martes, 18 de noviembre de 2008

El violonchelista de Sarajevo







'El violonchelista de Sarajevo'
Steven Galloway
EL ALEPH EDITORES
Un día, un obús cae sobre la cola que hay formada frente a una panadería y mata a veintidós personas, mientras el violonchelista lo ve todo desde su piso. Se hace la promesa de sentarse en el cráter que ha dejado el mortero y tocar el Adagio de Albinoni una vez al día, y un día por cada una de las víctimas. El Adagio había sido recompuesto a partir de un fragmento de la última partitura que sobrevivió al bombardeo de la biblioteca de música de Dresden, pero el hecho de que haya sido transformado por otro compositor en algo nuevo y valioso insufla esperanza al violonchelista.
Mientras tanto, Kenan se arma de valor para emprender su caminata semanal por las peligrosas calles en busca de agua para su familia, que vive en el otro extremo de la ciudad.Y Dragan, un hombre al que Kenan no conoce, intenta llegar al lugar donde trafica con comida y sabe que conseguirá protección. Ambos están prácticamente paralizados por el miedo, sin saber a qué punto de los puentes y las calles que deben cruzar irá a parar la próxima bala, sin querer hablar con sus antiguos amigos de cómo era la vida antes de que las divisiones se multiplicasen en su ciudad.También está Flecha, el pseudónimo de una diestra francotiradora a quien se le pide proteger al violonchelista de otro francotirador oculto que tiene intención de matarle mientras toca su homenaje a las víctimas.
En esta hermosa e inolvidable novela, Steven Galloway ha efectuado un extraordinario e imaginativo salto para dar vida a una historia que habla poderosamente de la dignidad y la peligrosidad del espíritu humano cuando se encuentra bajo una coacción extrema.
El violonchelista
Descendía envuelto en un alarido, rasgando el aire y el cielo sin esfuerzo. El blanco aumentó de tamaño, cada vez mejor enfocado por el tiempo y la velocidad. Hubo un último instante antes del impacto en que las cosas aún fueron como habían sido. Luego, el mundo visible explotó.
En 1945, un musicólogo italiano encontró cuatro compases de una partitura para contrabajo, la partitura de una sonata, en los restos de la biblioteca de música de Dresden, arrasada con bombas incendiarias. Creyó que esas notas eran obra del compositor veneciano del siglo xvii Tomaso Albinoni, y dedicó los siguientes doce años a componer una pieza más larga a partir de aquel fragmento manuscrito y abrasado. La composición resultante, conocida como el Adagio de Albinoni, apenas guarda parecido con la mayor parte de la obra del compositor y muchos eruditos la consideran fraudulenta. No obstante, incluso aquellos que dudan de su autenticidad carecen de argumentos para rebatir su belleza.
Casi medio siglo después, es esta contradicción lo que atrae al violonchelista. Que algo pudiera haber estado a punto de dejar de existir en el paisaje de una ciudad en ruinas y que después fuese reconstruido en otro algo nuevo y valioso le insufla esperanza. Una esperanza que, ahora, es una de las pocas cosas que les quedan a los ciudadanos de un Sarajevo sitiado, cosas que, para muchos de ellos, disminuyen con cada día que pasa.
Y así, hoy, como todos los días en la memoria reciente, el violonchelista se sienta junto a la ventana de su apartamento, en la segunda planta del edificio, y toca hasta que siente que la esperanza regresa. Raramente toca el Adagio. La mayoría de los días consigue sentir que la música le rejuvenece con la misma facilidad como si estuviese repostando gasolina con el coche. Pero otros no ocurre lo mismo. Si, tras varias horas, ve que la esperanza no regresa, hace una pausa para recomponerse, y luego él y su violonchelo rescatan pacientes el Adagio de Albinoni del arrasado museo de Dresden y lo trasladan a las calles de Sarajevo, horadadas por el mortero e infestadas de francotiradores. Para cuando las últimas notas se desvanecen, su esperanza está ya restablecida, pero cada vez le resulta más arduo recurrir al Adagio, aunque se vea obligado a hacerlo, porque sabe que su efecto es finito. Sólo queda una cantidad concreta de adagios en él, y no comentará la imprudencia de malgastar esta valiosa moneda de cambio

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