domingo, 27 de marzo de 2016

El oficio de vivir. Cesare Pavese

La única alegría en el mundo es comenzar. Es hermoso vivir porque vivir es comenzar, siempre, a cada instante. Cuando falta esta sensación -prisión, enfermedad, hábito, estupidez- uno quisiera morir .
Y por eso cuando una situación dolorosa se reproduce idéntica -parece idéntica- nada vence su horror.
El principio antedicho no es en modo alguno de un viveur. Porque hay más hábito en la experiencia a toda costa ( cfr. el feo «viajar a toda costa» ), que en los carriles normales aceptados debidamente y vividos con transporte e inteligencia. Estoy convencido de que hay más hábito en las aventuras que en un buen matrimonio. Porque lo propio de la aventura es conservar una reserva mental de defensa; por lo cual no existen buenas aventuras. Es buena la aventura a la cual uno se abandona: el matrimonio, en suma, incluso los hechos en el cielo.
Quien no siente el perenne recomenzar que vivifica una existencia normal y conyugal es, en el fondo, un necio que, por mucho que diga, tampoco siente un verdadero recome.nzar en cada aventura.
La lección es siempre una sola: lanzarse de cabeza y saber aguantar el castigo. Es mejor sufrir por haberse atrevido a obrar en serio, que to shrink [retroceder] (¿o to shirk? [esquivar, eludir]). Como en el caso de los hijos: lo exige la naturaleza, por lo demás, y echarse atrás es cobarde. Al final -ya se ha visto- se paga más caro.


viernes, 25 de marzo de 2016

Capítulo 93.

Pero el amor, esa palabra… Moralista Horacio, temeroso de pasiones sin una razón de aguas hondas, desconcertado y arisco en la ciudad donde el amor se llama con todos los nombres de todas las calles, de todas las casas, de todos los pisos, de todas las habitaciones, de todas las camas, de todos los sueños, de todos los olvidos o los recuerdos. Amor mío, no te quiero por vos ni por mí ni por los dos juntos, no te quiero porque la sangre me llame a quererte, te quiero porque no sos mía, porque estás del otro lado, ahí donde me invitás a saltar y no puedo dar el salto, porque en lo más profundo de la posesión no estás en mí, no te alcanzo, no paso de tu cuerpo, de tu risa, hay horas en que me atormenta que me ames (cómo te gusta usar el verbo amar, con qué cursilería lo vas dejando caer sobre los platos y las sábanas y los autobuses), me atormenta tu amor que no me sirve de puente porque un puente no se sostiene de un solo lado, jamás Wright ni Le Corbusier van a hacer un puente sostenido de un solo lado, y no me mires con esos ojos de pájaro, para vos la operación del amor es tan sencilla, te curarás antes que yo y eso que me querés como yo no te quiero. Claro que te curarás, porque vivís en la salud, después de mí será cualquier otro, eso se cambia como los corpiños. Tan triste oyendo al cínico Horacio que quiere un amor pasaporte, amor pasamontañas, amor llave, amor revólver, amor que le dé los mil ojos de Argos, la ubicuidad, el silencio desde donde la música es posible, la raíz desde donde se podría empezar a tejer una lengua. Y es tonto porque todo eso duerme un poco en vos, no habría más que sumergirte en un vaso de agua como una flor japonesa y poco a poco empezarían a brotar los pétalos coloreados, se hincharían las formas combadas, crecería la hermosura. Dadora de infinito, yo no sé tomar, perdoname. Me estás alcanzando una manzana y yo he dejado los dientes en la mesa de luz. Stop, ya está bien así. También puedo ser grosero, fájate. Pero fijate bien, porque no es gratuito.

