Vive en plena Plaza de la Villa, el corazón más bello del Madrid medieval. Desde una tercera planta con balcones ha hecho latir su esperada novela, Los enamoramientos (Alfaguara). Una nueva obra maestra que bombea luz sobre las sombras del amor. Javier Marías, uno de los escritores más importantes de este siglo, no suele dar entrevistas. Ésta es un privilegio, más aún si nos recibe en su reino. Un gran piso empapelado de libros y atravesado por cosas diminutas, tan exquisitas como cargadas de sentido. Aquí reside el académico de la Lengua que escribe con máquina eléctrica y envía sus brillantes artículos para El País Semanal todavía por fax. Aquí también descansa del genio el hombre que usa lentillas, fuma R1, le espanta verse en una foto, bebe Coca-Cola Light y está enamorado.
Por curiosidad, ¿cuántos libros hay aquí?
Unos veinte mil.
¡Veinte mil!
Es que tengo otro piso abajo que utilizo sólo como biblioteca, allí recibo cuando vienen invitados y me encierro a escribir si no quiero que me molesten... porque nadie sabe el número de teléfono.
Es curioso, pero vives frente a una de las plazas más turísticas de Madrid, ¿cómo llevas tanto jaleo a la hora de escribir?
Antes mal, sobre todo porque estaban las oficinas del Ayuntamiento. Sin embargo ahora sólo vienen manifestantes una vez a la semana, cuando hay pleno. Entonces
tengo que dejar de escribir por unas horas, pero la verdad es que vivir en la Plaza de la Villa es una delicia. Para mí es de las más agradables. Esta casa la ocupaba antes Javier Gurruchaga y, a través de un amigo común, cuando él la dejó, tuve la suerte de. cogerla. Llevo aquí ya 15 años.
Y de aquí ha salido tu nueva novela, Los enamoramientos. En cierta ocasión leí que decías: «No releo nunca lo que escribo hasta al final. Entonces, ya no hay vuelta atrás; o lo meto en un cajón, o lo publico». No me imagino una novela tuya en un cajón de esta casa...
No te creas, en este caso no la he metido en el cajón, aunque la cosa ha estado más dudosa de hacerla que otras veces. Trabajo siempre con mucha inseguridad.
¿Cómo se puede tener inseguridad tras 40 años de oficio y ser el escritor español más premiado internacionalmente?
Publiqué mi primera novela con 19 años. Toda esa veteranía me ha servido para aprender una cosa: al escribir, como en cualquier tipo de trabajo artístico, se gana muy poca seguridad. Lo cual es un poco desesperante. Y te confieso que en este caso la inseguridad ha sido mayor, porque era la primera novela después de Tu rostro mañana, que fueron tres volúmenes, 1.600 páginas y ocho años de trabajo. Mi libro con mayor ambición literaria. Tanto, que cuando lo terminé pensé que nunca más iba a escribir. Así que cuando comencé Los enamoramientos lo hice como si volviese a empezar. Fíjate que a la primera persona que se lo dejé leer le pregunté: «Pero, entonces, ¿tú lo ves publicable?» (risas). «Sería un pecado no publicarlo», me dijo.
¿Cuál fue el primer latido de esta novela?
A mí me sucede mucho que tengo una idea inicial para un libro y, tras buscar un itinerario para llegar hasta ella, luego no queda como la principal. En este caso, el primer latido fue una pregunta: ¿se puede seguir al lado de una persona a sabiendas de que ha hecho algo espantoso que además ha repercutido indirectamente en tu vida?
¿Y... ?
Todo el mundo quiere enamorarse, es un tipo de sentimiento apreciado, positivo. Aunque puede sacar lo peor de las personas. Y el que está al lado puede consentir algo que de ninguna manera dejaría pasar si no mediase ese sentimiento. Yo he visto, incluso he experimentado cosas magníficas, pero también muy desoladoras en el terreno del amor.
El filósofo y psicólogo Erich Fromm dice que «uno empieza a amar cuando deja de enamorarse», ¿estás de acuerdo?
Para mí el enamoramiento es un estado, no un proceso. La gente confunde el enamoramiento con la pasión, con el momento de la ilusión. Yo pienso que es posible estar profundamente enamorado después de los años. Obviamente, tras una década no vas a estar mirándote a los ojos todo el día y sin salir de la cama. Pero dos personas pueden tener la plena conciencia de estar enamorados a pesar del tiempo, y creo que es precisamente por esa lucidez, y no por un desvarío, por lo que se está dispuesto a pasar por cosas que normalmente no tolerarías. Aunque sean atroces. Entonces, cabe preguntarse: ¿hasta qué punto se debe callar aun a riesgo de dejar algo impune?
¿Hallaste la respuesta después de escribir?
