viernes, 8 de enero de 2010

El Panteón

El año 27 a.C. marca un momento trascendental en la historia de la Antigua Roma. Es entonces cuando Octavio Augusto es proclamado princeps civium por el Senado, simbolizando este hecho el final del segundo triunvirato y la restauración de la legalidad republicana. Sin embargo, en la práctica, esta forma de organización política que caracterizó a Roma en los cinco siglos anteriores dejaba de existir, dando inicio a una nueva etapa, el principado. Podemos considerar por tanto que ese año comienza la época imperial, aunque se mantuviera la ficción republicana mediante la conservación de las antiguas magistraturas, la más importante de las cuales (el consulado) fue ocupada aquel año por el propio Octavio y por Marco Agripa, su general más destacado, además de miembro de su misma familia por vía matrimonial.


Pero el año 27 a.C marca también un hito importante en la Historia del Arte, porque fue entonces cuando el mismo Agripa ordenó la construcción en el Campo de Marte de un edificio singular: el Panteón, un templo consagrado (como la misma palabra indica) no a un dios en concreto, sino al conjunto de divinidades romanas que ahora podían gobernar el cosmos en medio de un Imperio pacificado por Augusto. En el fondo, Agripa levantaba el templo como homenaje al propio Octavio y a los dioses protectores de la familia imperial, la gens Julia. Sin embargo, aquel primer edificio no superó el paso del tiempo , de forma que estaba ya prácticamente en ruinas a comienzos del siglo II d.C., en época del emperador Trajano.

Sobre aquellas ruinas se levantó el actual Panteón en época de Adriano, quien no obstante respetó la memoria de Agripa, como da cuenta la inscripción conservada en el frontón del pórtico de entrada: Marco Agripa, hijo de Lucio, en su tercer consulado, lo edificó. Podemos datar la construcción con facilidad gracias a los abundantes ladrillos que llevan estampillados el nombre del emperador, lo que permite fecharla entre los años 118 1 125 d.C.
Este Panteón integra un juego de volúmenes por completo extraño a la arquitectura clásica: la combinación de un pórtico octásilo, al modo habitual, con una cella circular. Como adosar ambos elementos de forma directa resulta, en la práctica, imposible, la solución consistió en un alargamiento en profundidad del pórtico, creando un pronaos mediante dos filas de cuatro columnas que generan un espacio introductorio a modo de naves, siendo la central el doble de ancha que las laterales y con cubierta abovedada, mientras aquéllas lo hacen de manera adintelada.



Tras este extraño pórtico accedemos a la cella de planta circular, que dispone de un muro cilíndrico de seis metros de grosor y con nichos intercalados. Este espesor resulta apropiado para soportar el enorme peso que recibe, el de una enorme cúpula semiesférica que alcanza los 43,4 metros de altura, exactamente los mismos que mide el diámetro de la capilla. Por lo demás, la cúpula, en opus caementicium, se decora con casetones cuadrangulares y se remata en su punto superior con un inmenso óculo de casi nueve metros de diámetro


De este modo, unos cien años después de que se erigiese el primer panteón, conmemorando el surgimiento del imperio romano, un arquitecto anónimo (que algunos identifican con Apolodoro de Damasco, el gran proyectista de Trajano) levantó otro semejante y dejó para la posteridad toda una lección magistral de la combinación de volúmenes, del juego de proporciones (en este caso basadas en exactos cálculos matemáticos) y de la búsqueda del equilibrio, imprescindible para conseguir que una cúpula de tan enormes dimensiones no se viniese abajo. Quizás por fuera el edificio no aparente la belleza producto de esa lección arquitectónica pero, si pasamos al interior, el logro queda evidenciado a primera vista. Mucho tiempo después el propio Miguel Ángel calificaba este Panteón como obra hecha por ángeles, no por humanos. Tenía razón, aunque ya sabemos que los ángeles no existen.

2 comentarios:

Anónimo dijo...
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Anónimo dijo...
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