 ¿Por qué stop? Por miedo de empezar las fabricaciones, son tan fáciles. Sacás una idea de ahí, un sentimiento del otro estante, los atás con ayuda de palabras, perras negras, y resulta que te quiero. Total parcial: te quiero. Total general: te amo. Así viven muchos amigos míos, sin hablar de un tío y dos primos, convencidos del amor-que-sienten-por-sus-esposas. De la palabra a los actos, che; en general sin verba no hay res. Lo que mucha gente llama amar consiste en elegir a una mujer y casarse con ella. La eligen, te lo juro, los he visto. Como si se pudiese elegir en el amor, como si no fuera un rayo que te parte los huesos y te deja estaqueado en la mitad del patio. Vos dirás que la eligen porque-la-aman, yo creo que es al verse. A Beatriz no se la elige, a Julieta no se la elige. Vos no elegís la lluvia que te va a calar hasta los huesos cuando salís de un concierto. Pero estoy solo en mi pieza, caigo en artilugios de escriba, las perras negras se vengan cómo pueden, me mordisquean desde abajo de la mesa. ¿Se dice abajo o debajo? Lo mismo te muerden. ¿Por qué, por qué, pourquoi, why, warum, perchè este horror a las perras negras? Miralas ahí en ese poema de Nashe, convertidas en abejas. Y ahí, en dos versos de Octavio Paz, muslos del sol, recintos del verano. Pero un mismo cuerpo de mujer es María y la Brinvilliers, los ojos que se nublan mirando un bello ocaso son la misma óptica que se regala con los retorcimientos de un ahorcado. Tengo miedo de ese proxenetismo, de tinta y de voces, mar de lenguas lamiendo el culo del mundo. Miel y leche hay debajo de tu lengua… Sí, pero también está dicho que las moscas muertas hacen heder el perfume del perfumista. En guerra con la palabra, en guerra, todo lo que sea necesario aunque haya que renunciar a la inteligencia, quedarse en el mero pedido de papas fritas y los telegramas Reuter, en las cartas de mi noble hermano y los diálogos del cine. Curioso, muy curioso que Puttenham sintiera las palabras como si fueran objetos, y hasta criaturas con vida propia. También a mí, a veces, me parece estar engendrando ríos de hormigas feroces que se comerán el mundo. Ah, si en el silencio empollara el Roc… Logos, faute éclatante. Concebir una raza que se expresara por el dibujo, la danza, el macramé o una mímica abstracta. ¿Evitarían las connotaciones, raíz del engaño?Honneur des hommes, etc. Sí, pero un honor que se deshonra a cada frase, como un burdel de vírgenes si la cosa fuera posible.

 Del amor a la filología, estás lucido, Horacio. La culpa la tiene Morelli que te obsesiona, su insensata tentativa te hace entrever una vuelta al paraíso perdido, pobre preadamita de snack-bar, de edad de oro envuelta en celofán. This is a plastic’s age, man, a plastic’s age. Olvidate de la perras. Rajá, jauría, tenemos que pensar, lo que se llama pensar, es decir sentir, situarse y confrontarse antes de permitir el paso de la más pequeña oración principal o subordinada. París es un centro, entendés, un mandala que hay que recorrer sin dialéctica, un laberinto donde las fórmulas pragmáticas no sirven más que para perderse. Entonces un cogito que sea como respirar París, entrar en él dejándolo entrar, neuma y no logos. Argentino compadrón, desembarcando con la suficiencia de una cultura de tres por cinco, entendido en todo, al día en todo, con un buen gusto aceptable, la historia de la raza humana bien sabida, los períodos artísticos, el románico y el gótico, las corrientes filosóficas, las tensiones políticas, la Shell Mex, la acción y la reflexión, el compromiso y la libertad, Piero della Francesca y Antón Webern, la tecnología bien catalogada, Lettera 22, Fiat 1600, Juan XXIII. Qué bien, qué bien. Era una pequeña librería de la rue du Cherche-Midi, era un aire suave de pausados giros, era la tarde y la hora, era del año la estación florida, era el Verbo (en el principio), era un hombre que se creía un hombre. Qué burrada infinita, madre mía. Y ella salió de la librería (recién ahora me doy cuenta de que era como una metáfora, ella saliendo nada menos que de una librería) y cambiamos dos palabras y nos fuimos a tomar una copa de pelure d’oignon a un café de Sèvres-Babylone (hablando de metáforas, yo delicada porcelana recién desembarcada, HANDEL WITH CARE, y ella Babilonia, raíz de tiempo, cosa anterior, primeval being, terror y delicia de los comienzos, romanticismo de Atala pero con un tigre auténtico esperando detrás del árbol). Y así Sèvres se fue con Babylone a tomar un vaso depelure d’oignon, nos mirábamos y yo creo que ya empezábamos a deseamos (pero eso fue más tarde, en la rue Réaumur) y sobrevino un diálogo memorable, absolutamente recubierto de malentendidos, de desajustes que se resolvían en vagos silencios, hasta que las manos empezaron a tallar, era dulce acariciarse las manos mirándose y sonriendo, encendíamos los Gauloises el uno en el pucho del otro, nos frotábamos con los ojos, estábamos tan de acuerdo en todo que era una vergüenza, París danzaba afuera esperándonos, apenas habíamos desembarcado, apenas vivíamos, todo estaba ahí sin nombre y sin historia (sobre todo para Babylone, y el pobre Sèvres hacía un enorme esfuerzo, fascinado por esa manera Babylone de mirar lo gótico sin ponerle etiquetas, de andar por las orillas del río sin ver remontar los drakens normandos). Al despedirnos éramos como dos chicos que se han hecho estrepitosamente amigos en una fiesta de cumpleaños y se siguen mirando mientras los padres los tiran de la mano y los arrastran, y es un dolor dulce y una esperanza, y se sabe que uno se llama Tony y la otra Lulú, y basta para que el corazón sea como una frutilla, y…

Horacio, Horacio.

