martes, 25 de septiembre de 2012

Memento




"Quizás haya probado esto antes. Puede que ya haya quemado camiones enteros de tus cosas. No me acuerdo de olvidarte"

"Sólo porque no recuerde ciertas cosas, no quita el sentido a mis actos"

" Ni siquiera sé cuánto hace que murió... es como si me despertara y ella no estuviera en la cama, porqué ha ido al baño o a la cocina... sin embargo tengo la certeza de que ya no volverá a la cama. Podría... alargar la mano y... tocar su lado de la cama... y sabría que está frío, pero no puedo... sé que no puedo recuperarla. No quiero despertarme por la mañana creyendo que aún sigue aquí... me quedo en la cama sin saber desde cuando estoy solo... y así...
¿Cómo voy a cicatrizar? ¿Cómo puedo cicatrizar si no siento... el paso del tiempo? "

"Todos necesitamos recuerdos para ser quienes somos"

"La memoria puede cambiar la forma de una habitación y cambiar el color de un coche, los recuerdos desvirtúan, son una interpretación, no un registro, y no importan si tienes los hechos."

jueves, 20 de septiembre de 2012

Vesperae en Fa mayor (1793) Johann Michael HAYDN


Tumba de Haydn en Salzburgo
 Johann Michael Haydn (1737-1806) compositor y  organista austríaco nacido en  Rohrau.
Junto con Mozart es el composito más ilustre de la ciudad de Salzburgo.

lunes, 17 de septiembre de 2012

L.A.



Time lapse de la enorme ciudad de Los Ángeles fotografiado, dirigido y editado por Colin Rich con la producción de Star Productions. La música que suena es el tema Echoes of Mine de M83

jueves, 13 de septiembre de 2012

Dignidad

Ves a bomberos luchando sin medios contra el fuego y a políticos que dan lecciones de austeridad sin aplicarse ninguna. A personas recogiendo sobras en los supermercados y a usureros enriqueciéndose sobre las cenizas de sus ahorros. A una anciana sentada en mitad de la calle junto a sus pertenencias, después de haber sido desahuciada. Y temes que se acerca el día, si no ha llegado ya, en el que consigan llevarse lo último que mantiene a una sociedad en dificultades en pie. Dignidad, lo llaman.  
Lees que amas de casa que no llegan a fin de mes se están viendo forzadas a hacer la calle. No porque carezcan de dignidad, sino porque les sobra para hacer lo que haga falta para sacar a los suyos adelante. Te cuentan la historia del trabajador que ha tenido que dejar su empleo porque no podía costearse la subida del transporte público, decidida por la casta que se desplaza en limousine. Te enteras del cierre de colegios y del despido de profesores,  mientras políticos glotones pretenden cobrar a los alumnos en apuros por traerse el almuerzo de casa. Y temes que estén ganando.
Entonces ves a esos bomberos sin medios jugarse la vida por salvar la vivienda de alguien a quien no conocen. A vecinos que se unen para defender a la anciana desahuciada. A trabajadores que tras años cumpliendo con su tarea, y con la del compañero que no se presenta a cumplir con la suya, siguen haciendo el esfuerzo. Aunque este año no haya paga extra. Aunque al llegar a casa, sentados frente al televisor, los noticiarios les restrieguen cada noche la impunidad de los que nos han llevado hasta aquí.
Y te acuerdas de aquella canción de Deacon Blue que contaba la historia de un barrendero que no se deja vencer. Ha trabajado toda la vida honestamente en su municipio, ignorando las burlas de los niños que lo ven pasar y ahorrando el poco dinero que puede en una caja. Su sueño es reunir algún día lo suficiente para comprarse una pequeña barca con la que salir a navegar. Dignidad, piensa llamarla.

