Compró viejos y nuevos diccionarios para Aída. Los viejos son para leerlos, los nuevos sólo para consultarlos. En ellos buscamos palabras antiguas y palabras modernas, palabras que existen y palabras inventadas.
-Hay días en que amanezco muy eme -le digo a Aída.
Despierto membranoso y mamario, masturbatorio, meditabundo.
Me pongo místico. La amo inmoderadamente, como a un ídolo antiguo.
-Hoy me siento muy be -dice Aída, siguiendo el juego.
Babel, bacante, bárbara, bella y brutal, bramadora, burlona, bravía, bovina, biliosa, bostezante, a veces beoda, babeante, bestial.
-Bala, bebe, bencina, burbuja, benjuí, bisturí, balsa, boca, blanco, bolo, blonda -dice Aída, asociando libremente.
-Bruja, belga, barca, Barcelona, Bremen, bramido, branquias, belladonas, bostezo, bajo, besamano -agrego yo, enseguida.
A la noche, bajo la cama, los diccionarios están de pie. Dormidos bajo la opalina, bajo la dorada D, y en mis sueños hay palabras que no conozco, como bastelo y bondino.
Despierto, a las tres de la mañana, solo, sin Aída. El cielo tiene una leve tonalidad rosa, en el negro profundo. Me visto. Aída, lejos, debe dormir junto a su hijo. Ninguna posibilidad de despertarla, de llegar hasta su casa y meterme en su cama. En la calle hay algunas luces encendidas. Los autos, en fila, ocupan todo el espacio. Como grandes insectos coriáceos que hubieran invadido la ciudad y, ahora, dormidos, reposaran de su triunfo. Árboles raquíticos asoman entre ellos, como picas de un ejército en retirada. Por la calle, nadie. Los focos encendidos iluminan un telón fantasmal, un teatro vacío. El Vips está abierto, repleto de chucherías, como la antesala de un aeropuerto, a la noche, en un viaje transoceánico. Los escasos clientes se pasean entre carteles de viejas actrices, hoy retiradas, cuya belleza tiene algo de prefabricado, algo de cartón. Marlene Dietrich y su larga boquilla, con su mirada viciosa de mujer aburrida, de mujer sin ilusiones, pero que provoca el sueño ajeno. Rita Hayworth y su melena rojiza, con un vestido negro y un sujetador exagerado quizás para sus glándulas mamarias. Me muevo entre revistas extranjeras con portadas casi siempre iguales: príncipes, tenistas, ministros. Aída no está en ninguna, aunque es la única imagen que quiero ver. Aída, con su rostro siempre pálido de mujer que no ama el sol, de psique enfermiza. Aída, con su melena sobre los ojos, como un perro de aguas. Aída y el misterio de boca ancha y breve, con un leve orificio en el centro. "
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