Merde, alors. ¿Por qué no? Hablo de entonces, de Sèvres-Babylone, no de este balance elegíaco en que ya sabemos que el juego está jugado.

Julio Cortázar - Rayuela.

martes, 22 de marzo de 2016

Me basta así. Ángel González


Si yo fuera Dios
y tuviese el secreto,
haría
un ser exacto a ti;
lo probaría
(a la manera de los panaderos
cuando prueban el pan, es decir:
con la boca),
y si ese sabor fuese
igual al tuyo, o sea
tu mismo olor, y tu manera
de sonreír,
y de guardar silencio,
y de estrechar mi mano estrictamente,
y de besarnos sin hacernos daño
-de esto sí estoy seguro: pongo
tanta atención cuando te beso;
entonces,
si yo fuese Dios,
podría repetirte y repetirte,
siempre la misma y siempre diferente,
sin cansarme jamás del juego idéntico,
sin desdeñar tampoco la que fuiste
por la que ibas a ser dentro de nada;
ya no sé si me explico, pero quiero
aclarar que si yo fuese
Dios, haría
lo posible por ser Ángel González
para quererte tal como te quiero,
para aguardar con calma
a que te crees tú misma cada día,
a que sorprendas todas las mañanas
la luz recién nacida con tu propia
luz, y corras
la cortina impalpable que separa
el sueño de la vida,
resucitándome con tu palabra,
Lázaro alegre,
yo,
mojado todavía
de sombras y pereza,
sorprendido y absorto
en la contemplación de todo aquello
que, en unión de mí mismo,
recuperas y salvas, mueves, dejas
abandonado cuando  -luego-  callas...
(Escucho tu silencio.
Oigo
constelaciones: existes.
Creo en ti.
Eres.
Me basta.

lunes, 21 de marzo de 2016

No te amo, mi amor. Manuel Rivas

No te amo, mi amor

Nunca antes había pensado en el matrimonio. Ni por la Iglesia ni por lo civil. Era algo, simplemente, que no contemplaba en su horizonte

Nunca antes había pensado en el matrimonio. Ni por la Iglesia ni por lo civil. Era algo, simplemente, que no contemplaba en su horizonte de vida, ni siquiera a largo plazo. Como historiador del cine, la única boda en la que se había detenido era una de ficción, en la película El cazador, esa gente se casa antes de ir a la guerra. Ahora medita cada boda. Es el oficiante. El concejal de Cultura, Fiestas y Deportes. Es él quien cita, con un laico tono bíblico, a Cesare Pavese en El oficio de vivir: “La única alegría del mundo es comenzar”.
Y esa frase, justo esa frase, que viene de la boca de la literatura, hace que todo se ponga a la escucha en el salón municipal, en ese mismo lugar donde los ediles debaten, votan, dirimen el poder, y a veces se enzarzan duramente como si por un bache o por una cabalgata de Reyes si librara la batalla de la historia. Pero ahora una frase, un pensamiento fulgurante, la anotación de un hombre que escribía sobre su propia piel, con fecha de 23 de noviembre de 1937, ha venido aquí para reactivar el presente. Hasta ese momento, el acto había sido amable, simpático. La pareja contrayente entró con música de vals, escoltada por dos maceros. El concejal oficiante dio la bienvenida, leyó los tres ar­tículos del Código Civil. Y luego comenzó su intervención con la lectura de Cesare Pavese: “La única alegría del mundo es comenzar. Es bello vivir porque vivir es comenzar, siempre, a cada instante. Cuando falta este sentimiento –prisión, enfermedad, costumbre, estupidez–, querríamos morirnos”.
En un mundo donde la regla es competir, que dos personas se casen es como un suceso revolucionario
Estábamos conmovidos. Aquello era una boda, sí señor. Una verdadera bendición para una unión libre. El hombre que nunca había pensado en el matrimonio, lo redescubre como un acto de coraje. Casarse, hoy, aquí, no es un acto de sometimiento a la convención social. Al contrario, un acto de unión entre iguales, movidos por el deseo y la voluntad de convivir y compartir, es una transgresión. En un mundo donde cada movimiento es medido por la unidad métrica del ego, donde todo conspira para que la regla sea competir y no compartir, la noticia de que dos personas se casan debería ser recibida como un suceso revolucionario. Hay que acudir a una boda como un milagro de la naturaleza, como cuando celebran nupcias las ballenas en un santuario.
El oficiante se llama José Manuel Sande, concejal coruñés de 43 años. El día de su toma de posesión se quedó perplejo cuando le anunciaron que tenía que casar a cuatro parejas que lo habían elegido como celebrante. Decidió tomárselo como una seria responsabilidad cultural. Ahora prepara de víspera sus intervenciones. Cada vez es más consciente de que no se trata de un trámite que le tocó despachar. Se preocupa por el sentido de sus palabras. No por grandilocuencia, sino porque piensa que cada una de ellas puede ser una bola de billar en la imprevisible trayectoria de la vida. Ahí se encontró con Cesare Pavese, y otros inusuales, escapando de los textos más tópicos, por repetidos, que suministran los buscadores de Internet a los nuevos oficiantes laicos, como el tan repetido poema Cuando se encuentran dos almas, de Victor Hugo. A las bodas civiles habría que incorporar El cantar de los cantares, ya que la Iglesia deja fuera del repertorio esa maravilla.
Cuando me casé, también por lo civil, no nos citaron ni a Pavese ni a nadie. Duró cinco minutos. El tiempo de leernos los artículos del Código y despacharnos como a dos furtivos. Fue hace años en el Palacio de Justicia, pero, como pioneros en lo civil, nos casaron en el cuarto de la conserjería. Nos aseguraron que era un juez el celebrante, pero hoy estoy convencido de que era el propio conserje, tal vez porque coincidió con el Día de los Santos Inocentes. El único detalle iconográfico era un calendario de Explosivos Rio Tinto. Temí que, vengativo, el oficiante leyese para fastidiarnos La lenta máquina del desamor, de Julio Cortázar, tan hermoso y jodido: “Ya no te amo, mi amor”. Esa noche salimos para Ginebra, aprovechando el retorno de un vuelo chárter de emigrantes. Decidimos ir a Viena en tren. Estaba cubierta de nieve. En un parque, venciendo el miedo, caminamos sobre un lago helado. De una taberna, una cabaña de madera, salieron una pandilla de energúmenos, supongo que ebrios. Se reían, nos gritaban. De repente, algo contundente golpeó cerca de nuestros pies. Nos estaban arrojando piedras. Piedras que al chocar decían: Ausländer raus! Fuera extranjeros, o algo así. Nos quedamos quietos. Abrazados. Creo que ahí sí. Ahí fue donde de verdad nos sentimos casados. Ese momento en que sientes que el amor, sobre una frágil capa de hielo, va a poder con todo.

