lunes, 27 de junio de 2011

En ocasiones veo gente viva. Félix de Azúa



En ocasiones veo gente viva

Hay en el centro de la isla de Menorca un túmulo fúnebre que ya casi ha cumplido los tres mil años. Es una nave cerrada de unos cuatro metros de altura construida con bloques ciclópeos. Por una pequeña apertura pueden atisbarse los dos niveles que forman el interior. Lo más emocionante es la cubierta horadada por una decena de agujeros que simulan un firmamento y filtran luz difusa, luz subterránea, sobre los grandes muertos. Cien cuerpos fueron hallados en la primera exploración, todos ellos, se supone, grandes personajes. Me imaginaba yo aquellos constructores coetáneos de Homero en el conjunto sagrado, mirando el firmamento y recordando a sus jefes. Ellos podían recordar a sus jefes.

Antes habíamos estado en Ciudadela, en La Torre de Papel, la librería de Mae, y mientras comentábamos unas obras completas de Thomas Hardy realmente magníficas, recién vendidas por una inglesa que regresaba a Gran Bretaña, entraron diez o doce personas a interesarse por diversos asuntos, incluido el estado actual del mundo. En aquella deliciosa librería que parece haber escapado de una foto victoriana se reúnen las fuerzas realmente vivas de la antigua ciudad británica.

Habíamos conocido a Mae y a otras nueve personas en el taller que dirigen Mariona Fernández, Josep Maria Fontseré y el chef Augusto (cuyos menús deberían aparecer en la página webb) a escasos kilómetros de Mahón, al paso del célebre Camino de Caballos que transita una campiña feraz. Los Talleres Islados, que es como se llaman, comenzaron hace un año y reúnen grupos de trabajo sobre asuntos diversos, a veces una obra literaria (ahora está allí Manuel Vicent), a veces un arte (como la fotografía), a veces un asunto (mitologías mediterráneas) y así sucesivamente. Durante cuatro días te albergas en una muy bella mansión con jardín y dos perros.

No es frecuente, pero a veces te encuentras en uno de esos inesperados oasis donde es fácil reconciliarse con el mundo. Un grupo de personas despiertas y educadas, un espacio irreprochable, unos organizadores competentes y amigables, un lugar como Menorca que sigue siendo una de las islas más bellas y mejor conservadas del Mediterráneo, un labrador y un bóxer que están esperando el recreo para jugar a la pelota.

Cada noche aparecía la luna por entre los altos arcos de la galería e iba creciendo lentamente. Cuando sólo le faltaba un día para completarse, acabó el taller. Una vez de regreso a la ciudad sucia y ruidosa, la luna llena tuvo el detalle de eclipsarse por completo. Ese mismo día las turbas asaltaron el Parlament de Cataluña y pusieron a todos los políticos catalanes en la tesitura de conocer cómo se han sentido hasta hoy sus compañeros perseguidos, es decir, los del PP y Ciutadans, ante la cínica indiferencia del poder catalán.

Había regresado al mundo de los muertos.



Félix de Azúa.

Fotografía de Ciudadela en el día de San Juan.

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