sábado, 30 de mayo de 2009

¿Futuros escritores?

LO COTIDIANO


Aún sueña con el día en que decidió vivir así o no vivir. Estaba tan cansado de los sucesos que le rodeaban que, por falta de valor para afrontarlos o terminar del todo con su vida, eligió una forma de vivir (o no vivir) bastante lamentable.
Pasaba sus horas dormido, provocándose el sueño con pastillas y tranquilizantes. Él las llamaba su vida; los que lo conocían, las llamaban su veneno. ¿Era una pequeña dosis diaria para vivir o para morir?
Pero él así estaba a gusto y, contra lo que todos dijeran, era su vida, lo que él había elegido.
Vivía su vida a través de sus sueños, aunque nadie supo jamás si tendría sueños o ilusiones de verdad. En ese caso, nunca los llegaría a cumplir si se pasaba la vida durmiendo, o si los cumplió en sus sueños.
Cuentan que podía soñar todo lo imaginable, desde las cosas más absurdas hasta lo más razonable. Tenía hasta una familia, amigos, trabajo... todo lo que deseaba. Él era dueño de su vida y, a la vez, los sueños lo manejaban.
Aunque no todos los sueños eran buenos: a veces se despertaba en medio de la noche con sudores fríos por auténticas pesadillas y luego le daba miedo dormirse otra vez, preso de sus sueños.
Con el tiempo, tendría que cambiar de pastillas o tomarse más dosis, porque le dejaron de hacer efecto.
Un día, en medio de uno de los mejores sueños que había tenido (él junto a su perfecta familia, de vacaciones), se despertó súbitamente. Desesperado, fue corriendo a coger las pastillas. Las manos le temblaban y gotas de sudor resbalaban por su desmejorado rostro. Esperó, nervioso, tumbado en la cama, a que el sueño le volviera a invadir, pero no ocurrió. Histérico, se fue a buscar otra vez las pastillas, pero era incapaz de controlarse y frenar sus fieros impulsos, así que se tomó todas las que tenía reservadas para el resto del mes.
Su corazón se paró y ahí fue capaz de alcanzar lo que quería: el sueño eterno, dormir para siempre.

SGM, 3ºC

NOCHE DE LUNA LLENA

Paró jadeando. Se apoyó abatido en un árbol seco que bailaba con el viento al son de los crujidos. Frente a él, un pantano de aguas cristalinas invitaba al viajero a enfrascarse en un crucero infinito. Cerró sus ojos verdes y apoyó la cabeza en la mugrienta madera. Había conseguido llegar a tierra; siempre lo conseguía, pero ¿hasta cuándo? Respiró hondo, sólo tenía que esperar. Aguardó con una paciencia entrenada. La rutina había conseguido apoderarse de él. Cada 28 días la misma carrera a contrarreloj, el mismo árbol, el mismo pantano, la misma espera...

Una ráfaga de viento aún más fuerte arrastró sin piedad las negras nubes y dejaron visible una luna completamente llena. Entonces lanzó un desgarrador grito de dolor mientras arqueaba la espalda. Había abierto los ojos, pero ya no eran verdes.
Ahora, una retina amarilla era rasgada por una pupila de gato. Una sonrisa maligna poblada de afilados colmillos que pedían carne que desgarrar había sustituido a su sonrisa pícara. Arañó con sus garras su estupendo traje, que se quedó en unos maltratados jirones.
Algo llamó su atención. Soltó un bufido y se quedó inmóvil. Qué bien olía y qué hambre tenía. Pero no podía, él debía controlar a la bestia. No quería hacer de su naturaleza una maldición (¿o ya lo era?), pero el hambre superaba a su fuerza de voluntad.
Lanzó un largo y escalofriante aullido a la luna y salió en busca de su presa.

