


Inaugurada en el año 2012, se trata de uno de los accesos a los Barrios Españoles (Quartieri Spagnoli), el distrito más popular, donde se condensa la más auténtica esencia napolitana: la ropa tendida, las calles laberínticas, las motorinos que se cruzan anárquicas… todo muy al estilo neorrealista, como una película de los años 50.
Bajo tierra, sin embargo, todo cambia de repente. Nada de ruido, nada de caos y, a cambio, todo un torrente de ingenio, toda una explosión de arte. Empezando por la salida Montecalvario, con un inmenso cráter que conecta el nivel de la calle con el hall que da paso a las profundidades. Aquí, iluminado con luz natural que se vierte desde la claraboya, el transeúnte se encuentra con un paisaje marino compuesto por miles de mosaicos de Bisazza que revisten las paredes en una degradación de azules. Un diseño que tiene autoría española: la del arquitecto Oscar Tusquets Blanca,
que lo ideó como una representación del movimiento del mar, con el que
dieron las excavaciones al perforar la tierra. Y que, además, queda
perfectamente integrado con los restos de una muralla del periodo aragonés que también fueron encontrados en las entrañas.
Pero si descender por las escaleras mecánicas como quien desciende al
fondo de los océanos es una experiencia onírica, igual de gratificante
resulta acceder al metro por su segunda entrada. Aquí encontramos Engiadina, un gigantesco panel de cerámica de Francesco Clemente, y pocos pasos más adelante la colorida obra El Vuelo, del matrimonio formado por Ilya y Emilia Kabakov.
Noelia Ferrerio. El Periódico de Catalunya.
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