Publicado por David Jiménez

martes, 11 de septiembre de 2012

lunes, 10 de septiembre de 2012

Himno al amor. Novalis


Sólo unos pocos
Gozan del misterio del amor,
Y desconocen la insatisfacción
Y no sufren la eterna sed.
El significado divino de la cena
Es un enigma para el hombre,
Pero quien una sola vez,
En los ardientes y amados labios
Haya aspirado el aliento de la vida,
Quien haya sentido fundir su corazón
Con el escalofrío de las ondas
De la divina llama,
Quien, con los ojos abiertos,
Haya medido la lejanía del cielo,
Ése comerá de su cuerpo
y beberá de su sangre
para la eternidad.
[…]Un día todo será cuerpo,
Un único cuerpo,
Y en la sangre celestial
Se bañará la feliz pareja.
Y el océano se teñirá de rojo
Y las rocas se harán carne perfumada.
Nunca termina el delicioso banquete
Nunca se sacia el amor,
Y nunca se acaba de poseer al ser amado
Ni el abrazo es suficiente.
Más tiernos se vuelven los labios,
El alimento se transforma de nuevo
Y se vuelve más profundo, íntimo y delicado.
El alma se estremece y tiembla
Con mayor pasión,
el corazón tiene siempre hambre y sed,
y así, para la eternidad,
el amor y la pasión se inmortalizan.
Si los que ayunan
Lo hubiesen saboreado sólo una vez
Lo abandonarían todo
Para venir a sentarse con nosotros
A la mesa servida y nunca vacía
Del ardiente deseo.
Y reconocerían así
La inagotable plenitud del amor,
Y celebrarían la consumación
Del cuerpo y de la sangre.

Novalis Seudónimo de Friedrich Leopold von Hardenberg, poeta alemán, uno de los escritores que formuló la teoría del romanticismo literario en la revista Das Athenaeum. Nació en el seno de una familia noble en Oberwiederstedt (Sajonia). Estudió derecho, ciencias y filosofía en las universidades de Jena, Leipzig y Wittenberg, se hizo funcionario civil pero dedicó todas sus energías a escribir y loar su amor por Sophie von Kühn, su prometida que murió a la edad de quince años.

sábado, 8 de septiembre de 2012

Breve clasificación de la humanidad.

La humanidad es como es. No se trata de cambiarla, sino de conocerla”
Gustave Flaubert

La pertenencia de un elemento a un conjunto no excluye la pertenencia de ese mismo elemento a otros conjuntos. Es por ello que un número limitado de conjuntos puede comprender la totalidad de elementos existentes sin necesidad de que intervenga la totalidad de conjuntos.
El siguiente catálogo abarca a la humanidad. Todos los hombres pertenecen a alguna o algunas de sus categorías, sin perjuicio de su natural dispersión en muchas otras clasificaciones, prácticamente infinitas.

El tonto
Nada hay peor que discutir con un tonto. Es una batalla en la que sabes de antemano que la sangre derramada será la tuya. Lo más sensato, cuando se trata de intentar debatir con un idiota, es no hacerlo jamás. Darle la razón y dejarlo a un lado con sus estupideces. El problema es que en ocasiones existen intereses comunes cuyo éxito depende de convencer al tonto de que está equivocado y no queda más remedio que embarrarse. El esfuerzo, no obstante, es completamente inútil. Tus mejores argumentos, tus conclusiones más elaboradas, sonarán en su cabeza como una radio mal sintonizada. El tonto no entiende de razones objetivas. Él tiene otra opinión y punto. No hay nada que hacer. Sin embargo, sus eternos razonamientos, que son todos el mismo bajo ilimitadas formas distintas, te van minando poco a poco hasta la más absoluta desesperación. Es como chocar contra un muro una y otra vez hasta que comprendes la inabordable rigidez de su postura y terminas dando por bueno el uso de sus propias armas, consintiendo la huida hacia el absurdo y negociando en términos incomprensibles que sólo el tonto maneja con destreza y —en ocasiones así lo parece— cierta astucia. Intentas hablar su idioma. Acaso involuntariamente, renuncias a la lógica con la esperanza de un combate en igualdad de condiciones. Y siempre fracasas.

El creído
Probablemente, no es especialmente listo. Ni especialmente guapo. Ni elegante. Ni simpático. Pero él opina exactamente lo contrario y en cada una de sus intervenciones lo deja manifiestamente claro. Vaya usted a saber por qué.

