Se trataba de un gran establecimiento para la época. La posada contaba finalmente con más de 150 habitaciones, entre exteriores (más espaciosas y cómodas) e interiores (más pequeñas y sin ventanas ni ventilación). Tan incómodas eran estas últimas, que merecieron el dicho de “…parecer la Posada del Peine…” a algo cutre, desaliñado y poco salubre.Se dice incluso que algunas habitaciones (hay constancia de la número 126) tenían un pasadizo secreto tras el armario, que comunicaba con otras habitaciones, y alguna conducía a una sala secreta. Esto parece que tenía una finalidad de ocultar fugitivos o mercancías de contrabando.El éxito de este establecimiento era el competitivo precio de sus habitaciones, al valer entre 1 y 1,5 pesetas la noche en 1909.
Además de las habitaciones, la gente podía dormir sentada en los pasillos, donde se pagaba por un trozo de cuerda.Especialmente los arrieros, que no ganaban gran cosa, dormían sentados y apoyando el codo y la cabeza en una gruesa cuerda que recorría todo el pasillo pegada la espalda pared.
En 1970 la posada cerró sus puertas hasta el año 2005, momento en que fue reformado totalmente su interior y restaurado su exterior para dar lugar al actual hotel de cuatro estrellas.
Su nombre no es casualidad. Viene dado por un dato muy peculiar: en sus inicios, para impedir que los viajeros se lo llevaran, en sus habitaciones se contaba con un peine atado a una cuerda, como servicio adicional para sus clientes.
A lo largo de la historia de la literatura podemos encontrar numerosas referencias históricas sobre la Posada del Peine. Se sabe que entre sus paredes se alojaron entre otros, la viuda de Gustavo Adolfo Bécquer, Casta Esteban o el pintor Solana. El edificio fue además objeto del discurso de ingreso en la Academia de la Lengua de Camilo José Cela.
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