domingo, 27 de mayo de 2018

Nombres curiosos

1. Acerico. Almohada pequeña. Y también la almohadilla que sirve para clavar alfileres o agujas.
2. Agrafe. Pieza de metal para sujetar el cierre de botellas y frascos. Por ejemplo, el alambre y la chapa de las botellas de cava.
3. Ampersand. El signo &.

4. Ápice. Acento o cualquiera de los signos que se colocan sobre las letras, como el punto de las íes. Eso sí, el acento de la eñe se llama virgulilla.

5. Carúncula. La cresta de gallos y pavos.

6. Crencha. Raya del pelo y cada una de las partes en las que la crencha divide el cabello.

7. Criptomnesia. Fenómeno que consiste en creer que se te acaba de ocurrir algo que en realidad sólo lo estabas recordando, aunque no recuerdes que ya lo sabías. Por ejemplo, cuando plagias involuntariamente un tuit.

8. Diastema. Espacio entre los dientes. Estuvo de moda durante siete segundos porque todo ha estado de moda alguna vez. O lo estará. Recordad, por ejemplo, los bigotes.

9. Estepicursor. El matojo rodante típico de las películas del oeste o de cuando cuentas un chiste en un bar. También se llama rodamundos, sorrasca, calamino, boja, salicón, salicor, salicornio, salicornia, barrilla, corredora del desierto, bola del oeste, apretaculos, capitana, malvecino, alicornio, cardo ruso, planta rodadora, bruja, chamizo, cachanilla, maromera, salsola, y rodadora.

10. Filtrum. Surco subnasal, es decir, la ranura situada debajo de la nariz y encima de los labios.

11. Fosfenos. Las manchas luminosas que se ven al frotar los párpados.

12. Ginecomastia. Man boobs.

13. Giste. La espuma de la cerveza. Ejemplo de uso cotidiano: “¿Sabías que la espuma de la cerveza se llama giste?”

14. Guedeja. Cabellera larga y también la melena del león.

15. Herrete. Cada una de las puntas de plástico o metal de los cordones.

16. Jeme. Distancia que hay desde la punta del pulgar a la del índice, separando el uno del otro todo lo posible. Unidad de medida equivalente a “un cacho así”.

17. Lemniscata. Curva plana de forma semejante a un 8. Es el término correcto del símbolo de infinito.

18. Lúnula. El espacio blanquecino semilunar de la raíz de las uñas.

19. Óbelo. Signo de división. El de multiplicar es una más común “aspa”.

20. Petricor. El olor de la lluvia en sitios secos.

21. Pie de Morton o pie griego. Cuando el segundo dedo del pie es más largo que el gordo. (¿Estas personas son alienígenas infiltrados? Este sería otro debate).

22. Quincunce. Disposición como la figura de un cinco en un dado, con cuatro puntos formando un rectángulo y otro punto en el centro.

23. Recazo. La parte del cuchillo opuesta al filo.

24. Sangradura. La parte hundida del brazo opuesta al codo.

25. Telson. La cola de los crustáceos. Ejemplo: “¿Tú te comes el telson de los langostinos? Yo sí. Soy un poco bruto”.

26. Tenesmo. Ganas frecuentes de ir al baño.

27. Vagido. Gemido o llanto del recién nacido.

28. Virola. Es una abrazadera de metal que se coloca en algunos instrumentos, incluyendo la anilla metálica que une el lápiz con la goma de borrar y la punta de un paraguas, por ejemplo. No confundir con “vitola”.

