sábado, 21 de mayo de 2011

Mis intenciones electorales. Félix de Azúa.

La célebre sentencia latina "Todas hieren, la última mata", aplicado a nuestro sistema de representación vendría a decir que si bien todos los días ponen de manifiesto la increíble estolidez de nuestra clase dirigente, el periodo electoral puede hundirnos en la desesperación. Mucha prudencia, por lo tanto.

El desplome de nuestra esperanza nace de ese sentimiento, digno y espontáneo en cualquier persona decente, que es la culpabilidad. Tendemos a pensar que los pigmeos que se pavonean en parlamentos, diputaciones y ayuntamientos no son sino lo que nos merecemos, el exacto retrato de la así llamada "sociedad española". Hay que sortear el masoquismo. La verdad es que no es cierto. Podrían ser aún peores.

La democracia española no es como la europea en la que hay que demostrar una cierta capacidad para acceder a puestos de responsabilidad. He repetido hasta la nausea que la nuestra es una democracia latinoamericana, un sistema montado a trancas y barrancas que sólo busca el beneficio de los sindicatos políticos (también llamados "partidos") y no el de la población, con el fin de que los en verdad poderosos hagan cuanto les venga en gana. La tercermundista historia de las Cajas de Ahorro da una idea de cómo funciona el tinglado.

Italia también se nos asemeja, pero con una diferencia: los italianos han aprendido a desenvolverse sin sus políticos. Les han entregado una considerable parte de la riqueza nacional para que roben hasta hartarse, pero con la condición de que no estorben. La popularidad de un rufián como Berlusconi es transparente: le seguirán eligiendo porque es el menos totalitario del arco, el que menos interviene en sus vidas, el payaso. No puede dar lecciones de moralidad y esa es una gran ventaja.

En España aún no hemos aprendido a prescindir de nuestros políticos, todos ellos de un moralismo episcopal, es decir, farisaico. El periodismo nacional prefiere llenar páginas, horas y pantallas con las trivialidades que les dicta cada oficina de propaganda, antes que intentar informar de algo, de manera que los futbolistas y los políticos, junto con las hembras del fornicio, son lo que más abunda en nuestra vida cotidiana. Hemos de aprender a borrarlos de nuestra existencia.

Por ejemplo, en las próximas elecciones no me cabe la menor duda de que hay que votar aquello que más irrite a los políticos que han estado mangoneando en cada zona del país. Estaría bien el voto en blanco si no fuera porque luego se suma al partido más votado, de modo que es un regalo. El voto nulo o la abstención me parecen perfectamente justificados, pero aún mejor es votar aquello que amenace sus nóminas y que es cambiante según las regiones, las ciudades y los pueblos.

Días atrás vi a una señora mayor que estaba feliz porque había logrado que le dieran una rebaja laboral para atender a su nieta. Al parecer era un derecho que le correspondía, pero ningún funcionario se lo había dicho. Muerta su hija trágicamente hacía poco, resulta que podía heredar ese mínimo alivio para cuidar de la huérfana. Absolutamente nadie sabía que ese privilegio está en el ordenamiento laboral. Todos sabemos, sin embargo, que la Junta de Andalucía subvenciona cursos sobre sexualidad cuyos libros de texto son revistas pornográficas. Los textos.

Abajo he colgado un SOS de otra gente que lo está pasando mal y nadie se ocupa de ellos porque sus enfermedades no tienen ficha en los kafkianos archivos de la burocracia catalana. Lo sé de buena tinta porque me lo ha enviado una amiga que padece una de esas enfermedades y ha heredado de su padre, que fue mi maestro, una infrecuente entereza moral. Es de esa estirpe que nunca pide ayudas, sino que exige lo suyo, lo que se le debe. Y encima no da las gracias. Gran persona.

Todos sabemos que el gobierno catalán se está cargando la sanidad pública, así que es el momento de exigirle que se abstenga de hundirla aún más. Ya tendrán años para amenazar, insultar, multar, corromper, mentir, ocultar, robar, chantajear, viajar en primera, pero sobre todo comer, comer y comer antes y después del partido de fútbol y durante y entretanto.

Pues ahora que trabajen un poco y por lo menos se vean obligados a leer la carta de estos 250.000 enfermos que no tienen más poder que su tenacidad y su voto.

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