sábado, 12 de junio de 2010

Rebeca


"Anoche soñé que había vuelto a Manderley. En mi sueño me encontraba ante la verja del parque, pero durante algunos momentos no pude entrar. Estaba cerrada la puerta con candado y cadena. En sueños llamé al guarda, pero nadie me contestó ‘ y cuando miré detenidamente a través de los mohosos barrotes de la verja, vi que la caseta estaba abandonada. No humeaba la chimenea, y las ventanucas y sus celosías bostezaban en su abandono. Entonces, como todos los que sueñan, me sentí de repente dotada de una fuerza sobrenatural y atravesé como un espíritu la barrera que me detenía. Serpenteaba el camino ante mí, retorcido y tortuoso como siempre, pero según avanzaba noté que había cambiado; ahora era estrecho y estaba descuidado, no como yo lo había conocido. Al principio me extrañó y no comprendí lo que había cambiado; pero cuando tuve que bajar la cabeza para no tropezar con una rama que cruzaba el camino, me di cuenta de lo ocurrido. La Naturaleza había reconquistado lo que fue suyo y, poquito a poco, con métodos arteros e insidiosos, había ido invadiendo el camino, extendiendo por él sus dedos, largos y tenaces. El bosque, siempre amenazador, incluso en tiempos pasados, había triunfado al fin. Oscura y salvaje, la vegetación llegaba hasta los bordes del camino. Las hayas, de tronco blanco y desnudo, se inclinaban las unas hacia las otras, y entrelazaban sus ramas en un extraño abrazo, formando sobre mi cabeza una bóveda, como nave de iglesia. Vi otros árboles mezclados con las hayas, que no reconocí: robles achaparrados y olmos retorcidos que habían nacido inopinadamente de la tierra silenciosa, junto a plantas y arbustos disformes, de los que tampoco me acordaba. El camino había quedado reducido a sendero, ya sin grava, ahogado de hierbas y musgo. Abundaban en los árboles las ramas bajas que estorbaban el paso; las retorcidas raíces parecían dedos de esqueletos. Aislados entre la maleza pude reconocer algunos macizos, que en nuestros tiempos resaltaban graciosos y cuidados, como aquel de hortensias, de tallos elegantes, cuyas azuladas flores llegaron a adquirir cierto renombre. Nadie las cultivaba ya y se habían vuelto silvestres, creciendo desmesuradas, incapaces de florecer, negruzcas, feas, como los anónimos parásitos que junto a ellas crecían. "

Inicio de la novela de Daphne du Maurier.



Basada en este libro Alfred Hitchcock dirige en el año 1940 la pélícula del mismo nombre por el que recibió dos Oscar.

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