No. Sigo sin tenerla. Pero no escribo para encontrar respuestas, ni creo en las novelas que lo hacen. Faulkner decía que la literatura logra lo mismo que una pobre cerilla que se enciende en mitad de la noche, en mitad de un campo. No sirve para iluminar nada, solamente para ver cuánta oscuridad hay a nuestro alrededor y lo poco claras que tenemos tantas cosas.
Llevas encendiendo cerillas en 19 libros y un sinfín de artículos. ¿Cómo convives con el paso del tiempo?
Pues depende del día. Cuando frecuentas a las mismas personas o vives en un mismo lugar conservas una sensación de presente prolongado. Pero si cambias de casa o te separas se produce un quiebro en la continuidad que abre un nuevo presente y te hace sentir el peso del tiempo. En mi caso, con eso tengo un cierto espejismo, porque hay algunas cosas de mi vida que siempre se han mantenido parecidas.
¿Cuáles?
He publicado una media de un libro cada tres años, no he tenido hijos, algo que te hace ver pasar los días, y luego, claro, está el hecho de vivir solo. Así que me creo que soy bastante el mismo que hace veinticinco años. Pero quizás en esto me engañe un poco.
¿Nunca has vivido en pareja?
Siempre he tenido pareja, pero casi nunca he vivido con ellas. Incluso la actual está en otra ciudad.
¿Y has echado de menos tener hijos?
No. No especialmente. La parte del afecto lo pongo en sobrinos o hijos de amigos.
Hay cosas que sí cambian. Tus narradores siempre han sido masculinos, pero en tu nueva novela es una mujer. ¿Cómo te has sentido dentro de una voz femenina?
No he notado tanta diferencia. Esta idea de que las mujeres tienen una psicología determinada me parece una tontería machista. Hay tantas mujeres distintas entre sí como hombres distintos entre sí, si es que no más. Y también hay muchas mujeres que no tienen ningún tipo de afinidad con otras.
Con quien compartes afinidades, y espacio en la Real Academia, es con tu amigo Arturo Pérez-Reverte…
Por curiosidad, ¿cuántos libros hay aquí?
Unos veinte mil.
¡Veinte mil!
Es que tengo otro piso abajo que utilizo sólo como biblioteca, allí recibo cuando vienen invitados y me encierro a escribir si no quiero que me molesten... porque nadie sabe el número de teléfono.
Es curioso, pero vives frente a una de las plazas más turísticas de Madrid, ¿cómo llevas tanto jaleo a la hora de escribir?
Antes mal, sobre todo porque estaban las oficinas del Ayuntamiento. Sin embargo ahora sólo vienen manifestantes una vez a la semana, cuando hay pleno. Entonces
tengo que dejar de escribir por unas horas, pero la verdad es que vivir en la Plaza de la Villa es una delicia. Para mí es de las más agradables. Esta casa la ocupaba antes Javier Gurruchaga y, a través de un amigo común, cuando él la dejó, tuve la suerte de. cogerla. Llevo aquí ya 15 años.
Y de aquí ha salido tu nueva novela, Los enamoramientos. En cierta ocasión leí que decías: «No releo nunca lo que escribo hasta al final. Entonces, ya no hay vuelta atrás; o lo meto en un cajón, o lo publico». No me imagino una novela tuya en un cajón de esta casa...
No te creas, en este caso no la he metido en el cajón, aunque la cosa ha estado más dudosa de hacerla que otras veces. Trabajo siempre con mucha inseguridad.
¿Cómo se puede tener inseguridad tras 40 años de oficio y ser el escritor español más premiado internacionalmente?
Publiqué mi primera novela con 19 años. Toda esa veteranía me ha servido para aprender una cosa: al escribir, como en cualquier tipo de trabajo artístico, se gana muy poca seguridad. Lo cual es un poco desesperante. Y te confieso que en este caso la inseguridad ha sido mayor, porque era la primera novela después de Tu rostro mañana, que fueron tres volúmenes, 1.600 páginas y ocho años de trabajo. Mi libro con mayor ambición literaria. Tanto, que cuando lo terminé pensé que nunca más iba a escribir. Así que cuando comencé Los enamoramientos lo hice como si volviese a empezar. Fíjate que a la primera persona que se lo dejé leer le pregunté: «Pero, entonces, ¿tú lo ves publicable?» (risas). «Sería un pecado no publicarlo», me dijo.
¿Cuál fue el primer latido de esta novela?
A mí me sucede mucho que tengo una idea inicial para un libro y, tras buscar un itinerario para llegar hasta ella, luego no queda como la principal. En este caso, el primer latido fue una pregunta: ¿se puede seguir al lado de una persona a sabiendas de que ha hecho algo espantoso que además ha repercutido indirectamente en tu vida?
