miércoles, 27 de julio de 2011

Riña de gatos. Eduardo Mendoza



  • Los españoles tienen un oído fino para las conversaciones que no les conciernen y ningún reparo en interrumpirlas para exponer su opinión, que cada cual da no sólo por buen, sino por definitiva. De modo que a los pocos minutos se había formado un sonoro y sentencioso debate en el que varios parroquianos se disputaban la atención del forastero para ofrecerle su irrefutable diagnóstico sobre los males de España y su sencilla solución.


  • Había llegado a Neptuno cuando arreció la lluvia. No sabiendo dónde refugiarse, ganó en dos zancadas las escaleras del Museo del Prado y se dirigió a la taquilla. Dado lo temprano de la hora y la escasez de visitantes, la taquillera lo reconoció y, con una amabilidad que en medio de su desamparo le resultó conmovedora, le dejó pasar sin pedirle una credencial que también le había sido robada. Ya bajo techo, y todavía irresoluto sobre el camino a seguir, dejó que sus pasos le llevaran una vez más a la sala de Velázquez. Iba a ver Las hilanderas, pero al pasar por delante de Menipo se detuvo en seco, conminado por la mirada de aquel personaje, mitad filósofo, mitad granuja. Siempre le había parecido extraña la elección del asunto por parte de Velázquez. En 1640 Velázquez pintó dos retratos, Menipo y Esopo, destinados competir en el favor del rey con dos retratos muy parecido de Pedo Pablo Rubens, a la sazón en Madrid. Rubens pintó a Demócrito y a Heráclito, dos filósofos griegos de fama universal. Por el contrario, Velázquez eligió dos personajes de escasa relevancia, uno de ellos casi desconocido. Esopo era un fabulista y Menipo un filósofo cínico del que nada seguro ha llegado hasta nosotros, salvo lo que cuenta Luciano de Samosata y Diógenes Laercio. Según éstos, Menipo nació esclavo y se afilió a la secta de los cínicos, gano mucho dinero por métodos de dudosa rectitud y en Tebas perdió cuanto tenía. La leyenda refiere que ascendió al Olimpo y descendió al Hades y en los dos lugares encontró lo mismo: corrupción, engaño y vileza. Velázquez lo pinta como un hombre enjuto, entrado en años, pero todavía lleno de energía, vestido de harapos, sin hogar ni posesiones materiales y sin más recursos que su inteligencia y su serenidad frente a las adversidades. Esopo, su pareja pictórica, sostiene un grueso libro en la mano derecha, en el que sin duda están escritas sus célebres aunque humildes fábulas. a Menipo también le acompaña un libro, está en el suelo, abierto y con una página rasgada, como si todo cuanto se hubiese escrito careciera de interés. ¿Qué habría querido decir Velázquez al elegir este personaje evanescente, siempre en camino hacia ninguna meta, salvo el incesante y reiterado desengaño? En aquellos años Velázquez era justamente lo contrario: un joven artista en busca del reconocimiento artístico y, sobre todo, del encumbramiento social. Tal vez pinto a Menipo como advertencia, para recordarse a si mismo que al final del camino hacia la cumbre no nos espera la gloria, sino el desencanto.


  • Probablemente la estoy aburriendo con mis divagaciones. Pero le diré que se equivoca. Las teorías y los debates de los expertos pueden ser soporíferos;mis artículos ciertamente lo son, pero el Arte no lo es, porque los cuadros significan cosas, como los poemas o la música; cosas importantes. Bien sé que para muchos un cuadro antiguo sólo es una posesión valiosa o una pieza de colección o un pretexto para demostrar erudición y avanzar en el mundo académico, y no niego que estos factores existen y que también han de ser tomados en consideración. Pero una obra de arte es, por encima de todo, la expresión de algo a la vez sublime y profundamente enraizado en nuestras creencias y nuestros sentimientos. Prefiero la barbarie de un inquisidor dispuesto a quemar un cuadro por juzgarlo pecaminoso, a la indiferencia de quien sólo se preocupa de la datación, los antecedentes o la cotización de ese mismo cuadro. Para nosotros un pintor, un cliente y una modelo del siglo XVII son meros datos enciclopédicos. Pero en su momento fueron personas como usted y como yo, y volcaron su vida en un cuadro por razones y sentimientos muy hondos, a veces arrostrando riesgos y derrochando fortunas. Y nunca personaron que todo aquello acabaría en la sala de un museo o en el rincón de un almacén.

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