El egoísta
Tú no le importas. De entre todas las opciones posibles, se elige a sí mismo. La cualidad humana comporta un mecanismo esencial sobre el que se sustenta casi todo el peso de la estructura ética de una determinada sociedad, que es la capacidad para ponerse en lugar del otro. La empatía nos permite comprender la alegría, la desesperación o el sufrimiento ajenos y actuar en consecuencia. Pero el egoísta, por supuesto, no es un psicópata. No necesariamente, al menos. Lo que sucede es que tú se la traes al pairo. Nunca piensa en tus circunstancias, en si necesitarás que te echen una mano o si las cosas te irán bien o mal. No es que al imaginarse en tu situación no piense “si yo estuviese pasando por eso, me gustaría que alguien me ayudase”. Simplemente, no se imagina jamás en tu situación. Si necesita algo de ti, rara vez se pondrá en tu piel para considerar el esfuerzo que tendrás que realizar o para analizar si se está extralimitando. Le da exactamente igual que en ese momento tú estés todavía más jodido que él o que te veas obligado a dejar a un lado tus propias necesidades para atender las suyas. Te lo pide y punto. Porque él lo necesita. Porque lo que necesiten los demás es algo que ni pasa fugazmente por su cabeza.
El más despreciable de todos los egoístas es el desconsiderado. El egoísta común sólo piensa en él. Toda la vida ha sido así, pero eso no significa que sea mal tipo. Sencillamente, no se acuerda de ti. El desconsiderado, sin embargo, es un hijo de perra. Sabe de sobra que está siendo un cerdo, pero eso no le impide comportarse como se comporta. Es el cabrón que no mueve un dedo a pesar de saber que sus insoportables hijos te están dando la tarde en el bar. Es el imbécil que despierta a medio vecindario vociferando en plena calle a las cuatro de la madrugada. Es el capullo que hace que tú llegues tarde porque él ha dejado el coche “un momentito” en doble fila junto al tuyo. No le costaría nada mostrar algo de respeto, pero el pobrecito es retrasado mental.

El cínico
Es un maestro de la hipocresía y, sobre todo, un manipulador. Lo único que le interesa es obtener lo que quiere, y si para conseguirlo hay que trepar un poco, pues se trepa un poco, qué diablos. En ti no ve a un amigo, sino a alguien a quien utilizar. De hecho, sólo eres valioso mientras seas útil. Si en alguna ocasión hace algo por ti o renuncia a usarte en su propio beneficio, es porque sabe que puede obtener algo a cambio o porque teme desperdiciar una oportunidad, respectivamente. Y lo terrible en esos casos es que siempre te hará creer —o al menos lo intentará y su interpretación será asombrosa— que sus actos son desinteresados. La lógica interna de sus afirmaciones suele ir en dirección contraria. Él no llega a una conclusión apoyándose en los argumentos que considera más válidos. El cínico construye todo un razonamiento a partir de la postura que más conviene a sus intereses. Primero afirma y después fabrica su explicación, que será menos elaborada cuanto más inepto sea su interlocutor. Con un breve intercambio de impresiones, el cínico adivina perfectamente el nivel de la persona que tiene delante y dirige la conversación en provecho propio, valiéndose de sofismas y argucias dialécticas que garantizarán el éxito de la operación, convenciéndote de lo razonable de sus ideas, o lo que es peor, de que en realidad tales ideas son tuyas. Él sólo piensa en prosperar, caiga quien caiga. Le da igual lo humillante que para ti resulte sentirte utilizado. Primero está él. Sin embargo, esto no significa que no le preocupe lo que esté pasando por tu cabeza. Le preocupa. Por supuesto que le preocupa. Pero lo hace del mismo modo en que al jugador de ajedrez le preocupa el siguiente movimiento de su contrincante. Él cree que tus actos, sean del talante que sean, esconden siempre un interés personal similar al que impulsa todas y cada una de sus acciones. Porque en su mundo, por increíble que parezca, eso es la normalidad.

El prescindible
No aporta nada.

