domingo, 19 de febrero de 2012

Pío Baroja

" Uno tiene la angustia, la desesperación de no saber qué hacer con la vida, de no tener un plan, de encontrarse perdido. Andrés se inclinaba a creer que el pesimismo de Schopenhauer era una verdad casi matemática. El mundo le parecía una mezcla de manicomio y de hospital; ser inteligente constituía una desgracia, y sólo la felicidad podía venir de la inconsciencia y de la locura"
El árbol de la ciencia



"Un camino en cuesta baja de la ciudadela, pasa por encima del cementerio y atraviesa el portal de Francia. Este camino, en la parte alta, tiene a los lados varias cruces de piedra, que terminan en una ermita, y por la parte baja, después de entrar en la ciudadm se convierte en calle. A la izquierda del camino, antes de la muralla, había hace años un caserío viejo, medio derruidom con el tejado terrero lleno de pedruscos y la piedra arenisca de sus paredes desgastada por la acción de la humedad y del aire. En el frente de la decrépita y pobre casa, un agujero indicaba dónde estuvo en otro tiempo el escudo, y debajo de él se adivinaban, más bien que se leían, varias letras que componían una frase latina: Post funera virtus vivit.


En este caserío nació y pasó los primero años de su infancia Martín Zalacaín de Urbía, el que, más tarde había de ser llamado Zalacaín el Aventurero; en este caserío soñó sus primeras aventuras y rompió los primeros pantalones"
Zalacaín el aventurero, Pío Baroja

Debe ser grande el asombro de esos hombres discretos, previsores y sensatos al ver a muchos que, sin preocuparse gran cosa por las revueltas del camino, van llevados en alas de la suerte por iguales derroteros que ellos, y que tienen, ¡los insensatos!, además de la satisfacción de conseguir un fin, cuando lo consiguen, el placer de mirar a un lado y a otro de su ruta y de ver cómo sale el sol y se pone el sol, y cómo brotan las estrellas en el cielo de las noches serenas. La preocupación por conseguir un fin nos intranquiliza a todos los hombres, aun a los más desaprensivos, aun a los más indolentes, y yo, por mi parte, hubiera deseado vivir todavía más en cada hora, en cada minuto, sin la nostalgia del pasado ni la ansiedad por el porvenir. Este deseo es consecuencia de mi fondo de epicureísmo y de la decantada indolencia que tanto me han reprochado, y que, sin duda, desarrolla y exagera la vida del marino. Realmente el mar nos aniquila y nos consume, agota nuestra fantasía y nuestra voluntad. Su infinita monotonía, sus infinitos caminos, su soledad inmensa nos arrastra a la contemplación. Esas olas verdes, mansas, esas espumas blanquecinas donde se mece nuestra pupila, van como rozando nuestra alma, desgastando nuestra personalidad, hasta hacerla puramente contemplativa, hasta identificarla con la Naturaleza. Queremos comprender al mar, y no le comprendemos; queremos hallarle una razón, y no se la hallamos. Es un monstruo, una esfinge incomprensible; muerto es el laboratorio de la vida, inerte es la representación de la constante inquietud. Muchas veces sospechamos si habrá en él escondido algo como una lección; en momentos se figura uno haber descifrado su misterio; en otros, se nos escapa su enseñanza y se pierde en el reflejo de las olas y en el silbido del viento. "
Las inquietudes de Shanti Andía

A oscuras anduvieron el Bizco y Manuel de un lado a otro, explorando los huecos de la Montaña, hasta que una línea de luz que brotaba de una rendija de la tierra les indicó una de las cuevas. Se acercaron al agujero; salía del interior un murmullo interrumpido de voces roncas. A la claridad vacilante de una bujía, sujeta en el suelo entre dos piedras, más de una docena de golfos, sentados unos, otros de rodillas, formaban un corro jugando a las cartas. En los rincones se esbozaban vagas siluetas de hombres tendidos en la cama. Un vaho pestilente se exhalaba del interior del agujero....Manuel pensó haber visto algo parecido en la pesadilla de una fiebre.
(...)
Era la Corrala un microcosmos, se decía que puestos en hilera los vecinos llegarían desde el arroyo de Embajadores a la plaza del Progreso; allí había hombres que lo eran todo y que no eran nada: medio sabios, medio herreros, medio carpinteros, medio albañiles, medio comerciantes y medio ladrones.
(...)
Era, en general, toda la gente que allí habitaba gente descentrada, que vivía en el continuo aplanamiento producido por la eterna o irremediable miseria; muchos cambiaban de oficio, como un reptil de piel; otros no lo tenían; algunos peones de carpintero, de albañil, a consecuencia de su falta de iniciativa, de comprensión y de habilidad, no podían pasar de peones, había también gitanos, esquiladores de mulas y de perros, y no faltaban cargadores, barberos ambulantes y saltimbanquis. "

La Busca

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