miércoles, 4 de noviembre de 2009

Francisco Ayala


Por CAROLYN RICHMOND


Una anécdota final. Poco he hablado aquí de mí misma y de nuestra larga e intensa relación. Se me ocurre ahora contar, por último, un incidente quizá bastante revelador. A mi regreso, allá en el año 1993, tras una estancia en Nueva York, me reservaba Ayala una sorpresa: durante mi ausencia había escrito él un cuento que enseguida -apenas me hube quitado el abrigo- se apresuró a leerme. Titulado No me quieras tanto, empezaba así: "Harto ya, él desapareció un buen día sin decirle ni adiós. Eran varias las veces que antes de entonces le había dicho adiós; pero, como también él la quería mucho, terminaba volviendo de nuevo al seno de la amada...". Seguía leyendo él, con esa voz suya un poco apagada; pero, disuelta yo en lágrimas, apenas le oí. De este modo, me decía a mí misma, me pone sobre aviso el hombre a quien, en efecto, tantísimo quiero... Tan auténticas me parecían esas palabras que tardaría un largo rato en darme cuenta de que no se trataba ahí de nosotros dos, sino de la definitiva huida de un hombre imaginario abrumado por su posesiva amante, la cual debería consolarse luego con la compañía de "un perrito precioso".

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