El mentiroso
Obviamente, dirá que no lo es. Más o menos igual que el resto de mortales. Por supuesto, el desconsiderado suele mentir. También lo hace el cínico. Pero el mentiroso no lo hace para ocultar su condición de hijo de puta o para manipular a sus semejantes. Simplemente, miente. Tal vez para darse algo de pisto, tal vez porque no tenga absolutamente nada interesante que contar. Quién sabe. Como esté más o menos seguro de que nadie entre la concurrencia podría desmontar su testimonio, se lanzará a la piscina. Lugares en los que ha estado, personas a quien ha frecuentado, acontecimientos a los que ha asistido… El tío se inventará todo lo que pueda hasta que el más mínimo descuido derribe su frágil castillo de naipes. En el momento en que el descreído de turno ponga en duda alguno de los ingredientes de su relato —lo cual sucederá antes o después porque el mentiroso siempre termina excediéndose—, emergerán la incoherencia, el balbuceo, el pretexto y la más reveladora de las señales: la indignación fingida. Lo mejor, cuando uno se encuentra con un mentiroso, es dejarle hablar. No conviene ponerle en evidencia, tanto por lo violento de la situación como por lo arriesgado de la faena. La de barbaridades que podría inventarse sobre uno en cuanto le demos la espalda…

El “bienqueda”
Hay que tener cuidado con él. De naturaleza condescendiente, el “bienqueda” pretende agradar a todo el mundo y eso es imposible. Al contrario de lo que se suele decir, de su garganta no saldrán las palabras que quieres escuchar —de eso se encarga el cínico—, sino aquellas que no le comprometan y que al mismo tiempo no contradigan las tuyas. Es decir, nada. Es el perfecto prestidigitador. Si se encuentra en medio de una discusión entre dos amigos, jamás se posicionará. Se dedicará a relativizar los diferentes puntos de vista hasta que de ellos no quede ni la sombra. Difícilmente podrá alguien afirmar que se lleva mal con el “bienqueda” o que ha tenido un encontronazo con él. Y quiero recalcar eso de “difícilmente” porque, como he dicho, agradar a todo el mundo es imposible. Sin embargo, la táctica del “bienqueda” no consiste en quedar bien con todos, sino en quedar bien con todos aquellos con los que sabe que debe quedar bien, que es muy distinto. En cuanto la manada, en su práctica totalidad, decida linchar sin miramientos a alguno de sus miembros, el “bienqueda” se unirá a la marabunta. Porque si todos atacan a uno, es con todos con quien se debe quedar bien. Lo contrario es cosa de héroes.

El pesado
No tiene sentido de la medida. Su virtud, para desgracia de los demás, es la constancia. Da igual qué uso haga de su carácter sofocante. Puede encarnarse en el puntilloso que a todo saca punta, en el aburrido que se empeña en contarte sus aburridas anécdotas en cuanto tiene ocasión, en el bicho raro que siempre habla de lo mismo aunque sólo le interese a él, en el conocido que se cree amigo y no duda en buscar tu compañía una y otra vez, etc. Es inaguantable y lo peor es que normalmente no se da ni cuenta. Poco se puede hacer. Su pesadez le hace invencible.

El inútil
Es la víctima definitiva de la especialización. Sabe hacer muy bien lo único que sabe hacer, pero no sabe hacer nada más. El inútil se ahoga en el trivium y el quadrivium. Más allá de su hábitat, se limitará a observar cómo los demás hacen lo que hacen. No obstante, por mucho que observe, jamás aprende. Se sabe incapaz y ni siquiera lo intenta. Su iniciativa desapareció hace tiempo de la mano de la confianza en sí mismo. “Yo de esto no entiendo” es al mismo tiempo su espadín y su broquel. Lo más recomendable es procurar no tener que contar nunca con él, pero antes o después llegará el temible día en que no quede otro remedio que asignarle una tarea. Y ese día meterá la pata hasta el fondo. El inútil es ese tío que no sabe de mecánica, ni de cocina, ni de electricidad, ni de informática, ni de campismo, ni de fotografía ni de nada de lo que tú puedas necesitar en un momento determinado. Eso sí, su trabajo en el museo lo borda. Pregúntale por Francisco Ribalta. Se tirará horas hablando.

