lunes, 28 de mayo de 2012

Los ojos de la guera. David Jiménez

Viajando por la frontera entre Tailandia y Burma me encontré una de las historias más duras de los últimos años. Ciegos y mutilados, guerrilleros del Ejército Karen viven abandonados en el campo de refugiados de Mae La. Comparten una única silla de ruedas y su única posibilidad de salir adelante es aprender un oficio como campesinos. Pero el programa que les estaba ayudando se ha quedado sin fondos y el refugio podría cerrar en cualquier momento. Os agradecería que compartierais su historia, para ayudar a conseguir la ayuda que mantendría el centro de veteranos abierto. 

Lo último que Maung Pu vio antes de quedarse ciego fue el destello de la guerra. Era 2009, apenas llevaba unos meses alistado y su unidad se encontraba cercada por minas en las junglas birmanas de la región Karen. "Intenté desactivar una de ellas, pero algo salió mal", dice el soldado al recordar el momento de la detonación. Perdió los dos brazos. La vista en ambos ojos. Maung Pu es hoy, con 22 años, el más joven de los 16 ex guerrilleros que malviven en una choza de bambú en el campo de refugiados de Mae La, en el lado tailandés de la frontera con Birmania.
Klo Say, un guerrillero de 44 años perdió la vista y una pierna en 1998. | D. J.
Klo Say, un guerrillero de 44 años perdió la vista y una pierna en 1998. | D. J.


Todos quedaron ciegos en el frente y la mayoría sufrieron la amputación de una o varias extremidades. Los más afortunados cuentan con improvisados bastones de guía que, acoplados a sus muñones, hacen a la vez de prótesis. La única silla de ruedas disponible es utilizada por turnos. "Nuestra situación es desesperada", asegura Winner, coordinador del centro de veteranos Care Villa. "Desde abril nos hemos quedado sin fondos".

Una vez considerados héroes por su lucha por la independencia del pueblo Karen, los heridos viven en el abandono tras haber dejado de ser útiles en el conflicto armado más largo del mundo, la guerra que desde hace seis décadas enfrenta a la guerrilla de esta etnia cristiana y al Gobierno birmano. No reciben pensión alguna y dependen de la caridad para sobrevivir. Lo único que les mantiene en pie es un pacto no escrito, sellado entre camaradas de armas y resumido por Maung Pu con dos palabras: "No rendirse".

"Es difícil encontrar a gente que necesite más ayuda y que, sin embargo, reciba menos"
Los veteranos han formado un coro de música, estudian inglés y se han unido a un innovador programa que trata de enseñarles el oficio de los campesinos que antaño solían ocultarles de los soldados birmanos, ofreciéndoles el rancho para continuar la lucha un día más. Los que mantienen la movilidad reciben cursos sobre cómo cosechar el arroz, pescar y cuidar de los animales. "Pienso en mis dos hijos (4 y 7 años) y saco fuerzas para aprender. Quiero que vean que su padre es capaz de mantenerles", asegura Saw Moo, un invidente de 33 años.

Los intentos de transformar a soldados que no han conocido más que la guerra en labradores han adquirido urgencia ante la perspectiva de la paz. La firma de un alto el fuego el pasado mes de enero y las conversaciones con el nuevo Gobierno aperturista de Birmania podrían suponer el regreso a casa de los 150.000 refugiados Karen hacinados en campos junto a la frontera. Guerrilleros ciegos como Klo Say admiten que esa posibilidad les provoca mayor temor de lo que solía hacer una emboscada en la jungla. El antiguo soldado del Ejército de Liberación Nacional Karen, de 44 años, perdió una pierna y las órbitas de los ojos por la explosión de un mortero en 1998. Desde entonces pasa las noches en vela en un camastro de bambú, retorciéndose por los dolores que le provoca la metralla que quedó incrustada en su cuerpo.
"¿Volver a qué?", se pregunta sentado sobre su catre, perdida la determinación que durante décadas llevó a guerrilleros como él a resistir las ofensivas de un Ejército 30 veces mayor. "No podemos ganarnos un sueldo o alimentar a los nuestros. En el campo de refugiados al menos nos dan un plato de arroz". La intención de los voluntarios del Care Villa de ofrecer una alternativa laboral a los veteranos ha chocado con la suspensión de la ayuda que venían recibiendo. Las ONG que trabajan en la zona han empezado a cortar su asistencia, buscando proyectos alternativos dentro de Birmania ahora que el país ha iniciado un proceso de reformas democráticas. La holandesa ZOA, encargada del programa de formación de los ex soldados en la agricultura, ha anunciado que suspenderá progresivamente todas sus actividades. Los intentos de lograr nuevos fondos han fracasado.
El reverendo baptista Simon Saw, que ayudó a fundar el hospicio en 2000, asegura que han pasado a depender de pequeñas donaciones privadas. "Es difícil encontrar a gente que necesite más ayuda y que, sin embargo, reciba menos", lamenta el religioso. En la cercana ciudad de Mae Sot, en la clínica Mae Tao, un cartel pegado a la entrada del taller encargado de fabricar prótesis recuerda por qué el centro que atiende a soldados como Maung Pu sigue siendo necesario. Escritos a mano, junto a su edad y fecha de ingreso, figuran los nombres de los últimos mutilados en la Guerra Más Larga.

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