martes, 2 de noviembre de 2010

Ayala le invita a un whisky


Al caer la tarde, Francisco Ayala te invitaba a un whisky y conversaba. De la experiencia, de la realidad, del futuro. A veces hablaba de los poetas que conoció (Machado, Lorca, Juan Ramón); a veces de los políticos o de los filósofos, como Azaña, Negrín u Ortega y Gassett. De todos ellos habla en los diversos libros en los que recogió sus memorias. Ayer, al presentar Autobiografía(s) (Círculo de Lectores-Galaxia Gutenberg), el prologuista de este volumen, Luis García Montero, dijo que el lector que se acercara a estos textos puede sentirse como aquellos amigos a los que Ayala invitaba a whisky al caer la tarde.

Mañana hace un año que murió Ayala, de 103 años. Y hasta el final, prácticamente, mantuvo aquel rito: conversación, literatura, amistad, whisky. Un día dijo de él Caballero Bonald que, al caer la noche, Ayala cenaba un whisky y dos manzanas; hasta que decidió empezar a tomar dos whiskies y una manzana. Leyendas antes las que Ayala sonreía.

Ayala también invitaba a whisky a mediodía, por cierto; pero este mediodía los periodistas que nos congregamos en torno a esta obra que se suma a sus obras completas, a Luis García Montero y a la viuda de Ayala, la profesora Carolyn Richmond, dispusimos de canapés, dulces y agua. García Montero había dicho que Ayala prevenía a los camareros, en los bares, contra el abuso del agua. No había que contaminar el whisky, había que tomarla con moderación. Pero a la hora de las metáforas prefería el agua al whisky, sin duda.

En ello, en el agua y sus metáforas, centró Carolyn Richmond la evocación de su marido, a la luz de este conjunto de memorias. Gran parte de su memoria parte de aquellos versos elegíacos de Jorge Manrique; y de ríos, mares my océanos hizo Ayala su memoria activa o contemplativa. Fue feliz en el Danubio, en los islotes de Suecia, en los grandes ríos de América, en el Nilo... Su memoria, que aquí está de arriba abajo, desde la niñez a la madurez y a la extrema madurez, tiene que ver con el porvenir creciente (o decreciente) de esos hermosos versos en los que Jorge Manrique basó su contemplación de la vida; la de Ayala fue una metáfora del viaje, de ese viaje desde la niñez a la madurez, que en su caso halló en el camino numerosas felicidades y otro gran número de contrariedades, como la guerra. "Muchas veces, a lo largo de nuestros 35 años de vida en común, se detuvo a contemplar los ríos conmigo", dijo Carolyn Richmond. El devenir del agua tenía para él el componente poético que alimenta su escritura.

Ayala se jactaba, dijo también Richmond, de tener mala memoria, "pero tenía una memoria extraordinaria". Tanto García Montero, que ha prologado esta obra, y que fue el comisario del centenario de Ayala, como la propia Carolyn, que dirige las obras completas en curso (aún quedan tres tomos por salir; se han publicado otros cuatro) desmintieron al autor de Recuerdos y olvidos: aquí está Ayala completo, en la magnitud realmente impresionante de la capacidad que el escritor tenía para hacer memoria. Desde los detalles que adornaron su infancia en el jardín de la casa granadina hasta los recuerdos que le inspiraron sus años de exilio, en los que coincidió con los españoles de la diáspora, pero también con personajes como Jorge Luis Borges o Julio Cortázar, esta Autobiuografía (s) que sale ahora reivindica a un Ayala diverso cuyo sustento proustiano fue el agua incesante de la memoria.

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