domingo, 10 de octubre de 2010

Parejas que se alejan en el metro. Ramón Lobo


El Metro es un gran puesto de observación. La gente lee, dormita o bobea; yo me atolondro y me entretengo a imaginarme las vidas ajenas. Ayer entró una pareja, parecían andinos. Él, alto, atractivo pero con acné, camiseta blanca y pantalón vaquero; ella, guapa, ojos rasgados, piel tersa y tostada, menuda y cazadora azul claro. Él se lanzó sobre el único asiento libre de un grupo de cuatro. Después le invitó a sentarse enfrente, algo ladeada en otro que había quedado libre. Ella encontró dos plazas al fondo. Se acomodó en una y le llamó con los ojos. El chico optó por enrocarse y no abandonar su conquista más reciente. ¡Idiota! Debió de pensar que una concesión en asunto tan grave y transcendente era una muestra de debilidad que no se podía permitir. Ella lo miró con dureza, decepcionada, y cerró los ojos, para no discutir sin palabras. En la cabeza del chico había bullicio. Un debate. La buscó varias veces con la mirada pero sin ceder en su pose pese a que el asiento seguía libre. Ella, abismada debía de estar buscando en su memoria alguna pareja ideal que fuese capaz de comportarse como un hombre. No sé nada de ellos. Ni sus nombres ni su historia pero sí que a ella no le conviene un tipo que descarrila en matices tan nimios. Si uno hace un mundo de una simple concesión bajotierra, qué será capaz a plena luz o, peor, entre cuatro paredes con la autoridad intacta del machoman y una vaga idea de que la impunidad sigue entre nosotros.

Un país que hace semihuelga cuando le pisan las pelotas, y más que le pisarán, es una sociedad que está preparada para cualquier cobardía, para mirar al otro lado ante todo atropello. Ya lo hicieron otros en Alemania, Italia, Chile, Argentina y esta misma España desmemoriada repleta de nuevos ricos.

Cada vez me tienta más la idea de ser extranjero, como proponía Italo Calvino; un estado perfecto: extranjero de mente. Ya he dado algunos pasos. Ahora solo espero ofertas, una buena nacionalidad que me cautive.

Ramón Lobo, 1 de octubre de 2010

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