres latas de sardinas y una docena de cartuchos de postas. Miraba a Márquez con suspicacia y desafío mientras éste la filmaba, sin soltar el arma, con el dedo rozando el guardamonte. Como si no acabara de fiarse del todo. Y mientras yo la observaba caminar y volverse de vez en cuando a comprobar que sus nueras, nietos y marido la seguían, y veía a su lado a Jadranka, erguida pese a la fatiga, tiznada de humo y sucia de barro, con aquel pelo que ya agrisaban las primeras canas, pensé que los hombres miramos desde fuera a las mujeres. Vivimos con ellas, las amamos, halagamos, toleramos y utilizamos. Creemos conocerlas, pero en realidad no sabemos nada. Absolutamente nada. Hasta que cualquier día, en Okučani o en donde sea, las forzamos a coger la escopeta y pelear. Y entonces te hielan la sangre.
El País Semanal, 11 de marzo de 2018

domingo, 11 de marzo de 2018

Portada Feria de Abril 2018 de Sevilla



  • La arquería triple inferior representa a la caseta de 1905 del que era entonces Centro Mercantil.

  • El vacío entre arcos inferiores y superiores sirve para aligerar visualmente el conjunto del arco de los pavones del Real Alcázar.

  • El remate superior con el escudo de Sevilla flanqueado por un abanico banderas de España y Andalucia está inspirado en el templete levantado en la Plaza Nueva de 1862 con motivo de la visita de la Reina Isabel II.

  • Los torres laterales es un homenaje particular del arquitecto a Aníbal González, como uno de los principal referentes del mudéjar sevillano con una interpretación de la fachada de esquina que hay en la Campana de la casa Nogueira de 1907.

  • Las torres recogen la fecha fundacional del Mercantil de 1868 y la del año que viene 2018 por el 150 aniversario fundacional