LSD, 4º A

UN GRAN DÍA

Lleva 18 meses y veinte días sin tener un motivo por el que levantarse. Hace exactamente ese tiempo, su jefe le llamó a su despacho y le comunicó que por “problemas de producción” y “ajuste de la plantilla”, prescindían de su trabajo.
El mundo se le vino encima. Tenía 49 años y jamás había estado en paro. ¿Qué les diría a su mujer y a su hijo? Seguro que si encontraba algo pronto, no haría falta que se preocuparan sin motivo.
Durante un mes había conseguido su propósito. Todos los días se levantaba a la hora en que solía ir al trabajo y recorría la ciudad buscando empleo. Pero un día David, su hijo, le vio saliendo del metro a una hora en que no debía estar por la calle, todo se descubrió. Desde ese día le miran con resentimiento y dolor. La falta de confianza se ha instalado entre ellos, y Joaquín ya no sabe cómo resolver la situación. Así que ha dejado de tener esperanza. De los “ya le llamaremos”, se pasó a los “no necesitamos a nadie” y a los muchos noes. Y él ya no sabe para qué levantarse cada mañana. Lara, que antes le miraba con amor y ternura, ahora desprende angustia y dolor. David, que había empezado la Universidad, no ha podido comprar los libros que necesita y tampoco encuentra trabajo.
Su vida se ha convertido en un caos sin esperanzas. Quizás hoy haya más suerte, piensa. Y con parsimonia desayuna, se viste y se prepara para salir a recorrer de nuevo la ciudad. Durante uno de sus largos paseos se encuentra a un conocido: ¨ Oye mi cuñado me ha dicho que en su oficina tiene ahora trabajo extra y que no encuentran a nadie con experiencia, quizás podías ir a hablar con su jefe¨. El corazón de Joaquín se acelera. ¿Y si es hoy cuando cambie mi suerte, y mi vida? Sí, hoy va a ser ese día, lo presiento. Hoy voy a volver a sentirme útil, valorado y recuperaré mi dignidad.
Y con paso firme, se encamina a la dirección que le ha indicado su amigo, con la esperanza llenándole el corazón.

MHS

FUEGO, RUIDO, CONFUSIÓN, DESALIENTO, DOLOR, DESOLACIÓN

Estoy despierto, no veo, no me muevo, no consigo moverme. Oigo trinos, el calor del Sol me acaricia la cara, palabras, palabras que no logro entender.
La habitación es blanca, cortinas blancas, cama blanca, paredes blancas... Todo aquí es blanco. Oigo, veo, siento... Hace mucho calor, alguien debería correr esas cortinas. Aún no he logrado hablar, pero cuando lo consiga pediré un cambio de habitación. El hombre moreno –debe de ser el doctor-, es agradable. Nunca permanece en la habitación más de lo necesario, creo que no se siente a gusto aquí.
El doctor Daven dice que no tardaré en recordar, que es cuestión de reposo, que poco a poco las cosas vendrán por sí solas... Estamos a 6 de julio de 1946.

Hoy he recordado algo, una imagen ha pasado durante unos momentos por mi cabeza: un vetusto caserón, rodeado de trigales, con tejas rojas y un huerto de tomates ya maduros. El trigo estaba crecido, era el tiempo de la siega. Esa creo que es mi casa. No lo sé, pero lo siento.

11 de enero de 1947. Algo es distinto: esta mañana la gente está intranquila, nadie dice nada. Mi enfermera, Caroline, hoy no me ha dirigido la palabra. Tenía los ojos enrojecidos, creo que ha llorado.

12 de enero de 1947. El joven doctor moreno ha venido a verme. Él sostiene que ya estoy preparado para saberlo todo: han averiguado mi identidad, voy a recuperar mi vida, después de esto, y si consigo salir de esto, no regresaré nunca a un hospital.

13 de enero de 1947. Última vez que escribo, ya conozco mi identidad, mi pasado, y sé que no tengo futuro. Qué puedo decir, más que durante casi dos años he sido un hombre normal, un buen hombre. ¿Cuáles fueron las circunstancias que me llevaron a actuar así? ¿Qué pensamientos se cruzaron por mi cabeza en ese momento? Eso es algo que nunca averiguaré, pues la justicia me espera. Sólo una última cosa escribo: nada corrompe más a un hombre que tener el poder a su alcance.

B G-F C, 4ºA

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