El bruto
Su brutalidad, me temo, es intelectual. Le resbalan la literatura, el cine, la música… Le resultan indiferentes la ciencia y el arte, en general —lo cual, en el caso de la danza, es perfectamente comprensible—. No se puede hablar de nada con él, salvo coches, la fulana que se cepilló el sábado pasado y algún que otro deporte mayoritario. Normalmente no tiene malicia y es bastante inocentón, pero cuesta mantener una charla con él sin que la desesperación por encontrar algún tema de conversación no resulte evidente. Nunca leerá este artículo. Tal vez con razón.

El amargado
Casi siempre está de mal humor y su ánimo se transmite por contagio. Da la impresión de que todo le molesta. Hasta la más insignificante de las cosas es objeto de su crítica. El plan que propones es un coñazo. La opinión de ese tío no vale para nada. Lo que le sucedió a no sé quién es una estupidez. El amargado ya se ha visto incluido en varias de las categorías precedentes y le ha parecido fatal haber sido descrito así. Si hay algo que atesore con cariño es su propio rencor. Se acuerda con precisión matemática de todo lo que le ha parecido mal y no permite que el tiempo o la distancia erosionen ese recuerdo. El número de hombres a su alrededor, a los que les está vedado el indulto, desciende inevitablemente.

El intolerante
No respeta a nadie que sea diferente a él, que por otra parte es único. No sé si detrás de tan odiosa personalidad hay un severo complejo de inferioridad, un absoluto desconocimiento de la realidad o ambas cosas a la vez, pero su comportamiento es inaceptable. El desprecio, la soberbia y el recurso al insulto son sus señas de identidad. Suele creerse en posesión de la verdad y cada una de sus declaraciones es un verdadero juicio. En alguna ocasión he escuchado que lo que en realidad les sucede a las personas intolerantes es que tienen miedo. Desde luego, siendo como son, deberían tenerlo.
Como ya he dicho, todos los hombres —vivos o muertos— pertenecen a una o a varias de estas categorías. Es evidente que también hay personas trabajadoras, caritativas o que padecen mononucleosis, pero cada una de ellas será además tonta, creída, egoísta, desconsiderada, cínica, prescindible, mentirosa, pesada, inútil, bruta, amargada, intolerante o una “bienqueda”. Todo el mundo es así, aunque casi nadie quiera reconocerlo. Sin embargo, no me importa admitir que existe una excepción a esta regla que acaso a algunos podrá parecer levemente arbitraria: el siempre honorable y virtuoso articulista de Jot Down Magazine.

Publicado por Manuel de Lorenzo.