¿Y... ?
Todo el mundo quiere enamorarse, es un tipo de sentimiento apreciado, positivo. Aunque puede sacar lo peor de las personas. Y el que está al lado puede consentir algo que de ninguna manera dejaría pasar si no mediase ese sentimiento. Yo he visto, incluso he experimentado cosas magníficas, pero también muy desoladoras en el terreno del amor.
El filósofo y psicólogo Erich Fromm dice que «uno empieza a amar cuando deja de enamorarse», ¿estás de acuerdo?
Para mí el enamoramiento es un estado, no un proceso. La gente confunde el enamoramiento con la pasión, con el momento de la ilusión. Yo pienso que es posible estar profundamente enamorado después de los años. Obviamente, tras una década no vas a estar mirándote a los ojos todo el día y sin salir de la cama. Pero dos personas pueden tener la plena conciencia de estar enamorados a pesar del tiempo, y creo que es precisamente por esa lucidez, y no por un desvarío, por lo que se está dispuesto a pasar por cosas que normalmente no tolerarías. Aunque sean atroces. Entonces, cabe preguntarse: ¿hasta qué punto se debe callar aun a riesgo de dejar algo impune?
¿Hallaste la respuesta después de escribir?
No. Sigo sin tenerla. Pero no escribo para encontrar respuestas, ni creo en las novelas que lo hacen. Faulkner decía que la literatura logra lo mismo que una pobre cerilla que se enciende en mitad de la noche, en mitad de un campo. No sirve para iluminar nada, solamente para ver cuánta oscuridad hay a nuestro alrededor y lo poco claras que tenemos tantas cosas.
Llevas encendiendo cerillas en 19 libros y un sinfín de artículos. ¿Cómo convives con el paso del tiempo?
Pues depende del día. Cuando frecuentas a las mismas personas o vives en un mismo lugar conservas una sensación de presente prolongado. Pero si cambias de casa o te separas se produce un quiebro en la continuidad que abre un nuevo presente y te hace sentir el peso del tiempo. En mi caso, con eso tengo un cierto espejismo, porque hay algunas cosas de mi vida que siempre se han mantenido parecidas.
¿Cuáles?
He publicado una media de un libro cada tres años, no he tenido hijos, algo que te hace ver pasar los días, y luego, claro, está el hecho de vivir solo. Así que me creo que soy bastante el mismo que hace veinticinco años. Pero quizás en esto me engañe un poco.
¿Nunca has vivido en pareja?
Siempre he tenido pareja, pero casi nunca he vivido con ellas. Incluso la actual está en otra ciudad.
¿Y has echado de menos tener hijos?
No. No especialmente. La parte del afecto lo pongo en sobrinos o hijos de amigos.
Hay cosas que sí cambian. Tus narradores siempre han sido masculinos, pero en tu nueva novela es una mujer. ¿Cómo te has sentido dentro de una voz femenina?
No he notado tanta diferencia. Esta idea de que las mujeres tienen una psicología determinada me parece una tontería machista. Hay tantas mujeres distintas entre sí como hombres distintos entre sí, si es que no más. Y también hay muchas mujeres que no tienen ningún tipo de afinidad con otras.
Con quien compartes afinidades, y espacio en la Real Academia, es con tu amigo Arturo Pérez-Reverte…
Es una amistad curiosa porque somos dos escritores muy diferentes. Es posible que mis libros no sean los que más le gusten a Arturo. Pero yo admiro mucho lo que no sé hacer, por eso tengo fascinación por lo que él escribe y creo que además lo hace extraordinariamente bien. Disfruto mucho con todos sus libros. Y luego con Arturo me pasa que somos del mismo año: del 51. Sólo le llevo un par de meses. Él es de noviembre y yo soy de septiembre. No diré que es una persona de cuya incondicionalidad o lealtad esté completamente seguro, porque de eso no se puede estar seguro con nadie, pero sí que Arturo es una de esas personas con las que uno sabe que puede caminar por cualquier territorio. En cambio con otras, ni cruzar la calle.
Arturo me dijo que eras un «psicópata» en cuanto a coleccionar soldaditos de plomo. ¿De dónde surge esa afición?
Creo que para mí son una manera inconsciente de tener una representación de eso a lo que nos dedicamos los novelistas, que es manejar figuras a las que les hacemos hacer y padecer cosas.
GEMA VEIGA
Arturo me dijo que eras un «psicópata» en cuanto a coleccionar soldaditos de plomo. ¿De dónde surge esa afición?
Creo que para mí son una manera inconsciente de tener una representación de eso a lo que nos dedicamos los novelistas, que es manejar figuras a las que les hacemos hacer y padecer cosas.
GEMA VEIGA
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