29. Vitola. La anilla de los cigarros puros.

domingo, 13 de mayo de 2018

Cuando la sociedad es el tirano. Javier Marías

En  1859 no había teléfono ni radio ni televisión, no digamos redes sociales y móviles que expanden con alcance mundial, y en el acto, cualquier noticia; pero también cualquier consigna, bulo, mentira, calumnia y prejuicio. En esa fecha, sin embargo, John Stuart Mill, en su célebre ensayo “Sobre la libertad”, escribió lo siguiente (me disculpo por la larga cita, cuyas cursivas son mías): “Como las demás tiranías, esta de la mayoría fue al principio temida, y lo es todavía, cuando obra, sobre todo, por medio de actos de las autoridades. Pero las personas reflexivas se dieron cuenta de que cuando es la sociedad misma el tirano, sus medios de tiranizar no están limitados a los actos que puede realizar mediante sus funcionarios políticos. La sociedad puede ejecutar, y ejecuta, sus propios decretos; y si dicta malos decretos en vez de buenos, o si los dicta a propósito de cosas en las que no debería mezclarse, ejerce una tiranía social más formidable que muchas de las opresiones políticas, ya que si bien no suele tener a su servicio penas tan graves, deja menos medios para escapar de ella, pues penetra mucho más en los detalles de la vida y llega a encadenar el alma. Por eso no basta la protección contra la tiranía del magistrado. Se necesita también la protección contra la tiranía de la opinión y sentimiento prevalecientes; contra la tendencia de la sociedad a imponer, por medios distintos de las penas civiles, sus propias ideas y prácticas como reglas de conducta a aquellos que disientan de ellas; a ahogar el desenvolvimiento, a impedir la formación de individualidades originales y a obligar a todos los caracteres a moldearse sobre el suyo propio”.
Pese a lo levemente anticuado de léxico y sintaxis, parece que Stuart Mill esté hablando de nuestros días y alertando contra un tipo de tiranía que, por ser de la sociedad (vale decir “del pueblo”, “de la gente” o “de las creencias compartidas”), no es fácil percibir como tal tiranía. “Si nuestra época piensa así”, parece decirse a veces el mundo, “¿quién es nadie para llevarnos la contraria? ¿Quién los políticos, que han de obedecernos? ¿Quién los jueces, cuyos fallos están obligados a reflejarnos y complacernos? ¿Quién los periodistas y articulistas, cuyas opiniones deben amoldarse a las nuestras? ¿Quién los pensadores” (esas “personas reflexivas” de Mill), “que no nos son necesarios? ¿Quién los legisladores, que deben establecer las leyes según nuestros dictados?”
Cualquier sociedad es por definición manipulable, y en muy poco tiempo se le crean e inoculan ideas inamovibles. Me quedé estupefacto el día de la famosa sentencia contra “La Manada”. No me cabe duda de que esos cinco sujetos son desalmados y bestiales. Pero no se los juzgaba por su catadura moral ni por su repugnante concepción de las mujeres, sino por unos hechos concretos. Y me asombró que, nada más conocerse la sentencia, millares de personas que no habían asistido al proceso ni habían visto el vídeo que se mostró en él parcialmente, que no eran duchas en distinciones jurídicas, supieran sin atisbo de duda cuáles eran el delito y la pena debida. No digo que no tuvieran razón, los jueces yerran, y cosas peores. Pero nadie contestaba lo más prudente: “Lo ignoro: carezco de datos, de conocimientos y de pruebas, y por tanto no oso opinar”. Vi en pantalla a políticos, tertulianos, ¡escritores y actores!, que afirmaban con rotundidad saber perfectamente qué había ocurrido en un sórdido portal de Pamplona en 2016. Vuelvo a la cita de Mill: “La sociedad puede ejecutar, y ejecuta, sus propios decretos”. Una sociedad que hace eso, que prescinde de la justicia o decide no hacerle caso, que pretende que prevalezca la de su fantasmagórica masa, tiene muchas papeletas para convertirse en una sociedad opresora, linchadora y tiránica.Esta imposición de dogmas y “climas”, evidentemente, era ya perceptible en 1859. Imagínense ahora, cuando existen unos medios fabulosos de adoctrinamiento, conminación e intimidación, sobre todo a través de las redes sociales. Pero ha llegado el momento de preguntarse si esas redes, que hoy se toman por lo que antes era el orácu­lo, o la ley de Dios, no son tan fantasmales y usurpables como la voz de este ser abstracto en cuyo nombre se han cometido injusticias y atrocidades. Es muy sospechoso que en cuanto se piden firmas para lo que sea (desde cambiar una ley hasta el nombre de una calle), aparezcan millares en un brevísimo lapso de tiempo. No hay nunca constancia de que quienes envían sus tuits no sean cuatrocientos gatos muy activos que los repiten hasta la saciedad, los reenvían, los esparcen, aparentando ser multitudes. Se sabe de la existencia de bots, es decir, de programas robóticos que simulan ser personas y que inundan las redes con una intoxicación o una consigna. Rusia es pródiga en su uso, así como partidos políticos, sobre todo los populistas. En suma, detrás de lo que hoy se considera la sacrosanta “opinión pública”, a menudo no hay casi nadie real ni reflexivo, sólo unos cuantos activistas que saben multiplicarse, invadir el espacio y arrastrar a masas acríticas y borreguiles.
Javier Marías
El País, 13 de mayo de 2018