jueves, 6 de diciembre de 2012

Terra Nostra. Carlos Fuentes


"Mis difuntos son todos los antepasados que recuerdo (muy pocos) y todos los que no puedo recordar (la inmensidad). Soy quien soy gracias a ellos. Pero cito especialmente a mis abuelas. Cuando tenía cuatro años llegué a Washington D.C., asistí a la escuela pública y mis padres me exigieron que cada verano volviera a México y me quedara con mis abuelas para no olvidar el español. Así que les debo a ellas la lengua. Una era de Veracruz, la otra de Sonora -dos extremos de México y dos personalidades muy distintas. La madre de mi padre era alemana, muy estricta y disciplinada. Su marido quedó paralítico y ella abrió una pensión y cada domingo íbamos a las pirámides, lo cual fue algo esencial en mi formación. Era maravillosa, una personalidad severa, y no hacía chistes ni nada por el estilo. La veneraba tanto como a mi otra abuela, que mantuvo a sus tres hijas cuando su marido murió y se hizo profesora de repostería, de la gran repostería mexicana. Su viejo amigo Álvaro Obregón fue presidente de México -cuando era niño llevaba la leche a casa de ella-, y le pidió un puesto en la Secretaría de Educación que dirigía el gran José Vasconcelos. Y así se volvió inspectora de escuelas. Después consiguió marido para cada una de sus tres hijas, pero era un infierno para los yernos, a los que chinchaba y regañaba. Uno de ellos era general y una vez le dijo: "Sólo ha tenido batallas conmigo, general, y las ha perdido todas". Y a los otros les decía "¿No los educaron en su casa?".

Se llevaba muy bien con mi padre, pero era como un pájaro que picoteaba la grandeza de otros hombres. Sin embargo, sus hijas la querían tanto como sus nietos. Era del norte del país, del pueblo minero de Álamos y de Mazatlán, la ciudad del poeta; con miles de recuerdos. Y me hizo leer a Eça de Queirós. Cuando hice la transición de las lecturas infantiles a las de adultos, ella me acompañó y decía que tenía que leer a Eça de Queirós; que era muy importante. Mi otra abuela me daba horrorosos libros para niños, que trataban de muertes y mutilaciones y secuestros. Se titulaban Las tardes en la granja y un anciano que se llamaba Palemón se sentaba con los niños y les contaba aquellas historias horripilantes. Para mí estas fueron dos influencias muy importantes, aparte de muchas otras, pero quería elegir a estas dos. Las abuelas siempre se quedan con uno, después te vas con Faulkner."

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