viernes, 7 de septiembre de 2012

Alberto Rojas: Retratar la vida o la muerte

Nadie te previene contra esto. Vas en el Land Cruiser, aire acondicionado, bien desayunado, con tu cámara preparada, tarjeta, micrófono para el vídeo. Haciendo bromas con el conductor y la jefa de este proyecto de Save the Children. Protegido, aún dentro de tu burbuja algodonosa. Ves el Sahel ocre, los baobabs, hombres y mujeres solitarios, camino a ninguna parte. Como una película a través del cristal. Hora y media después el coche se detiene en una mísera aldea. Entras en el dispensario, ya con la camiseta pegada al cuerpo del sudor, y entonces lo ves: ahí están en sus camas, casi sin moverse, decenas de niños que ya no son niños porque sólo tienen piel y hueso. El médico responsable del lugar te habla, escuchas también, como si fueran las aspas de un helicóptero, los ventiladores del techo moviendo el aire que arde. Pero en realidad ni oyes nada ni ves nada, porque has quedado golpeado por una imagen que has visto miles de veces en fotos y en la pantalla de televisión y creías que no te dolería ver sin filtros. Y no es que te duela, no es eso, es que la imagen te está dejando, en esos momentos, una cicatriz profunda. Y entonces caes en la cuenta de que, cuando vuelvas a tu realidad gracias al billete de vuelta, una parte de ti ya nunca se irá de ese lugar. Ya estás marcado y algo dentro de ti ha cambiado. Has visto niños morir de hambre, la más humillante de las muertes. Podrás montarte luego, a tu vuelta, el rollo que quieras, decir que te sientes bien, que aquello no te afectó, que te hizo mejor persona o te convirtió en un cínico, pero lo que pasó no entiende de circos y de ficciones. Pasó.
Pensaba esto mismo viendo las fotos que tomé aquel día, hace ya algunos meses, en Zinder, sur de Níger, durante la alerta alimentaria que aún persiste. Sobre el terreno coincidí con un fotoperiodista inglés, Jonathan Hyams, veterano de África, un buen tipo. Yo elegí para ilustrar aquel desastre humano una niña llamada Zakia que acababa de llegar atada a la espalda de su madre. No puso ningún problema en contarme su historia. Zakia ya estuvo a punto de morir otras dos veces y eso me sirvió para titular un relato sobre la resistencia. El brazalete indicó que sufría desnutrición severa. Mientras, Jonathan entraba al hospital para fotografiar a otros niños. Y se encontró con Issia. En una cama, Issia era un niño que luchaba por sobrevivir desnutrido y deshidratado, con su piel reseca que se caía con la pintura de un muro de cal. No tardó en morir. Mientras que Zakia comía su primer sobre de crema de cacahuete, que a la larga ha significado su recuperación, las enfermeras tapaban a Issia con la tela más lujosa que jamás llevó en vida y que le valió de mortaja. En aquel lugar, vida y muerte dialogaban a pocos metros de distancia. Jonathan todavía tuvo fuerzas para acompañar a la madre y a su hermana mayor, ya con Issia enterrado, camino de su aldea, cargando con una tristeza infinita.
Por la noche pillamos unas cervezas y hablamos de lo jodido que está el periodismo con la gente de la ONG, que hacen una trabajo impagable. Y de fútbol, y de las relaciones a distancia. Al día siguiente, avioneta y vuelta a casa.
Días después Jonny publicó su reportaje en el Telegraph inglés con el título Lossing Issia. Yo hice lo propio en El Mundo con Las tres muertes de Zakia. Curioso: él me dijo que sus fotos eran demasiado tristes, que no reflejaban del todo la realidad del lugar. “Es cosa de los diarios ingleses, que siempre te piden lo más fuerte”. Yo opino lo mismo de las mías, que la cosa puede que me quedara demasiado alegre, que tampoco refleja, ni podrá reflejar nunca, lo que yo sentí en aquel hospital del demonio en el que fui a cubrir una historia y la historia me cubrió a mí.
Publicado por Alberto Rojas el 23 de agosto de 2012.

jueves, 6 de septiembre de 2012

El semáforo de las flores

Pasan los años y las flores siguen en el lugar donde perdieron la vida Hugo y Gonzalo. Tenían 20 años cuando se estrellaron en moto un día de julio de 1994. Los dos eran hijos únicos. En una ocasión, hace mucho tiempo, vi a la madre de uno de ellos dejar uno de esos ramos en la cuesta del Sagrado Corazón de Madrid. Yo entonces pasaba todos los días por allí y las flores me sacaban, aunque solo fuera por un instante, de la certeza juvenil de que las cosas malas no le podían pasar a uno. Pensaba en el dolor de los que se quedan. Reducía la velocidad.
Ya no paso por el semáforo de las flores, pero la última vez que lo hice había margaritas frescas junto al poste. Pensé que me gustaría decirle a la madre que las renueva que sus flores me hicieron a mí y a otros como yo más cuidadosos en las noches de aquel Madrid temerario. Que todavía hoy habrá motoristas que al pasar por ese lugar reduzcan la velocidad. Y que gracias a ella, a su empeño en mantener vivo el recuerdo, es probable que otra madre no esté poniendo flores a su hijo.

David Jiménez.

miércoles, 5 de septiembre de 2012

lunes, 3 de septiembre de 2012

Cosmo’s Factory. Creedence Clearwater Revival

Creedence Clearwater Revival fue un exitoso grupo norteamericano formado por John Fogerty, cantante, guitarra y composición, Tom Fogerty, guitarra, el bajista Stu Cook y el batería Doug Clifford los cuales estuvieron en activo desde 1968 hasta 1972. Estos dos temas, el segundo es una versión de un conocido tema de Motown, son de su magnifico quinto elepé Cosmo’s Factory editado en 1970