sábado, 28 de agosto de 2010

Cristo crucificado. Velázquez



Cristo crucificado [Velázquez]Hacia 1631-1632, óleo sobre lienzo, 248 x 169 cm [P1167].La figura de Cristo, frontal, con la cabeza inclinada, crucificado con cuatro clavos, destaca sobre un fondo verdoso oscuro como una tela de altar, sobre la cual se advierte la sombra que proyecta el cuerpo, sin alusión alguna al paisaje del Gólgota, como si se tratase más bien de una escultura, que paradójicamente produce la impresión de un cuerpo real, vivo o recién muerto, sereno y de una belleza delicada. Velázquez ha rehuido tanto la grandiosidad hercúlea al modo miguelangelesco, que usaron tantos otros artistas, como la acumulación dramática de sangre y magulladuras de otros o de la tradición gótica. Solo se advierten unos tenues hilillos de sangre, que manan de manos y pies y resbalan por la madera de la cruz, la del costado apenas sugerida y la de la corona de espinas que salpica de toques muy ligeros la frente, la boca y la parte superior del pecho. La representación del Crucificado, con cuatro clavos en lugar de los tres de la forma más usual, responde a la influencia que hubo de recibir de su suegro y maestro, Pacheco, que la había escogido y defendido en varias ocasiones, aduciendo en su favor una estampa rara de Durero que lo presentaba así. Velázquez, en esta imagen inolvidable, y Zurbarán y Cano en algunas de sus versiones del tema, también recogieron esas indicaciones, pero sin duda es el lienzo velazqueño el que traduce con más rigor y belleza las indicaciones de su maestro, interpretadas con un excepcional sentido clásico, logrando un prodigio de serenidad, majestad y humanidad que lo ha convertido en la más conocida y eficaz imagen de devoción española copiada y reproducida mil veces. Incluso ha dado pie a una de las obras poéticas de contenido religioso más intensas del siglo XX: El Cristo de Velázquez, de Unamuno. La pintura, fechable hacia 1630-1635, muy reciente su viaje a Italia, procede de la sacristía del convento de San Plácido de Madrid, y está ligada popularmente a una leyenda que lo vincula al intento sacrílego de seducir Felipe IV a una joven novicia, frustrado por la decisión de la joven de fingirse muerta en su celda con flores y cirios junto a su ataúd. El Cristo sería prueba del arrepentimiento del rey y prenda de su penitencia. Recientemente se ha lanzado la hipótesis de que la obra fuera encargada a Velázquez por el protonotario don Jerónimo de Villanueva, para San Plácido, como acto de desagravio por las injurias que había recibido un crucifijo en casa de unos judíos portugueses en 1630. En el siglo XVIII se conservaba en su lugar, pero en los primeros años del siglo XIX, sin que se sepa exactamente cuándo, pasó a las manos de Godoy, y a su caída fue incautado para, en 1814, ser devuelto a su esposa, la condesa de Chinchón, que anunció su venta en París en 1826. El recién creado Museo Real (el futuro Prado) propuso su adquisición en 30 000 reales. La muerte de la condesa paralizó las gestiones, pero el duque de San Fernando, cuñado de la condesa, a quien ésta había legado una «alhaja» a su elección, escogió el cuadro y lo regaló a Fernando vii, que lo entregó al Museo en 1829. Desde entonces se halla en él y constituye una de sus piezas más populares.
Alfonso E. Pérez Sánchez

Museo Nacional del Prado.

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