lunes, 26 de febrero de 2018

No es una guía de autopistas, es un mapa de calzadas romanas

Dos imágenes con las que nos hacemos una mínima idea de lo que fue el Imperio romano. 
Los mapas proceden del libro Aventuras ibéricas, del hispanista Ian Gibson. Puedes comparar el mapa de calzadas y el de autopistas y autovías con más detalle a continuación.
Algunas de las ciudades más importantes de Hispania en el Imperio Romano lo siguen siendo en la actualidad, de ahí que las calzadas romanas y la distribución actual de carreteras se parezcan. "No solo pasa en España. En otros países como Italia, Grecia o la antigua Yugoslavia comparten trazados", dice a Verne por teléfono Isaac Moreno, ingeniero civil del Ministerio de Fomento y especialista en ingeniería antigua.
La distribución de las autopistas actuales y de las calzadas es parecida por las ciudades que conectan, pero es que en algunas ocasiones las primeras incluso han sido construidas  encima de las segundas. "Las calzadas, como las carreteras de hoy, están hechas por ingenieros. Sabían cuáles eran los mejores corredores por los que trazar las calzadas. Estudiaban cómo sortear la complicada orografía de la península. Es normal que coincidan con los diseños modernos", indica Moreno. Es decir, el mejor recorrido para una calzada era el mismo hace siglos que para una carretera actual.
Ese es el motivo por el que muchas calzadas romanas se han perdido para siempre bajo kilómetros y kilómetros de autopistas. "Somos tan brutos que se han hecho algunos destrozos para los que ya no hay remedio. Hay muchísimas autopistas que van justo por encima de las calzadas romanas, lo que supone una pérdida de patrimonio impresionante", dice Moreno. El experto asegura que esta destrucción empezó en el siglo XVIII, cuando arrancó el desarrollo de la actual estructura radial de carreteras (por entonces solo eran caminos). Los campos de cultivo también han sepultado muchas calzadas romanas.
Moreno asegura que en el mapa de Aventuras ibéricas hay algunas imprecisiones. "Se sabe muy poco de la verdadera distribución de las calzadas romanas. No están todas las que son, ni son todas las que están", especifica. Asegura que la parte mejor estudiada es el norte de la península.
¿Cómo eran las calzadas romanas?
"Existe la idea popular de que la superficie de las calzadas romanas era un empedrado de grandes losas, pero no es así", explica Moreno. En realidad, las calzadas romanas que conectaban sus ciudades tenían una superficie de gravilla o zahorras. "Si fueran como vemos en las películas, no serían prácticas para los carros y los caballos", añade.
La imagen clásica que tenemos de las calzadas romanas sí se corresponde con el aspecto que tenían las vías urbanas, es decir, las calles dentro de las ciudades. Las calzadas tenían una estructura de varios niveles, con una cimentación en la que sí destacan las piedras grandes.
La actual red de autopistas y autovías es radial, con una serie de autopistas que parten de Madrid. Sin embargo, el centro de la península ibérica no era tan importante para los romanos. Según Moreno, la calzada principal era la que conectaba León con Tarragona, pasando por Zaragoza o Burgos. "Era una vía de riqueza. Todo el oro que los romanos extraían de Las Médulas llegaba a Roma a través de esta calzada", dice Moreno.
El experto en calzadas también destaca la ruta que conectaba Zaragoza y Mérida, "coincide en varios tramos con la A-2 y la A-5", y la que unía Mérida y Salamanca, un tramo de la Vía de la Plata.
"Las calzadas romanas son las grandes desconocidas de la ingeniería romana", considera Moreno, autor de un mapa detallado online de las calzadas romanas en Castilla y León
Emilio Sánchez Hidalgo. El País

martes, 20 de febrero de 2018

Burradas. Félix de Azúa

Irene Montero eligió mal la palabra porque “portavoza” contiene un sinsentido (voz-voza) que la convierte en analfabeta. Es como si tratara de colar “olfata”, “gusta”, “oída” y “tacta”. Si en lugar de leer libros feministas leyera un poco de literatura habría podido elegir otra palabra, “portavocisa”, que no habría levantado la menor suspicacia. ¿No tenemos poetisa y sacerdotisa? Pues portavocisa sería un palabro estupendo.
Porque lo irritante en este asunto no es tanto la beocia de los argumentos (que el PSOE ha hecho suyos) como lo inadecuado de las propuestas. Se acaba de publicar un libro póstumo de Eugenio Trías, La funesta manía de pensar, en el que se recogen sutiles artículos escritos entre 2001 y 2013. En uno de ellos, Ética y estética, comenta un célebre trabajo de Wittgenstein sobre la identidad de lo ético y lo estético. El filósofo vienés tenía una peculiar y muy influyente concepción del lenguaje. Para Wittgenstein “la expresión lingüística correcta del milagro de la existencia del mundo es la existencia del lenguaje mismo”. La existencia del mundo es un milagro, efectivamente, algo inexplicable, asombroso y a la vez luminoso, aunque para que el mundo como milagro luminoso nos aparezca, ha de llevar consigo su sombra. Sin embargo, lo esencial de ese milagro luminoso no es otra cosa que el lenguaje. Y eso lleva a Wittgenstein a afirmar que ética y estética son lo mismo, o, como comenta Trías, “son uno”: el lenguaje no es algo baladí porque todo el mundo lo use, como la comida o el sexo. El lenguaje es lo único capaz de darnos a conocer el milagro de la existencia del mundo de modo sensible. No hay ética sin estética ni mundo sin lenguaje. De modo que quienes arruinan el lenguaje son gente inmoral y deforme.
El Pais, 13 de febrero de 2018.

Amelie, escena

lunes, 5 de febrero de 2018

Elvira Sastre


Hay momentos en los que la vida
te coloca a la misma distancia
de huir o quedarte para siempre.