martes, 12 de noviembre de 2013

El buen catalán. Ricardo Soria

Diálogo en una cafetería de Gijón: «Es que los catalanes... ya les vale... Yo por mí les daba la independencia y que se fueran a...» Emito un carraspeo para cortar el comentario y recordar mi catalana presencia. «No, hombre, Ricardo, ¿cómo voy a estar hablando de ti? No va por ti, tú eres de los buenos». Miro perplejo a mis amigos, sin saber si ponerme serio, enfadarme o reírme a carcajadas del comentario. De los buenos, nada menos. Como sé que hay buena voluntad, no le concedo mayor importancia.
Al día siguiente, con mis alumnos de 4.º ESO (15-16 años) debo empezar el tema de las lenguas de España, que se inicia con una lectura de mi paisano Juan Marsé, escritor catalán en castellano, premio «Cervantes» y –más importante– vecino del barrio del Guinardó, en el que viví mis primeros veinticuatro años de vida. Al anunciarlo, veo caras escépticas entre mis alumnos y miradas serias. Bien, eso quiere decir que no son ajenos a un tema tan actual, lo cual es positivo. Las caras escépticas se tornan en sorpresa cuando su profesor pronuncia alguna de las palabras catalanas del texto: no se esperaban tener en clase un souvenir de la tierra, un genuino producto catalán sin etiquetar. Me encuentro con una avalancha de preguntas, la mayoría sobre temas políticos (que no respondo) y les pongo varios vídeos sobre monumentos y lugares típicos de las comunidades bilingües. Estoy convencido de que a mayor conocimiento, menor odio; mientras, pienso con tristeza en el desprecio con que es tratado el resto de España por el Gobierno catalán y sus subvencionadísimos medios de comunicación, a diferencia del catalán de a pie. Parece que a los chicos les gustan San Juan de Gaztelugatxe, los cañones del Sil y, entre las catalanas, Ampuria Brava, Cadaqués, Besalú y mi querida Barcelona, de la que hablo profusamente. También les pongo canciones con su correspondiente letra, para que escuchen un sonido distinto de las palabras. Les cito a personajes relevantes de la historia de España nacidos en estos lugares, como Unamuno, Rosalía de Castro, Granados, Albéniz, Dalí... Nada que ver, por cierto, con las nuevas teorías –subvencionadas con dinero público, claro, en el Institut Nova Història, con Jordi Bilbeny al frente–, según las cuales Colón era catalán, al igual que Cervantes y el autor de «El Lazarillo de Tormes». Incluso Leonardo da Vinci se inspiró en la bellísima montaña de Montserrat para su fondo de «La Gioconda». Por supuesto, ni el feo de los Calatrava ni Falete entran en esos disparatados y carísimos estudios porque no interesa que sean catalanes. Por último, les hablo de la historia de estas lenguas, sus principales autores, textos, su prohibición durante la dictadura franquista, la llegada masiva de andaluces (sobre todo) en los años sesenta, la situación actual de la lengua...
Algún alumno avispado me pregunta si es cierto que no se pueden rotular negocios en castellano y le digo que no es exactamente así, ya que deben estar escritos al menos en catalán y que las multas pueden llegar hasta el millón de euros, ante lo que ponen ojos como platos. No entienden que al principio del tema les haya dicho que en el mundo hay entre 5.000 y 6.000 lenguas para unos 200 países, que lo habitual es precisamente el bilingüismo, y ahora les suelte esto. Algo chirría. No añado que mi Cataluña tiene el dudoso honor de ser el único lugar de Europa donde se multa a una de las dos lenguas oficiales. Pienso en que tengo dos hermanas en edad escolar y que de treinta horas lectivas apenas reciben dos en castellano. Eso es ahorrar conocimiento y armas para que en un futuro esos alumnos se desarrollen, además de equipararse con la época franquista en que un idioma fue limitado al ámbito familiar o perseguido. Lo que intento con mis alumnos es lo contrario: presentarles la dignidad de las lenguas y la riqueza cultural diversa de su país; ampliar horizontes, no reducirles visión. Pienso también en que todo el que no se adhiere a la causa es invisible y que han conseguido que los más radicales sean precisamente los hijos de gente de fuera de Cataluña, que tienen que ser más catalanistas que los catalanes. Pero lo escandaloso ya no escandaliza hoy día y tenemos ejemplos en cada telediario (verlo es casi un drama últimamente).
Si la clase fuese de Derecho, la concluiría diciendo que no existe el derecho de autodeterminación en el derecho internacional, ya que sería reconocer la soberanía a una región de un país. Como dice la Constitución, en su artículo 3: «La soberanía nacional reside en el pueblo español». Bueno, pues el tema ya toca a su fin y tengo que continuar con otro tema apasionante como la literatura del Romanticismo, con Bécquer, Rosalía, Espronceda... Veo menos caras escépticas en los chicos que en la primera sesión, por lo que puedo estar moderadamente contento. Conocen más y sienten menos manía, lección que algunos adultos podrían aplicarse con respecto a Cataluña, por cierto. Con ellos no he tocado el tema político ni he falseado la historia (a diferencia de otros, señores Mas y compañía), y han aprendido mucho sobre unas provincias que tienen bastantes peculiaridades, pero con las que tienen una demostrable historia en común.
¿Una última pregunta? «Pero ¿por qué se quieren independizar y están todos los días con lo mismo?». La pregunta es sincera, pero no puedo responder. Literalmente. Porque no lo sé y no me entra en la cabeza considerar que de un día para otro cambien de nacionalidad mi madre (andaluza) o mi padre (catalán). Desde luego, no soy «de los buenos» (yo nunca hablaría así de mí), como citaba este amigo mío, sino uno de a pie que está a gusto dentro de su país y sabe que insensatos hay en todas partes. Por ejemplo, en la Generalitat, donde están lejos de ser buenos catalanes. Allí, con sus disparates, politización de todo, mentiras, enfrentamientos y salidas de tono, están tensando demasiado la situación en una Cataluña donde está fermentando la sombría levadura que sazonó con sangre el pan de nuestra Guerra Civil. Es muy peligroso y la mejor forma de evitarlo no es levantarse cada mañana lloriqueando «mami, dedo, pupa, Espanya ens roba» para justificar todos los problemas de Cataluña.
Nuestros abuelos y bisabuelos hicieron de Cataluña una región próspera y diligente trabajando y emprendiendo, no siendo victimista (requisito indispensable en todo nacionalista) ni mendigando dinero a cambio de concluir el infantil pataleo. Lo mejor para evitarlo es apechugar con nuestras responsabilidades y aprender para conocernos mejor, como intentamos inculcar en el colegio.
Concluyo la clase con una cita de Elbert Hubbard: «Si los hombres pudieran conocerse entre sí, no se idealizarían ni se odiarían».

Publicado en La Nueva España, 11 de noviembre de 2013

No hay comentarios: