lunes, 13 de diciembre de 2010

El pintor de batallas. Arturo Pérez-Reverte


Los hombres, señor Faulques, somos animales carniceros. Nuestra inventiva para crear horror no tiene límites. Usted tiene que saberlo. Toda una vida fotografiando maldades enseña algo, supongo.

Por muy intenso que sea, hay un momento en que el dolor deja de actuar en nosotros.

Los hombres antiguos miraban el mismo paisaje durante toda su vida, o mucho tiempo. Hasta el viajero lo hacía, pues todo camino era largo. Eso obligaba a pensar sobre el camino mismo. Ahora, sin embargo, todo es rápido. Autopistas, trenes...Hasta la televisión nos muestra varios paisajes en pocos segundos. No hay tiempo para reflexionar sobre nada.

Hay quien llama a eso incertidumbre del territorio.
También, comprobó Faulques, era una mujer que no pasaba inadvertida aunque se empeñara en ello: los hombres le cedían el paso en las puertas o le abrían las portezuelas de los automóviles, los camareros acudían con sólo mirarlos, los maïtres de los restaurantes le resevaban la mejro mesa disponible y los gerentes de hotel la habitación con las más espléndidas vistas. Ella correspondía a todo con aquella pecualiar sonrisa suya, irónica y afectuosa al mism tiempo, con el humor vivo y culto de sus observaciones, con la facultad inatogable de poenrse, sin abdicar de nada, a la altura de cualquier interlocutor. Hasta las propinas en restaurantes y hoteles las deslizaba como quien comparte una broma en voz baha. Y cuando reía a carcajadas -lo hacía como un muchacho travieso y cómplice- cualquier hombre se habría dejado matar por ella o por su risa. Era muy buena para todo eso. Las personas educadas, decía, seducimos a los demás con algo muy simple: hablamos siempre de aquello que les interesa.


Poseía la seguridad perfecta que sólo ciertas mujeres tienen cuando el mundo es su excitante campo de batalla, y los hombres un complemento útil.

Él supo de golpe, con la precisión fugaz de una fotografía percibida en un instante, que ella era lo único que no podría olvidar nunca.

La comprensión, incluso el esfuerzo por comprender, nos salva.
Aunque no lo parezca, hay orden en el caos.

Las flores siguen creciendo impasibles y seguras de sí, dijo ella una vez. Los frágiles somos nosotros.
Era capaz de convencer sin palabras a cualquiera, con sólo una de sus elegantes sonrisas.
Cerraba algunas puertas, pero abrá otras con su talento especial para despertar el instinto de protección, la admiración y la vanidad de los hombres.

De ese modo supo que no envejecerían juntos, y que ella viajaría hasta otros lugares y otros brazos. El hombre, recordaba haberle oído decir alguna vez, cree ser el amante de una mujer, cuando en realidad sólo es su testigo. Aritmós kinesios. Entonces Faulques tuvo miedo de regresar a la soledad que acechaba en las palabras antes y después, pero tuvo más miedo de que ella sobreviviera a esa última guerra.
En los últimos días la había sorprendido varias veces mirándolo de aquel modo, a hurtadillas primero, francamente después, cual si pretendiera grabarse en la memoria cuanto a él se refería, todas las imágenes de aquella etapa de una largo y extraño viaje que se hallara a punto de terminar. Un viaje del que ella tuviese el pasaje de vuelta en el bolsillo. Faulques caminaba con una sensación de tristeza y de frío infinitos.
El pintor de batallas.
Arturo Pérez Reverte

2 comentarios:

Anónimo dijo...

:) Veo que continuas leendo Reverte. Pues claro, el chefe!!
De cuando en cuando entro nel foro, pero ahora ya non tengo mucho para decir, en todo caso me animo bastante leendo sus lebros como siempre.
Se non te "veo" antes de Navidad ya sabes: una feliz noche y un año nuevo bastante mejor que este que finda ahora mismo. Lo deseo tb para R.
Un abrazo desde aquí.

A.

Anónimo dijo...

Obrigado, A. ;)

Me ha gustado este fragmento.

Un beso

R.