viernes, 11 de marzo de 2016

Los anillos fatigados. César Vallejo

Los anillos fatigados

Hay ganas de volver, de amar, de no ausentarse,
y hay ganas de morir, combatido por dos
aguas encontradas que jamás han de istmarse.

Hay ganas: de un gran beso que amortaje a la Vida,
que acaba en el áfrica de una agonía ardiente,
suicida!
Hay ganas de... no tener ganas. Señor;
a ti yo te señalo. con el dedo deicida:
hay ganas de no haber tenido corazón.

La primavera vuelve, vuelve y se irá. Y Dios,
curvado en tiempo, se repite, y pasa: pasa:
a cuestas con la espina dorsal del Universo.

Cuando, las sienes tocan su lúgubre tambor...
cuando me duele el sueño grabado en un puñal,
hay ganas de quedarse plantado en este verso!

César Vallejo - Los Heraldos negros

martes, 8 de marzo de 2016

¿En tu moral o en la mía?

Escribo esto de parte de mi amigo P. (amigo masculino, ojo, nótese).
"¿Qué moral aplicamos a esto? ¿La tuya o la mía? Lo digo porque si vamos a follar, que follamos y bien, o si vamos a hacer el amor, como te gusta decir a ti, lo que no tiene sentido es que me vengas luego con cuentos. Que me quieres pero no puede ser, que no quieres traicionar a nadie, que... ¿Que qué? ¿Te he pedido yo algo? No, ¿verdad? Pues no me sueltes tu culpa".

"Diles a las casadas y a los casados, a los emparejados en general, que no se monten pelis de amores imposibles, mala suerte y bad timing. Diles que el divorcio es legal y el sexo también. Diles que el amor es libre o no es. Diles que la renuncia y la omisión son formas de elección...".
"...Diles que es su puto problema si se quieren acostar con alguien más y son correspondidos en el deseo. Diles, por favor, que si es que sí, que lo disfruten, y si es que no, y es que no por culpa, están haciendo el gilipollas, porque la traición ya la tienen instalada en el discurso...".
"...Diles que se lo hagan mirar, que no se puede desear sólo lo que no se tiene. Díselo tú porque se lo tiene que decir alguien. Que entre la gente que no sabe estar sola y la gente que no sabe estarse quieta, los solteros nos vamos rompiendo el corazón y el sexo en cada esquina. Y, hombre, nos gusta, nos gusta querer y nos gusta follar, pero tampoco es eso, que ni somos masocas ni nos aburrimos tanto...".
Todo esto nos lo cuenta P. a Juan, a Xevi y a mí en una cena en Casa Hortensia. Y como tiene toda la razón, y lo cuenta bien, y la merluza está rica, le dejamos terminar y aquí se queda: ya está dicho.